El solar de la provincia de Palencia es origen de grandes
personajes históricos. El propio Juan Ponce de León o Antón de Carrión,
descubridor de la Florida y conquistador del Perú junto a Pizarro
respectivamente. El Virrey Velasco, virrey que fue de Nueva España y Nueva Castilla
y tio del descubridor de la Antártida, también palentino, Gabriel de Castilla.
Son muchos más los nombres de personajes históricos que, directa o
indirectamente, tienen relación con esta tierra milenaria, corazón de los
reinos de León y de Castilla y donante de miles de buenos corazones para mayor
gloria de Dios y de la cultura española.
De entre ellos, quiero destacar en este texto a uno que, si bien podría haber
pasado a la historia como un héroe al nivel de los valientes soldados
encabezados por el obispo/soldado Tello Téllez de Meneses en la batalla de las
Navas de Tolosa, ha quedado, sin embargo, sometido a una serie de juicios en
muchas ocasiones simplistas y banales, y en otras completamente impregnadas de
un aura de laica santidad que en absoluto se asemejan a lo que realmente fue.
Este personaje no es otro que el General San Martín, o por su nombre completo,
José Francisco de San Martín.
Su padre, originario de Cervatos de la Cueza, Don Juan de San Martín, y a la
sazón gobernador del departamento de Santa María de los Buenos Aires, casa con
su madre, Doña Gregoria Matorras, oriunda de Paredes de Nava y sobrina de Don
Jerónimo Matorras, gobernador que fue de Tucumán y conquistador del Chaco
argentino. José nace en Yapeyú, virreinato de La Plata –recién escindido del
virreinato de Nueva Castilla o del Perú- en febrero de 1778, y a los 6 años de
edad pasa a vivir en la península donde estudia en el Seminario de Nobles de
Madrid, lanzándose a la carrera militar, destacando como buen oficial en varias
campañas militares como en la decisiva batalla de Bailén contra los franceses.
Su pericia marcial pasó entonces a compararse a su odio a lo propio.
Acompañado del caraqueño Francisco de Miranda, en cuya casa londinense vivió
unos meses, pagada por la pensión que la corona inglesa le había concedido y de
cuya mano entró a formar parte de una logia inglesa –de la que hablaremos en
otro momento- saliendo de esta como masón de grado 13 y desplazándose a Buenos
Aires para participar de las llamadas “Juntas de Gobierno” creadas para,
supuestamente, defender la corona de Fernando VII y que sirvieron para ir
proclamando las independencias iberoamericanas, traicionando desde el inicio a
sus fines teóricos. (Después, los historiadores más avezados nos descubrirán
que, en efecto, las “juntas” no quisieron nunca servir al Rey, sino que fueron
la excusa que promovieron para hacerse con el control de las gobernadurías,
capitanías y virreinatos, aprovechando la invasión napoleónica) San Martín
inicia un periplo de miles de kilómetros a lo largo y ancho del cono sur del
continente americano.
San Martín, cargado el zurrón de libras, funda una nueva
logia masónica de obediencia inglesa aun activa en Argentina: La Hermandad
Lautaro que servirá para unificar a los independentistas sudamericanos en torno
a él y a otros “libertadores”. San Martín consigue juntar un más que numeroso
ejército que expulsa al virrey de La Plata y proclama la independencia de
Argentina, así como la de la capitanía de Chile y la del Virreinato de la Nueva
Castilla o del Perú, en tan solo 11 años.
Este San Martín, de indudable acento castellano, convertido en uno de los más
grandes mitos americanos, quizá no fuera consciente de que lo que había
provocado no era un nuevo orden de paz y progreso, sino una nueva era de
guerras civiles en las que, de un lado, unos pocos criollos traidores a la
corona española, apoyados de hordas de mercenarios ingleses, se enfrentaron a
un ejército poblado de otros criollos realistas y miles de nativos americanos y
negros y mulatos libres, que sabían que sus privilegios se veían amenazados por
las ansias de poder de los ingleses. Esa nueva era plagada de conflictos aun se
perpetúa hoy, con innumerables revueltas, golpes de estado, guerras entre
vecinos hasta entonces hermanos bajo una sola corona, pero de gran diversidad cultural
llamada Hispanidad.
Tras ver el panorama posterior, decide renunciar a su cargo de “Protector del
Perú” y viajar con su hija Mercedes a Francia, fallecida ya su esposa, donde
acabaría sus días en la más absoluta soledad y ostracismo.
Solo el surgimiento de las nuevas repúblicas americanas, de la mano de los
historiadores ingleses y españoles que se encargaron de crear y difundir la
leyenda negra antiespañola, se ocuparon más tarde en poner a San Martín (Y a
otros como Bolívar o Sucre) en un falso altar laico, llenando miles de páginas
de fantasías heroicas, como la supuesta creación de la primera bandera del Perú
Es tiempo ahora, cuando se acerca el segundo centenario de
la independencia del Perú, proclamada en 18 de julio de 1821, aunque no
consumada hasta bien entrada la década de los 40 del s. XIX, de empezar a
descubrir y desmontar la falsa narrativa sobre este personaje de origen
palentino que goza de reconocimiento en el callejero de nuestra ciudad en
perjuicio, quizá, de otros nombres que, con más derecho, deberían ostentar una
placa en nuestro municipio.
José María Reguera
A.C.T. Fernando III el Santo
(*) La Espada Lobera es una columna de opinión que la A.C.T. Fernando III el Santo pone a disposición de socios y colaboradores. Las opiniones en ella expresadas son sólo atribuibles a quien las firma.