Si hubiéramos de
buscar un ejemplo de un militar de brillante trayectoria y absolutamente
desconocido, no cabe duda de que Marcos Tarrero sería el modelo perfecto. A
pesar de ello y al contrario de lo que inicialmente hubiese podido parecer,
componer esta breve reseña no ha sido especialmente difícil, pues en el Archivo
General Militar de Segovia se conserva un extensísimo expediente que nos ha
permitido hacerlo, simplemente transcribiendo su Hoja de Servicios completada
con aquellos datos que de la 1ª Guerra Carlista sabemos que fue protagonista.
Anotaremos en primer
lugar que nació en Valdeolmillos, pueblecito de la comarca de El Cerrato, el
día 25 de abril de 1791, y que fue militar desde siempre, pues con tan solo trece
años sentó plaza de soldado en el regimiento de Guardias Españolas. Con él y
formando parte de la división del mando del teniente general Juan Carrafa entró
en 1807 en Portugal en apoyo del ejército del mariscal Jean Andoche Junot,
cuando todavía éramos aliados de Napoleón, participando en el combate de Coímbra.
No consta en su Hoja de Servicios, pero hemos de suponer que, como toda aquella
división, su regimiento fue desarmado en junio de 1808 por los franceses y que fue
tras regresar a España, cuando se sumó a la lucha contra los invasores. A partir
de aquí el relato de su Hoja de Servicios es, por momentos, bastante confuso,
pero vamos a intentar desenredarlo. No parece que haya duda de que, todavía con
su regimiento, asistió al combate de Medina de Rioseco (14 de julio de 1808), en
el <<que fue herido y prisionero>>
y llevado a Burgos, donde pudo escaparse y unirse en Astorga al ejército del
general Joaquín Blake, pasando a formar parte del regimiento de infantería
Mallorca. Tampoco parece que deba dudarse de que participó en la retirada de
Astorga de las tropas anglo-españolas ante el avance de Napoleón, formando
parte del llamado ejército de la Izquierda mandado por el marqués de La Romana,
sustituto de Blake. Los españoles, azotados por el hambre y el frío eligieron
la ruta que, salvado el puerto de Foncebadón, les permitiría por Ponferrada
pasar a Galicia. El día 2 de enero de 1809, su retaguardia sería alcanzada en
el camino que lleva de Turienzo de los Caballeros a Foncebadón, por la
caballería francesa dirigida por Jean Baptiste Franceschi. El sacrificio de
aquellos hombres permitiría que se salvase el resto, pero nuestro biografiado
cayó nuevamente prisionero y <<conducido a Vitoria donde se volvió a
escapar>>, pudiendo reunirse en Salamanca con su unidad, ahora, a las
órdenes del general Gregorio García de la Cuesta. A continuación anotaba
Tarrero que participó <<en la
acción de Logroño, dirigida por el General Castaños, en que padeció dispersión
su cuerpo y se fue a la Liébana>>. Lo que no puede ser nada más que
un fallo de memoria de nuestro biografiado. La única batalla que perdió
Francisco Javier Castaños a orillas del Ebro fue la de Tudela (23 de noviembre
de 1808). A la que pudo asistir perfectamente Tarrero, pero necesariamente
antes que al combate habido camino del puerto de Foncebadón. Eso significaría que
fue en la batalla de Tudela cuando fue hecho prisionero por segunda vez y
conducido a Vitoria y que fue tras la lucha sostenida en la cuesta de
Foncebadón, cuando se dirigió a La Liébana, algo por otra parte natural, si
tenemos en cuenta que aquel puerto se encuentra en la cercana provincia de
León. En cualquier caso, allí, en La Liébana y siguiendo la narración de su
Hoja de Servicios, se puso a las órdenes del brigadier Juan Díaz Porlier que
<<le destinó al cuerpo de Tiradores
de Castilla>>, en realidad <<2 castilla="" de="" tiradores="" voluntarios="">>. Con dicho cuerpo, habría participado
en la toma de San Vicente de la Barquera, entrada en Santander y defensa de
Puente Arce <<donde fue herido de
bala en un brazo>> y batalla de Gradefes (16 y 17 de octubre de 1809),
tras la que sería incorporado al regimiento de <<Húsares francos de Valladolid>>. Durante esta etapa inicial
de su aventura militar había ascendido a cabo 1º (con antigüedad de 15 de abril
de 1809), sargento 2º (30 de junio de 1809) y sargento 1º (1 de agosto de 1809),
pero tras su paso a caballería, su carrera militar de dispararía.2>
Y puesto que ahora
sus combates serán los propios de una guerrilla, los transcribiremos tal y como
él los narró: <<Quintanilla del
Duero [hoy Quintanilla de Onésimo], donde
se hicieron prisioneros 180 franceses que iban conduciendo el correo desde
Peñafiel a Valladolid. = En la de Baltanás, donde se cogieron 194 dragones de a
caballo y se remitieron al General Mendizábal [Gabriel] en Potes, habiendo recibido un balazo en el
brazo izquierdo sin separarse por eso de su Regimiento. = A las inmediaciones de
Torquemada hicieron prisionera a la escolta francesa que conducía el correo de
Burgos a Valladolid, compuesta de 110 suizos y condujeron al mismo punto de
Potes. = En el ataque de Santa María de Nieva hicieron también prisionera su
guarnición francesa que ascendía a 100 infantes y 20 húsares de a caballo,
remitidos igualmente a Potes. = Un correo que iba de Madrid a Francia al
transito por Olmedo con 80 infantes, remitidos al mismo punto, y salió herido
de bala en un muslo>>.
Hacemos, no
obstante, un inciso en su narración para resaltar su ascenso, al que
posteriormente pondremos fecha, su nuevo destino e incluso ya al frente de su
escuadrón su participación en batallas de especial relevancia. Refería: <<Mandando ya un escuadrón en el Regimiento
Húsares de Castilla, en Fuensaldaña a las inmediaciones de Valladolid hizo más de
100 franceses prisioneros y setenta muertos, cuando más empeñados estaban
saqueando el pueblo y de su orden fueron conducidos al cuartel general del Sr.
Mendizábal, pero tuvo la desgracia de ver expirar un hermano suyo que era
teniente capitán [graduado] de su
mismo escuadrón. = En el valle de Esgueva al frente de su escuadrón hizo 200
prisioneros franceses con una pieza de a cuatro, dispersos del ataque de los
Arapiles que entregó al General Wellington en Valladolid. = Se halló en el
sitio de Burgos y en su retirada. = En la acción de Becerril de Campos y
Paredes de Nava, donde se atacó una columna francesa de 2.500 hombres haciéndolos
140 prisioneros y rescatando además los ganados que conducían para la
guarnición de Palencia. = En el ataque de Frómista del que resultó 80 húsares
prisioneros remitidos al cuartel general del Sr. Mendizábal en Potes. = En la
acción de Fuentes de Valdepero. = En la de Villarramiel. = En la de Villacarralón de Campos en la que se
hicieron 219 prisioneros de caballería pertenecientes a la división del General
Carrier, saliendo herido de bala en una pierna. = En el ataque de Calabazanos hizo con su escuadrón 44 prisioneros
artilleros de a caballo, que presentó al Sr. Gobernador de Palencia D. Teobaldo
Rodríguez Gallego. = Se halló en el ataque de Melgar de Fernamental. = En el de
Quintana del Puente, donde con su escuadrón hizo prisionero el correo de
Francia con su carro y la escolta de 84 caballos que condujo al cuartel general
de Potes. = Se halló en la memorable batalla de Vitoria. = En el sitio y toma
de Pamplona>>.
Cortando así, de
forma tan brusca pero normal en las lacónicas reseñas de las Hoja de Servicio, su
destacadísima participación en la Guerra de la Independencia, pero
permitiéndonos reseñar ahora sus ascensos: alférez (con antigüedad de 4 de
enero de 1810), teniente (2 de abril de 1810), capitán (8 de abril de 1811),
sargento mayor (12 de julio de 1811) y comandante de escuadrón (15 de marzo de
1812), ya al frente de un escuadrón de <>
y correspondiente a las últimas acciones reseñadas. Después, como la mayoría de
aquellos hombres, pasaría a ocupar diferentes destinos, normalmente en situación
de reemplazo y a la espera de retiro. Pasaría en dicha situación destinado al
regimiento de Dragones de Villaviciosa y posteriormente al depósito de
oficiales de caballería de Alcañiz, hasta que con fecha 19 de abril de 1816, se
le diese el retiro.
Le sacarían de la paz de
su hogar en su pueblo natal, pues allí se establecería tras contraer por
aquella época matrimonio con Francisca Álvarez Nieto, los acontecimientos que
tras los pronunciamientos revolucionarios de Las Cabezas de San Juan,
desatarían la guerra civil que se llamó de la Constitución (1821-23). No lo cuenta,
pero habremos de suponer que se involucró en alguna conspiración realista de
las muchas que se sucedieron a lo largo de aquellos años, pues si reseña que,
el 25 de junio de 1821, <<fue
conducido preso al juzgado de primera instancia de Carrión de los Condes>>. Circunstancia que no le
permitió participar activamente en la guerra, pues como el mismo contaba no
pudo fugarse de su prisión hasta principios del año 1823, dedicándose entonces,
según sus manifestaciones, a organizar una partida de caballería que presentaría
en Valladolid a Carlos O’Donnell. Pero sabemos que el
teniente general O’Donnell, nombrado capitán general de Castilla la Vieja por
la Junta Provisional de Gobierno de España e Indias, que había entrado en
España al amparo de las fuerzas mandadas por el duque de Angulema, no se haría cargo efectivo
de su mando hasta su entrada en Burgos el día 26 de abril de 1823 y que no
llegaría a Valladolid hasta mediados del mes de mayo. O’Donnell permanecería en
la capital vallisoletana hasta el día 5 de agosto, cuando se dirigió a tomar
parte en el sitio de Ciudad-Rodrigo, por lo que encontrándonos en las
postrimerías de aquella contienda y no constándonos que Tarrero acompañase a
O’Donnell, debemos deducir que se
mantuvo en la capital vallisoletana a modo de guarnición realista. Siendo la
siguiente información que conocemos que, el día 1 de mayo de 1824, se le dio
nuevamente el retiro, solicitando entonces su ingreso en el Cuerpo de
Voluntarios Realistas, obteniendo el mando del tercio de caballería de
Realistas de Villada el día 13 de abril de 1825. Años después, concretamente el
día 18 de diciembre de 1832, sería nombrado jefe de la caballería de Realistas
de la provincia de León. Ya por entonces se vivía
en España un clima de enfrentamiento, prácticamente de guerra civil, entre
quienes defendían el Orden Político Cristiano y los derechos del Rey como su
principal valedor y quienes entendían que ni el Rey ni la Iglesia debían tener parte
en el Ordenamiento Jurídico, pues solo a la Nación (perdida su esencia estrictamente
cultural y devenida en nación política) correspondía dictar las Leyes que
debían regirla. Unos veían en D. Carlos, hermano de Fernando VII, el adalid de sus
principios y los otros, en la esposa del monarca y su entorno, imbuidos de las
ideas de la Revolución, el camino para conseguir sus aspiraciones. Los choques
entre unos y otros se harían frecuentes, incluso antes de que la muerte de
Fernando VII desatase la que se llamó Primera Guerra Carlista. Y uno de los
primeros escenarios de aquellos enfrentamientos sería León y nuestro
biografiado uno de sus protagonistas. Un episodio desconocido de nuestra
historia y al que entendemos debemos prestar la debida atención. Acudiremos
para su relato al que hizo, no muchos años después de aquellos sucesos, Juan
Antonio Suárez, tal vez excesivamente prolijo pero muy interesante y que
reseñaremos, siguiendo su formato, día a día, y advirtiendo que están escritos
con muy poca parcialidad.
Día
12 de enero de 1833: <<Los Jefes de
Voluntarios Realistas de la ciudad de León invitan al General Comandante de las
Armas de la misma, a que se digne concurrir con su Estado mayor, al acto y
ceremonia de la Jura del Estandarte de la Caballería de aquel instituto, que
debía celebrarse el siguiente, en San Miguel del Camino. S.E. ofrece asistir a
dicho acto, y permite la salida del Escuadrón de aquella Capital para el
indicado punto, lo que se verifica en la tarde del mismo día>>.
Día
13 de enero de 1833: <<El
Comandante General de las Armas de León, Mariscal de Campo D. Federico Castañón,
sale en la mañana de este día con su Ayudante de Campo y cuatro ordenanzas de
Caballería, para asistir al juramento del estandarte de la Caballería de los
Voluntarios Realistas de aquella Provincia, reunidos al efecto en San Miguel
del Camino, cuya enseña ha sido costeada por el Reverendo Obispo de aquella
Diócesis, el Excmo. Sr. D. Joaquín Abarca [Blanqué]. Se principia el acto, asistiendo todo el concurso a la misa del
Espíritu Santo, que celebró el Canónigo D. Pedro Pascual García, Capellán del
Escuadrón, Gobernador que había sido de aquella Mitra por más de dos años,
después de caída la Constitución del año 1823. Enseguida se procede a la jura del
referido estandarte, y el citado Canónigo pronuncia una plática análoga al
objeto de aquel acto. El Comandante General, a cuya noticia habían llegado ya
los movimientos intentados en la provincia de Toledo, que en unión con
Asturias, Burgos y la Provincia de su mando, se disponían para proclamar Rey de
España al Infante D. Carlos, trata de retirarse a la ciudad, pretextando ser
día de correo. Los Voluntarios redoblan sus instancias para que los acompañe en
la comida, a lo que tiene que acceder S.E., so pena de pronunciar un desaire, o
de manifestar a las claras su desconfianza. Durante la comida se notan síntomas
de sedición, por ciertas palabras que incauta o meditadamente sueltan algunos
Voluntarios, a las que contesta con carácter el Oficial D. José Álvarez Reyero,
Ayudante de S.E.; pero habiéndose impuesto los Jefes, queda concluido el
altercado, que si bien no produce consecuencias, es bastante para acrecentar
los recelos y la vigilancia de S.E. Al llegar a la ciudad tiene noticia el
General de que se prepara un refresco y banquete para la noche del día
siguiente, a cuyo regocijo, como apéndice de la celebración de la jura, deberán
concurrir los Voluntarios forasteros, con el ánimo de pronunciarse juntos en
rebelión>>.
Día
14 de enero de 1833: <>>.
Nos permitimos aquí
hacer una breve interrupción en la transcripción para subrayar que, por mucho
que se empeñe el autor en hablar de la rebelión prevista por los Realistas, la
circunstancia que precipitaría aquellos acontecimientos sería la detención de
Mariano Rodríguez,
involucrado también en la conspiración descubierta tras el prematuro
pronunciamiento del coronel Juan Campos y España el día 31 de diciembre de 1832,
al frente de algunos Realistas de la provincia de Madrid. Pero debemos señalar
que, siendo ciertos e indiscutibles todos aquellos proyectos de pronunciamiento,
no debían ponerse en marcha hasta la muerte de Fernando VII. Sigamos ahora con
el relato de lo sucedido en León.
Día 14 de enero de 1833
(continuación): <<Reunida la tropa
de Realistas en la plaza en formación de batalla, y dadas las aclamaciones de Viva
el Rey y su Augusta Esposa, manda S.E.
tocar la Orden General, y después de haber prevenido en ella que se restituya
cada uno a su casa al toque de Fagina, pasa a la suya con objeto de llevar a cabo
el cumplimiento de lo mandado por el Gobierno, tocante al preso Rodríguez, a
hora que serían sobre las cinco de la tarde. = Mas entonces la fuerza de
Realistas, en lugar de cumplir con lo que el General acababa de disponer, forma
en columna de honor, y desfila por delante del palacio Episcopal, vitoreando a
S. Ilma. (que asomado al balcón saluda placentero y satisfecho, con afectuosas
demostraciones de júbilo), y se dirige enseguida hacia su Cuartel, en donde
permanece sin disolverse. = Mientras, el General en persona se traslada a la
casa del preso para ocupar sus papeles, que pudieron haberse ocultado desde el
momento de su prisión, por cuanto un Clérigo de íntimas conexiones con aquel, y
que acababa de presenciarla, marchó apresurado a participarlo a su familia; se
presenta en la casa de S.E. el capitán de Granaderos Don Benito Castrillón para
hacer presente, que tanto el Escuadrón como
el Batallón reclamaban la libertad del preso, y que si no se accedía
inmediatamente, estaban decididos a conseguirla con las armas. El Ayudante
Reyero, que recibió tan osada demanda, le contesta que Rodríguez estaba
arrestado por orden expresa de S.M., y que a nadie interesaba más que a los
Voluntarios Realistas el acatar y obedecer las Soberanas disposiciones,
añadiendo, que en cualquier evento se hallaba dispuesto y decidido a defender a
todo trance la casa de S.E., y a perecer antes que faltar a los deberes que
como militar y Ayudante de S.E. tenía obligación de cumplir. Castrillón se
separa en el acto, restituyéndose al Cuartel a conferenciar con los ya
sublevados Realistas, y a la media hora vuelve con la misma pretensión,
acompañado de D. Antonio Valdés, segundo Comandante del segundo Batallón de
Infantería,
pero levantada ya la máscara de todo pudor, y produciéndose en términos los más
descompuestos e insolentes. Reyero les contesta en los mismos que lo había
hecho la vez pasada, y afeándoles su conducta, les dice que debían perecer en
su Cuartel antes que permitir se consumase la rebelión; pero que en todo caso,
se hallan decididos entre tanto, él y sus dependientes a defender la casa de
S.E. del allanamiento con que la amenazaban; oído lo cual se retiran aquellos,
prorrumpiendo en mil denuestos y amenazas>>.
Interrumpimos
nuevamente el relato, para insistir en
nuestra anterior apreciación sobre que el detonante de lo sucedido fue la
detención de Mariano Rodríguez de Abajo, como el texto seguramente sin
pretenderlo, demuestra. Continuamos la transcripción.
Día
14 de enero de 1833 (continuación): <<Llegadas
a tal punto las cosas, dispone Reyero avisar al General de lo ocurrido, quien
se restituye inmediatamente a su casa, a hora que serían como las seis de la
tarde, trayendo consigo los papeles que acababa de ocupar a Rodríguez, y solo
consistían en escritos viejos e inconexos, junto con dos cartas; y enterado de
todo lo que pasaba, tanto por su Ayudante y Secretario Reyero, como por uno de
los Comandantes del Batallón de Infantería, se decide a presentarse en el
Cuartel, acompañado de su sobrino y Ayudante D. Federico Castañón, y del
Ayudante de Plaza D. Manuel de Juan, disponiendo que Reyero quede en custodia
del preso, y de los caudales y papeles de las Oficinas de Policía Y Comandancia
General. = Trascurre entre tanto un período como de hora y media de absoluta
calma, hasta que el Comandante Valdés, el Ayudante de la Inspección D. Joaquín
Gata, y D. Marcos Terrero, Comandante del Escuadrón puestos a la cabeza,
aquellos de cincuenta infantes, y éste de treinta caballos, se presentan en el
Cuartel del Provincial, atropellan la guardia de muy poca fuerza, y reconocen
el edificio, persuadidos que hallaran allí al preso Rodríguez; pero cerciorados
de que no estaba, y con noticia de que permanecía aún en casa de S.E., se
dirigen a ella desde luego, fuerzan la guardia, compuesta solo de cuatro
hombres y un Cabo del 3º de Línea (única fuerza del Ejército que se hallaba en
la Plaza, y que con un Subalterno del mismo Cuerpo habían ido para llevarse
unos quintos), y se introducen en el zaguán, a tiempo que el Ayudante de S.E.
bajaba a contenerlos. El Comandante Valdés y el Ayudante Gata se echan sobre él
y le aseguran, en tanto que el preso Rodríguez baja precipitadamente la
escalera, se reúne a los amotinados, y sus primeras palabras se dirigen a
excitar a sus compañeros a que den muerte a Reyero, gritando en alta voz que no
estaban seguros mientras viviese; uno de los Realistas aserta entonces una
pistola, y le dispara a quemarropa, por entre las cabezas de Valdés y Gata;
tiro del que indefectiblemente hubiera perecido Reyero, a no haberlo podido
desviar con prontitud, echándose sobre el brazo del agresor; de la cual resulta
quedar herido, o por lo menos quemada la oreja izquierda de Valdés. En esta
coyuntura se presentan en la escalera D Isidoro y D. Mariano Acevedo, hermanos
políticos del General, con sus escopetas de caza; Reyero tiene lugar de
desprenderse de sus enemigos y de ir por sus pistolas; y en vista de esto
abandonan inmediatamente la casa los Realistas; cierran sus puertas los tres
indicados, apostándose en las rejas de aquella, y el grupo amotinado se dirige
nuevamente para su cuartel en medio de la mayor algazara>>.
Hacemos ahora un
nuevo paréntesis propiciado esta vez por el propio relato que, tras reseñar lo
sucedido en la residencia de Castañón, detalla lo ocurrido en el cuartel de los
Realistas. Anotaba:
Día 14 de enero de 1833
(continuación): <<Antes de
continuar, es forzoso dar una idea del estado en que se hallaba la tropa
situada en el Cuartel, y de las escenas ocurridas con S.E. y los amotinados. El
General, según hemos insinuado, había salido de su casa con dirección al
Cuartel de Realistas, en compañía de dos Ayudantes; y antes de llegar a dicho
punto encontró ya testimonios del atrevimiento de los revoltosos, pues fue
detenido en actitud hostil por varios centinelas apostados en las bocacalles,
que le dieron el quien vive, hasta
llegar a la guardia de la puerta, que
lo recibió con las mismas precauciones, y no le franqueó el paso hasta que se
hubo dado a conocer. Los amotinados tenían además varias patrullas de
Caballería rondando la población, y establecidos puestos avanzados en las
avenidas de la misma. Al llegar al sitio en que se hallaban formadas en batalla
los de Infantería, y por cuartas y a grandes distancias los de Caballería,
siendo ya como las ocho de la noche, recorre S.E. la formación, y deteniéndose
en su centro, convoca a los Jefes y les pregunta en alta voz una y muchas
veces, ¿por qué estaban todavía formados, y por qué no se había cumplido la
Orden General, en que se había prevenido su disolución al toque de Fagina?
= Las contestaciones nada satisfactorias
que recibe patentizan a S.E. desde luego, que se trabaja por llevar a cabo la
empezada sublevación; pero firme en su propósito, resuelve permanecer al frente
de aquellos, a fin de imponerles con su presencia, e impedir que se desbanden
por la ciudad, y se entreguen a los desórdenes consiguientes; y levantada la
voz, declara que dicha fuerza queda en
reten permanente, mandando echar pie a tierra a la Caballería, y que se interne
en la cuadra baja, mientras que la Infantería suba al piso principal;
disposición a que todos se someten. Formada de nuevo la Infantería en dicha
cuadra, se coloca S.E. en el centro, y empieza a exhortar con dulzura a sus
individuos, manifestándoles cuan criminal era su falta de obediencia y respeto
a la Autoridad, apartándose de lo que una tropa armada debe al orden, a la
tranquilidad pública, y a las terminantes
disposiciones del Soberano; más en tanto que S.E. se esmera en
infundirles aquellos principios, para traerlos al camino de la obediencia,
preséntase turbulenta y osadamente el Comandante D. Antonio Valdés, e
interrumpiendo su alocución, le intima que se entregue arrestado, pues ni él ni
los Voluntarios reconocen ya su Autoridad para nada; y enseguida de acto tan
descomedido, manda desfilar, dirigiéndose a la puerta principal. El General se
interpone, los detiene, les manifiesta que su Autoridad emanaba del Soberano, y
que deberían pasar por encima de su cadáver, antes que consintiera por su parte
que se la ajara en lo más mínimo; demostración que no solo impone al desaforado
Valdés, sino que también alienta al gastador N. Belilla, y al tambor José de la
Asunción, para que declaren altamente, que no pensaban obedecer a nadie más que
a sus jefes naturales, el Comandante D. Antonio Ocón y el Sr. Comandante
General. El Comandante Ocón responde inmediatamente que no quería mandar
soldados que no sabían obedecer, y que por lo mismo renunciaba a su bastón;
añadiendo algunas observaciones sobre la común obligación de obedecer al
Soberano y Autoridades Constituidas; con lo que burlado el cabecilla en su plan,
se ausenta en el acto, y el Comandante General vuelve a tomar la palabra,
aprovechándose del profundo silencio en que quedó sumergida la reunión con el
imprevisto desenlace de aquel incidente. Y si bien no dejan de interrumpirle de
vez en cuando siniestros murmullos de muera, o viva, consigue al cabo restablecer el orden, secundado en su tesón por la
Compañía de Granaderos, que se resuelve a no dejarse dirigir por sus Oficiales;
y dispone que se traslade el Batallón a otra cuadra más capaz, y se coloquen
centinelas en las puertas interiores, a fin de evitar toda confabulación con
los que pudiera haber por la parte exterior, y de fomentar con esto la escisión
que afortunadamente se introdujo en algunas otras Compañías. Los Voluntarios le
piden pan y vino, y S.E. les concede solamente lo primero, a cuya hora, que
serían las once de la noche, salen el Abanderado y el Sargento de Brigada a
ocupar todo el que tuvieran los panaderos, y a su vuelta se distribuye a más de
una ración por plaza, mandando al efecto arrimar las armas y reunirse sentados.
Durante este intermedio, en que al parecer había calmado la efervescencia,
envía el General una Comisión al Reverendo Obispo y al Ayuntamiento, para que
se le reúnan en dicho Cuartel, con el fin de prestar el debido apoyo a su
Autoridad, para apagar de todo punto aquel movimiento sedicioso, y restablecer
la tranquilidad en todas sus partes>>.
Parece que la
conspiración no estaba tan preparada como querían dar a entender, de hecho,
parece que las autoridades militares fieles a la deriva doctrinal que experimentaba
España tenían muy claro, posiblemente desde hacía ya bastante tiempo, con quienes
podían contar en el cuerpo de Voluntarios Realistas, seguramente quienes también
les tenían al tanto de todas las confabulaciones más o menos quiméricas que
allí se fraguaban. En cualquier caso, el autor retomaba su relato para narrar
las medidas que de inmediato tomaron aquellas autoridades. Contaba:
Día 14 de enero de 1833 (continuación):
<<Mientras tenían lugar en el
cuartel las expresadas ocurrencias, se daban disposiciones importantes en la
ciudad por los interesados en la represión de aquel acto subversivo, que
interesan al conocimiento de los pormenores de los sucesos que se describen. Habiéndose
esparcido un rumor vago de que el General se hallaba arrestado en el Cuartel,
el Ayudante y Secretario de S.E. D. José Álvarez Reyero, arrostrando todos los
azares del compromiso, se constituye en Subdelegado Principal de Policía y en
Comandante de Armas de la Plaza, ínterin se presenta el Teniente Coronel D.
Santos Sopeña, Oficial de mayor graduación de la misma. Encargado de este mando
interino, oficia al momento al Presidente del Ayuntamiento para que disponga su
reunión, al Intendente de Rentas D. N. Eguía, y al Reverendo Obispo, para que
se reúnan en junta con aquella Corporación haciéndoles responsables de la
tranquilidad del pueblo y seguridad personal de S.E., y con el fin de que
calmada aquella escandalosa efervescencia, se procediese al nuevo arresto de
Rodríguez; y acto continuo se emplea en dar parte circunstanciado de cuanto
acaba de ocurrir al Excmo. Sr. Capitán General de Castilla la Vieja, Duque de
Castroterreño,
así como al Teniente General D. Pedro Sarsfield [Waters], General en Jefe del
Ejército de Observación de la Frontera de Portugal, cuya vanguardia se hallaba
en Benavente, manifestando a dichos superiores Jefes el compromiso de aquella
Capital, para las disposiciones que tuviesen a bien tomar; entretanto dicho
Jefe y el Ayudante Reyero reúnen en casa de S.E. a varios individuos, amantes
del legitimo Gobierno de S.M., a quienes arman y municionan, apostándoles
enseguida en las avenidas inmediatas, para apercibirse a la defensa, en caso de
ser atacada la expresada casa. Todos los vecinos honrados y todos los que
tenían que temer por sus intereses, o por opiniones contrarias a los
amotinados, toman diferentes precauciones; algunos se arman en su propia
defensa, permaneciendo en sus casas, y otros se reúnen en la del General, donde
se había situado el Teniente Coronel Sopeña; quien oficia además al Jefe de una
partida de Infantería y Caballería de Carabineros de Costas y Fronteras, que se
hallaba en Valencia de D. Juan, para que se presente al momento a cooperar al
restablecimiento del orden, y con igual precaución dirige sus órdenes al
Comandante de Voluntarios Realistas de Mansilla de las Mulas, que se hallaba en
buen sentido. = Reunidas entretanto en las Casas Consistoriales las Autoridades
locales, civil y eclesiástica, no juzgan conveniente pasar al Cuartel según se
les prevenían por S.E., sino que se contentan con mandarle una Comisión de su
seno, para que se apersone con la Junta en aquellas Salas. S.E. se resiste a
separase del punto en que se halla, único objeto de toda su atención, y vuelve
a insistir en que se trasladen al Cuartel; la Comisión vuelve con la misma
instancia; y aunque era crítica y delicada la posición de S.E., resuelve, no
obstante, concurrir a la reunión, esperando conciliar todos los extremos, y
obtener el mejor resultado con la franca cooperación de todos. Así, pues, sale
el General para las Casas Consistoriales, dejando el Cuartel a cargo de D. Blas
Galindo (llamado también por S.E. y Jefe que había sido de aquel mismo
Batallón, antes de haber sido destinado al de preferencia), y reunido S.E. a
las antedichas Autoridades, expone en breve reseña cuanto había ocurrido, desde
el toque de fagina de aquella tarde, y solicita a todos, los medios más prontos
y eficaces para cortar de raíz un mal de tan trascendentales consecuencias.
Merece particular atención el acalorado debate que se promovió en este
estamento entre el Reverendo Obispo y el Comandante General, para que lo
omitamos, contra nuestro propósito de ser concisos en la exposición de tan
complicado suceso>>.
Nosotros no estamos
de acuerdo y por eso vamos a omitir el cruce de argumentos irrelevantes para
nuestra historia y que ni tan siquiera sabemos se ajustan a la realidad, ya que
el obispo de León nunca pudo dar su versión. Volvemos por ello a los hechos,
tal que los narraba el autor de esta crónica:
Día 14 y madrugada del
15 de enero de 1833: << […] se
ofrece el reverendo Obispo a pasar al Cuartel, acompañado de dos Regidores.
Sale efectivamente con los indicados, y al llegar al punto de la rebelión, les
habla fríamente de orden, a lo que algunos amotinados replican sin el menor
miramiento ni decoro, que no era este el tono con que antes les había hablado,
y que no más pasteles, porque ya estaba dado el golpe. Durante la ausencia del General, los amotinados de Infantería
pidieron otra vez vino, que les fue concedido por el Comandante encargado del
Cuartel a instancia de los de Caballería, que pasaron a ofrecérselo, como
expresión suya, y por varios eclesiásticos que lo introducían furtivamente por
la puerta falsa del Cuartel, mientras que otros en las cuadras les hablaban con
calor; y en este intermedio salió del edificio una fuerte partida mandada por
un Realista empleado en la Contaduría del Cabildo, para atacar la casa del
General; pero hallando apercibidos a los que la defendían, regresaron aquellos
a su Cuartel. En tal estado, S.E. resuelve pasar de nuevo al Cuartel, en donde
vuelve a exhortar a cada uno al orden y a la obediencia, les manda que se
acuesten en sus puestos, lo que se verifica sin repugnancia, y ya desde aquella
hora, que eran las dos y media de la madrugada, permanece vigilando el local,
acompañado de los Oficiales del Batallón, y dispersando algunos menos dóciles,
que se ocupaban en hablar de las ocurrencias del día. Aunque S.E. hizo buscar
en varias ocasiones de la noche al Comandante del Escuadrón Matías Terrero, al preso fugado D. Mariano Rodríguez, y a los ya citados Valdés y
Gata, no por esto consiguió reunirlos, porque se hallaban fuera del Cuartel,
expidiendo órdenes de convocatoria a los Realistas de Ordás, Astorga, Bembibre,
Villafranca y demás, con el objeto de llevar adelante su plan, que era
posesionarse del mando de la Plaza, del cual
debía quedar investido el D. Mariano Rodríguez, reunir los catorce batallones
de la Provincia, y ponerse en comunicación con los de Asturias, Burgos y
Toledo, que creían en igual estado de rebelión, para proclamar Carlos V.
Durante la noche fue muy difícil despachar partes, porque los rebeldes habían
ocupado los puentes con partidas de Infantería y Caballería, y los vados no
estaban practicables; no obstante pasaron tres para Valladolid, por el arrojo y
amor al Servicio de S.M. de las personas que los conducían>>.
Día
15 de enero de 1833: <<A las seis y
media de la mañana de este día, el Comandante General de las Armas de León, que
no había salido del Cuartel de Voluntarios Realistas desde la noche anterior,
con motivo del movimiento sedicioso de los expresados; en vista de la docilidad
que habían manifestado en ausencia de los Cabecillas, manda que se retiren a
sus casas, y que los del Escuadrón se dirijan a sus respectivos lugares de
residencia. Los Realistas de Infantería cumplen con su orden; pero los de
Caballería salen formados por la puerta falsa del Cuartel con su Comandante
Terrero, que se les había reunido, y bajo el pretexto de obsequiar a la
Compañía de Astorga, se dirigen reunidos a la Virgen del Camino, distante una
legua de la capital, en cuyo transito se les agregan los demás Cabecillas.
Rodríguez, Gata, etc., etc.,
y con ellos otro individuo procedente de Toledo, titulado Oficial de los ex - guardias
de Corps. En aquella reunión, verificada en lo alto de la Cruz del Trobajo,
según unos, o en Nuestra Señora del Camino, según otros, se declara General el
D. Mariano Rodríguez, como designado ya de antemano para ponerse al frente de
la sublevación, y patentiza con los demás Cabecillas sus planes
revolucionarios; pero desde luego se niegan a tomar parte en ellos todos los
Realistas de Astorga, como los de la Bañeza, Villamañán, Benavides, San Juan y
Palacios de Valduerna, antes bien se separan para restituirse a sus hogares.
Los Cabecillas dejan el estandarte en la Ermita de la Virgen del Camino (otros
dicen que se le llevaron), y se trasladan a Espinosa y Ordás, para disponer la
reunión de los catorce Batallones de la Provincia, con cuyo objeto habían
expedido las correspondientes circulares de convocatoria durante la noche
anterior. A consecuencia de las referidas se van presentando sus individuos en
León en el mismo día de la fecha, lo cual mueve al Comandante General a comisionar
a sus Ayudantes para que salgan montados extramuros de la ciudad, con el objeto
de comunicar a los convocados, que la orden que se les había expedido no
emanaba de la legitima Autoridad, y de que circulen al momento las
contraordenes necesarias; y con esto queda aquella capital en la más completa
tranquilidad. A las diez de la misma mañana S.E. da parte de las pasadas
escisiones al Excmo. Sr. Capitán General de Castilla la Vieja, y manda publicar
la ley marcial, con la observancia de los Decretos vigentes de 17 de Agosto de
1825, y 1º de Octubre de 1830. = Ya antes, y a las nueve de la misma, habían
entrado en León, por una parte los Carabineros que se hallaban en Valencia de
D. Juan, y por otra los Voluntarios Realistas de Mansilla, y a poco rato un
Oficial de Caballería con 14 caballos, con cuya fuerza, y la que tenía de
antes, dispone S.E. formar una columna, al mando del Teniente coronel D. Santos
Sopeña, para perseguir a los pronunciados>>.
En esa misma obra,
aparte de recoger la llegada del capitán general de castilla la Vieja a León el
día 20, en la reseña sobre los
acontecimientos que tuvieron lugar aquel día, recoge un despacho recibido en la
capital leonesa y que también trascribimos. Informaba:
<<Los rebeldes, a consecuencia de sus convocatorias,
consiguieron reunir en el Concejo de Ordás hasta 800 hombres, que se les huían
la mayor parte por las noches, habiéndose quedado con 200 poco más o menos, de
los mejor armados y más comprometidos en su partido; esta fuerza ha
desaparecido también; pero aunque se dice dispersada, se ha retirado con su
acuerdo, para estar prontos a la primera orden, y se han dirigido los Jefes a
hacer otra reunión en el Concejo de Omaña y lugar de Vega de Atienza; y se cree
que vayan así recorriendo otros distritos, para reunir después la fuerza con
que puedan contar, que estamos seguros les abandonarán, al primer amago de
persecución, quedando siempre mientras permanezca armada, dispuesta a concurrir
a cualquier llamamiento>>.
El día 21 llegaría a
León el general Juan González Anleo con la vanguardia del ejército de
Observación, quien, al día siguiente, procedería al desarme de todos los
Realistas de la ciudad, 400 hombres de infantería y 80 de caballería. No cabe duda de que la
presencia de aquellas tropas en la provincia y la salida en su persecución de
la columna aprestada por el general Castañón, hacia inviable los planes de los
sublevados, que terminarían por dirigirse a Portugal para unirse allí a D.
Carlos, desterrado más o menos subrepticiamente por el R.D. de 13 de marzo de
1832. La derrota de D. Miguel
de Portugal ante las tropas revolucionarias que defendían los derechos de su
hermano D. Pedro y de su hija María de la Gloria, obligaría a D. Carlos y a los
suyos a embarcarse rumbo a Inglaterra, zarpando el día 3 de junio de 1834.
Algunos de los hombres que allí se les habían unido pudieron seguirles, pero no
todos. Algunos de éstos conseguirían regresar a España, otros permanecerían
presos en los pontones de Lisboa hasta el final de la guerra, muchos de ellos
morirían. Nuestro protagonista relataba en su Hoja de Servicios: <<En 1834 le hicieron prisionero los
portugueses a la raya de Portugal, pueblo de Manzalvos y conducido a Lisboa donde estuvo retenido en los pontones de la Abadía
hasta que le libraron pasaporte para Londres en Julio de dicho año>>. A continuación refería: <<A fines del mismo desembarcó en Francia por
donde entró en las Provincias y de orden superior fue agregado en clase de
Coronel de Caballería a la división castellana mandada por el brigadier D.
Santiago Villalobos>>. Información que
aprovechamos para anotar que su Hoja de Servicios figura su ascenso a teniente
coronel mayor con antigüedad de 4 de noviembre de 1833 y a coronel con la de 15
de abril de 1834,
fechas, ambas, en las que se encontraba en Portugal al lado de D. Carlos. También
para apuntar que, desde el inicio de la contienda, en el Norte y a las órdenes de
los sucesivos jefes de aquel ejército carlista, incluido Tomás de
Zumalacárregui, siempre hubo unidades castellanas procedentes de la dispersión
de los primeros pronunciamientos mandados por jefes que habían participado en
ellos como Jerónimo Merino, Ignacio Alonso-Cuevillas, Santiago Villalobos, José María Arroyo, Basilio Antonio García y tantos otros, a los que
se sumarían jefes y oficiales llegados de todos los rincones de España, los
procedentes de sus continuas reclutas y pasados del ejército isabelino, hasta
constituir la que sería famosa división de Castilla del ejército Real del
Norte. Pero, son muy pocos los datos que respecto a esta etapa de su vida narra
Tarrero en su Hoja de Servicios. Aún así, trataremos en base a ellos
reconstruirla, al menos en parte.
Para ello, lo primero
que tenemos que apuntar es que por aquella época Santiago Villalobos mandaba habitualmente
entre 200 y 250 jinetes castellanos, por lo que, teniendo en cuenta que un escuadrón
solía reunir entre 90 y 120 hombres,
podemos decir que mandaba dos escuadrones, que pertenecientes al organigrama
del ejército real del Norte, se denominaron 3er regimiento
Provisional. Pero no sabemos exactamente cuando se unió Tarrero a ellos. Si nos
atenemos exclusivamente a lo reseñado en su Hoja de Servicios, parece que
estaríamos hablando del verano de 1834, pero la Gaceta de Madrid recogía la noticia, enviada por el comandante de
armas de Verín, de su prisión en febrero de 1835. Y puesto que su Hoja de
Servicios, como la mayoría de las confeccionadas en la época, fiadas a la
memoria del protagonista, están repletas de inexactitudes cronológicas, hemos
de dar por buena la fecha de febrero de 1835 para su prisión, lo que implicaba
que desde la salida de D. Carlos de Portugal había vagado por el país vecino,
imaginamos, que intentando regresar a España, y como consecuencia, también aceptamos
que su llegada a Francia fuese a finales de julio y su entrada en España a
principios del mes de agosto de ese año de 1835. Seguramente se dirigió en cuanto
estuvo en España a unirse al cuartel real que, el día 9 de ese mes de
agosto, se había establecido en Puentelarrá abandonado por los cristinos. Y
entendemos como probable que ese fuera el lugar donde Tarrero se unió a
Villalobos, porque sabemos que a la caída de la tarde del día 10, pasó por allí
el jefe cántabro con 130 caballos, número lógico tras las
duros enfrentamientos y persecuciones sufridas en sus incursiones por tierras
cántabras y palentinas a principios de año. Pero alejándonos de especulaciones
y remitiéndonos a su Hoja de Servicios en la que reseña su participación en los
combates de Salvatierra y Arlabán, nos centraremos en éstos. El combate sostenido
entre el castillo de Guevara y Salvatierra tuvo lugar durante los días 27 y 28
de octubre de 1835 y en él se enfrentaron los generales Nazario de Eguía, a quien D. Carlos acababa
de dar el mando del ejército carlista del Norte y su homólogo isabelino Luis
Fernández de Córdova. No vamos a intentar ni
tan siquiera un resumen de aquella batalla, pues es lo suficientemente conocida
como para quien tenga interés en conocer sus detalles pueda, sin demasiados
problemas, encontrarlos, solamente anotaremos que su resultado fue incierto,
atribuyéndose ambos jefes la victoria. Lo mismo sucede con la siguiente que
mencionaba y que tuvo lugar durante los días 16 y 17 de enero de 1836, teniendo
el dispositivo carlista a las órdenes del nuevo jefe de su ejército Bruno
Villarreal y Ruiz de Alegría, su
centro en el alto y venta de Arlabán, donde los carlistas derrotaron, esta vez
sin duda, al ejército cristino mandado por nuevamente por Luis Fernández de
Córdova. Vuelve después de citar estas dos batallas a existir un gran vacío en
la Hoja de Servicios de nuestro biografiado, pero puesto que nada dice que nos
haga suponer lo contrario, debemos pensar que siguió a las órdenes de
Villalobos. Por tanto, que debió asistir el 5 de marzo al desgraciado choque de
Orduña, en el que 1er batallón de Tiradores de Castilla fue
aniquilado por el sorpresivo ataque del ejército del mando de Baldomero
Fernández-Espartero,
sin que el escuadrón de Villalobos que le protegía, pudiese evitarlo, pudiéndose
conocer los pormenores de aquel encuentro, en el despacho, demasiado parcial,
que el jefe cristino firmaría ese mismo día en Berberana. También, debió concurrir al
combate, ocultado por la prensa oficial cristina, sostenido el 19 de mayo
en las proximidades de Quincoces de Yuso, en el que Villalobos, con su
escuadrón, aniquiló a la compañía de granaderos del 2º batallón del regimiento
del Rey, pudiendo consultarse su despacho, tampoco modelo de imparcialidad, firmado
en Salinas de Añana el día 21, en la Gaceta
de Oñate.
Rellenado ese hueco, retomamos su Hoja de Servicios, que nos introduce en uno
de los periodos más interesantes para el carlismo castellano, el de las
expediciones, a las que, naturalmente, vamos a dedicar especial atención.
Anotaba Tarrero que en
1836 <<siguió la expedición de
Gómez>>. De esta famosísima expedición, dirigida por Miguel Gómez
Damas, ahora tan solo apuntaremos que, sería el día 26 de junio de 1836, cuando
emprenderían la marcha sus componentes desde Amurrio, para regresar el 19 de
diciembre a Orduña, tras recorrer España de este a oeste y de norte a sur y
haber andado más de 4.600 km, siempre acosados por columnas superiores y de
haber combatido contra los generales Juan Fernández Tello, Ramón Pardiñas,
Baldomero Fernández-Espartero, Narciso López, Isidro Alaix, Juan Antonio
Escalante, Felipe Ribero y Ramón María Narváez. Pero, siendo nuestro
protagonista coronel de caballería, podemos reseñar que la caballería
expedicionaria se limitaba a su salida al 2º y 3er escuadrón
Provisional de Castilla, unos 180 jinetes, mandados por el recién ascendido a
brigadier Santiago Villalobos, siendo el comandante del 2º Provisional Eugenio
Barbadillo , que entendemos que
llevaba de segundo a Victoriano Vinuesa y el comandante del 3º
Provisional nuestro protagonista, siendo su segundo Juan José Pérez Argüelles. Resumía Tarrero su
participación en tan brillante aventura, anotando en primer lugar, que hizo
<<con su escuadrón 400 prisioneros
en Barco de Soto de Asturias y habiendo sido herido de bala al romper la línea
del General Tello>>. Debiendo aclarar, que el
combate que los expedicionarios mantuvieron el día 6 de julio en Barco de Soto
(Soto del Barco) sobre el río Nalón, fue contra el entonces coronel Ramón Pardiñas
que esperó a los carlistas al otro lado del río, a pesar de lo cual los
expedicionarios mandados por el brigadier marqués de Bóveda de Limia, segundo jefe de la
expedición, les cargaron haciéndoles más de 300 bajas y 521 prisioneros. Aunque
también es cierto que, el día 27 de junio habían derrotado al brigadier Juan
Fernández Tello en Revilla de Pienza, habiendo hecho a los cristinos 600 bajas
y 667 prisioneros, y muy bien pudo ser herido allí Tarrero, quien concluiría su
participación en la expedición reseñando
que estuvo <<en la toma de Almadén>>, entonces fortificada y
defendida por el general Manuel de la Puente. Asaltada la población el día
23 de octubre, resistió hasta la mañana del 24, cuando el general cristino tuvo
que capitular, quedando prisionero con otros 1.767 hombres. Luego, recogería su
participación en el sitio de Bilbao, pues ciertamente, apenas tras un breve
descanso, aquellos hombres fueron incorporados al sitio de la capital vizcaína,
teniendo incluso su infantería una destacada participación en los momentos
decisivos de la famosa batalla de Luchana, el día 24 de diciembre de 1836.
Continuaba su Hoja
de servicios reseñando que <<a las
órdenes del Marqués de Bóveda se halló en los ataques de Orduña, de Zornoza y
Villanueva de Mena por el general Espartero>>. Redacción, que representa
un problema para su correcta identificación, fundamentalmente por su imposible
correlación temporal en período coherente. En cualquier caso, entendemos que se
refiere al combate, ya reseñado, sostenido por los defensores de Orduña atacados
por Espartero el día 5 de marzo de 1836; al choque sostenido por Espartero en
Zornoza, durante los días 20 y 21 de marzo de 1837, tras la derrota del
ejército liberal anglo-español en la batalla de Oriamendi (16 de marzo de 1837),
que obligó al general cristino a retirarse hacia Bilbao, hostigado por los
carlistas y obligado a defenderse en la citada población vizcaína, y al ataque
a la línea carlista sobre el valle de Mena, en el intento de Espartero por
llegar hasta Balmaseda; línea defendida por el marqués de Bóveda de Limia, quien
había sido ascendido a mariscal de campo por su destacada intervención en la
batalla de Villar de los Navarros el 24
de agosto de 1837 y designado comandante general de Castilla, tras el regreso
de la expedición Real (26 de octubre de 1837), ataque que se concretó en la
batalla llamada de Medianas y Bortedo, que se desarrollaría durante los días 30
y 31 de enero de 1838, falleciendo en ella, el primer día de los citados, el
marqués víctima de una bala de cañón. Luego, anotaría Tarrero, en otro claro
error cronológico que, <<en 1838
salió con la expedición Zaratiegui>>.
Desde la salida de la <>,
que llevaría a D. Carlos a las puertas de Madrid, a pesar de sus éxitos
iniciales, era evidente que el
Gobierno cristino iba a movilizar todos sus recursos para evitar su avance y
que las columnas en su persecución irían multiplicándose. Siendo la salida de
Espartero de Navarra, al frente de ocho batallones, para sumarse a su seguimiento,
lo que convenció a José Ignacio Uranga, quien había asumido el
mando en el Norte a la salida de los expedicionarios y a Juan Antonio
Zaratiegui, de la necesidad de enviar a Castilla una nueva expedición que
amenazando a Madrid, obligase a los cristinos a retirar tropas de las que acosaban
a D. Carlos, para proteger la capital del reino. Imaginamos que para despistar
a sus enemigos, los nuevos expedicionarios que habría de mandar Juan Antonio Zaratiegui salieron divididos en dos
cuerpos, uno al mando del propio Zaratiegui, lo haría el 19 de julio de 1837
desde Quintana, mientras que el otro, dirigido por Juan Antonio Goiri, lo efectuaría al día
siguiente desde Amurrio, no marchando combinados hasta el día 25, estando ya en
tierras de Montes de Oca. La expedición, tras tomar Segovia (4 de agosto de
1837), amenazar Madrid (combatió en Las Rozas el día 11 de agosto de 1837),
regresaría a Burgos, donde se reuniría con la expedición Real, combatiendo
junto a ella en Retuerta (5 de octubre de 1837), para luego volverse a separar y
regresar al Norte el día 19 de octubre. Como al hablar de la <>, reseñaremos primero la composición de su caballería. Su
comandante general era el brigadier Francisco Ortigosa y se componía de dos
escuadrones de Lanceros de Navarra: el 2º, a las órdenes del comandante Ramón
Mendívil y el 4º, dirigido por el comandante Antonio Osma; el llamado escuadrón
Cántabro, mandado por el comandante Bernardo Alonso Gago y el de la Legitimidad, a
las de Francisco Gutiérrez-Quijano, con el que inicialmente
cabalgaría nuestro biografiado, quien anotaba en su Hoja de Servicios que se
quedó <<en la Sierra de Comandante
General de la Caballería hasta la reunión de Zaratiegui con D. Carlos>>.
Para explicar lo anotado por Tarrero, debemos apuntar que no fue hasta el día
29 de julio, cuando se reunieron, entre Puentedura y Covarrubias, los dos
cuerpos en los que hasta entonces habían estado divididos los expedicionarios,
aprovechando Zaratiegui para mandar hacia la Sierra a la Junta de Castilla, que
había acompañado a Goiri, para asentarse, fortificarse y reclutar y organizar
cuantos mozos les fuera posible, mientras él, con el resto avanzaba hacia
Madrid. Así lo explicaba Antonio Pirala:
<
,
oficial del país, que iba en la misma expedición, a cuyo amparo dejó también
los dos cuadros castellanos, que tenían sobre cuatrocientos hombres, al cargo
del coronel don José Barradas
. También quedó unido a
estos jefes el ingeniero arquitecto don Pedro Ansoleaga, para que, elegido un
sitio oportuno en lo interior de la sierra, se fortificase. El jefe don
Victoriano Vinuesa
recibió a la vez la comisión de levantar gente, y todos estos oficiales
obtuvieron instrucciones sobre el modo como habían de arreglar su conducta>>
.
Informaba el jefe
político de Soria, con fecha 2 de agosto: <<Unos mil hombres de la expedición facciosa estaban el día 31 [de
julio] en Hontoria del Pinar, y entre
ellos corría la voz de pasar a San Leonardo, pueblo ya de esta provincia>>. No puede haber duda, por
tanto, de la existencia de esta columna desgajada del cuerpo principal
expedicionario, ni de su misión. Sin embargo, en el texto del historiador
madrileño no se menciona a Tarrero, aunque esto no significa que no estuviese,
pues otros muchos jefes y oficiales que participaron en la expedición tampoco se
citan, como por ejemplo Feliciano Blanco, quien posteriormente
mandaría la caballería castellana. Zaratiegui, de regreso de su aproximación a
Madrid, repasaría el Duero por Vadocondes el día 18 de agosto, mandado a Goiri
con la división vizcaína en busca de Barradas, que por entonces se encontraba
en San Leonardo. Tras una escaramuza sostenida el 20 en Palacios de la Sierra, se
reunieron Goiri y Barradas, que se sumaron a los demás expedicionarios el 23, en
Covarrubias. Sabemos que Zaratiegui destituiría a Barradas, descontento con él,
por no haber conseguido fortificar lugar alguno como se le había pedido, lo que
no tuvo que significar que Tarrero sufriese la misma suerte. Después de reorganizar
a sus hombres, Zaratiegui emprendió la tarea de controlar aquellas comarcas. El
5 de septiembre tomaba El Burgo de Osma y el 10, Lerma, que decidió convertir en
la capital de la Castilla carlista. Allí, el 11, antes de marchar hacia Aranda
de Duero, dejó instalada a la Junta de Castilla y a Goiri, como comandante
general. Goiri daría el mando de la Sierra al coronel Marrón, manteniendo, dando
crédito a su relato, a Tarrero como jefe de la caballería. Zaratiegui entraría
en Valladolid el 18 de septiembre, para luego regresar a Burgos para reunirse
con la <>, en Aranda de Duero, el día 28 de
septiembre. Recordemos que Tarrero contaba que, fue entonces cuando dejó su
mando de la caballería castellana, hemos de suponer que tras que Zaratiegui de
regreso en Burgos reorganizase sus tropas, dando el mando a Feliciano Blanco.
Anotaba luego en su Hoja de Servicios, que se halló <<en la acción de Covarrubias>>. Pero parece evidente que
se refiere a la batalla que normalmente se conoce como de Retuerta a la que ya
hicimos mención. Tras aquel
combate, en el que se enfrentaron por un lado, las expediciones reunidas de D. Carlos
y Zaratiegui contra las divisiones reunidas de Espartero, barón de Carondelet y Manuel Lorenzo, que aunque de resultado
equilibrado, a pesar de la superioridad numérica de los cristinos, supondría el
detonante del repliegue carlista hacia el Norte, seguramente con Tarrero
agregado a la caballería del mando de D. Carlos, por lo que hay que suponerle
de regreso el día 26 de octubre. Siendo el siguiente dato de su Hoja de
Servicios que, <<siguió la
expedición del Conde Negri mandando una brigada de Caballería hasta su
dispersión>>.
Una de las expediciones
carlistas menos estudiada es, sin duda, la que el conde de Negri. Nosotros en nuestro
trabajo sobre el <> ya intentamos dejar
constancia de su objeto e importancia, al subrayar que su sacrificio, atrayendo
sobre sí las diversas columnas que actuaban en Castilla, permitió que Merino
trabajase con la libertad suficiente como para reclutar dos nuevos batallones e
intentar fortificar la meseta de Carazo. Ahora tan solo podemos anotar que, salió
el día 14 de marzo de 1838 de Orduña, integrada por ocho batallones de
infantería más el cuadro de un noveno, una sección de artillería con dos piezas
de montaña. Respecto a su caballería, a la que como hemos hecho hasta ahora,
quisiéramos prestar especial atención, debemos anotar que la falta de estudios
sobre esta expedición nos hace difícil establecer su composición y mandos con
total seguridad. Parece ser que su jefe fue el brigadier Luis López Delpán,
aunque por aquellas fechas nuestro biografiado ostentaba también dicho empleo
con antigüedad de 28 de diciembre de 1837 y si como el mismo dice mandaba una
brigada, habremos de suponer que había dos y por tanto, cuatro escuadrones
formando el 2º y 3º Provisional de Castilla, a los que habría que sumar el escuadrón
Cántabro. A partir de estos datos podemos deducir Eugenio Barbadillo, también
brigadier desde el año anterior, mandaría el 2º Provisional y Tarrero el 3º. Respecto
al mando de los escuadrones, solamente podemos asegurar la presencia del
coronel José María Arróspide al frente de uno de los
del 3º Provisional y de Epifanio Carrión al frente del Cántabro. El
día 19 de marzo se separaría Merino, para dirigirse a la comarca de Pinares
para cumplir sus órdenes de recluta y fortificación, acompañándole el escuadrón
Cántabro y el 2º Provisional. Sería la destrucción de la expedición en las
cercanías del puerto de La Brújula, el día 27 de abril de 1838, la que obligaría
a Merino a dirigirse al Maestrazgo, como también lo harían algunos de los jefes
y oficiales que escaparon de aquel desastre, como lo
haría Tarrero, según recogía en su Hoja de Servicios, en la que exactamente
anotaba: <<marché al Ejército de
Cabrera>>.
El resto de su
participación en aquella guerra ya sería testimonial y el mismo la resumiría en
dos líneas: <<En Marzo de 1839
volvió a las Provincias con 9 caballos solos. = Fue destinado de cuartel al
pueblo de Guernica, de don le trasladaron a Tolosa y después a Elizondo,
pasando de aquí a Francia>>. Desde el país vecino se
adheriría al Convenio de Vergara, regresando a España e iniciando los tramites
para que se le reconociese su empleo de brigadier de Caballería, lo que conseguiría
el 30 de junio de 1843, con antigüedad de la fecha del Convenio, 31 de agosto
de 1839, designándosele cuartel en Valladolid. Allí residió, aunque fueron
constantes sus peticiones de licencias para tomar baños, alegando su estado de
salud, viajando con frecuencia al Norte y en alguna conspiración debió andar
metido, puesto que sabemos que en mayo de 1860 estuvo preso, aunque por breve
tiempo, en Madrid. Anotando, para concluir, que falleció en Valladolid el día
27 de enero de 1866, encontrándose en posesión de la Cruz y Placa de San
Hermenegildo.
Carlos O’Donnell y Anethan
. Santander.
Institución Cultural de Cantabria. Centro de Estudios Montañeses. Diputación
Provincial de Santander, 1972 (p. 196).
No queremos tampoco olvidarnos del
coronel Antonio Moya, inspector del Arma ni de que, en León, en los primeros
días de agosto, con los voluntarios presentados se pudo organizar un nuevo
escuadrón que se denominó 4º Provisional de Castilla, dándose su mando al
comandante Vinuesa; que en Córdoba, en los primeros días de octubre, se
formaría el 5º Provisional de Castilla poniéndose a su frente el comandante
Carlos Tassier Orta; que también en Córdoba, el brigadier Manuel Armijo
Aguilera sustituiría a Santiago Villalobos muerto el día 30 de septiembre a la
entrada en la ciudad. Debiendo mencionar también al comandante Manuel Añón Mir
que mandaría a caballería aragonesa que se unió a la expedición y la
participación en la expedición de algunos de los más destacados jinetes castellanos,
aparte de los mencionados, como la de los entonces capitanes Epifanio Carrión
Gómez, Modesto de Celis Mier, Agustín Rey Santos, Pedro Nozal del Barco o
Higinio Rodríguez-Navamuel y Rodríguez-Navamuel.
José Antonio Gallego
Funcionario de Carrera, Historiador carlista y colaborador de la A.C.T. Fernando III el Santo