|
Nuestra Señora de Valgañón |
Consagrada el 7 de
noviembre de 1224, por el obispo Don Mauricio de Burgos, la hoy conocida como
Iglesia de la Virgen
de Tresfuentes fue impulsada por los reyes Doña Berenguela y Don Fernando III
de Castilla en la primavera del año 1218 con el fin de acatar el deseo
expresado por Nuestra Señora, a la pastorcilla Inés, de “habitar aquí, en este pueblo para siempre”.
Aunque hoy día la
localidad de Valgañón pertenece a La
Rioja, en el S. XIII pertenecía a la diócesis de Burgos, y fue
así que llegando a Burgos la noticia de la aparición de la Virgen, el obispo Don
Mauricio se lo trasladó a los reyes. Estos, que se encaminaban hacia Nájera,
decidieron hacer un alto en Valgañón, donde tras conocer a la pastorcilla,
decidieron crear el templo que aún hoy podemos contemplar. La tradición nos
cuenta que el propio Rey colocó la primera piedra de la actual ermita de Tres
Fuentes de Valgañón.
Hoy en día, aún se
conserva una leyenda que da fe del año en que esto sucedió, y dice así: “CONSECRATA
EST ECCLESIA EPI BURGUENSIS MAURICI DEI VII. MENSIS NOMBRIS ANNO CHRISTO MCCXXIIII”
|
Tres Fuentes de Valgañón |
|
Ermita de las Tres Fuentes de Valgañón construida por el Rey Fernando III el Santo |
LEYENDA DE LA VIRGEN DE
VALGAÑÓN
Hallábase Inés cierto día apacentando cuidadosa, como de
costumbre sus ovejas en el verde y ameno monte que llaman la Dehesa, y estando recostada
junto a un risueño arroyuelo formado por un manantial que poco más arriba
nacía, vio que bajaba del monte una hermosísima Señora, bella como el sol
naciente entre nubes de rosa y nácar; de esbelto talle y semblante dulce y
amoroso.
Entre temblores inspirados por la
grandeza y majestad de tan extraordinaria visión, sentía Inés como embargado y
confortado su ánimo de una dulce confianza y todavía fue mayor su alegría
cuando, deteniéndose delante de ella, oyó de los amorosos labios de la Señora estas sencillas
palabras; con dulce acento pronunciadas:
"Dime,
Inés, ¿qué haces aquí?”.
Inés contestó enseguida:
"Guardo,
Señora, aquestas ovejas que mis padres confiaron a mis cuidados”.
"Y
dime: ¿por qué razón ayunas hoy?"
“Porque es
viernes y tengo devoción de ayunar en obsequio de María Santísima todos los
viernes del Año".
“Me agrada
tu devoción tanto como tu inocencia pero te dispenso del ayuno. Porque he
determinado confiarte un encargo importantísimo, para ti y para todos los
habitantes de este pueblo de Valgañón. Escúchame pues, atentamente: Yo soy,
hija mía, la Virgen María,
Madre de Jesús y quiero habitar aquí, en este pueblo para siempre. Pero son
tantos los pecados con que ofenden a mi querido Hijo aquestos paisanos tuyos,
que han demorado hasta el presente, el cumplimiento de mi deseo. Está ya
próxima a llenarse la medida de la justicia divina, y antes que el Cielo
descargue sobre ellos su justa cólera, quiero usar de mi amor y misericordia
con estos moradores. Baja, pues a Valgañón. Cuéntales este suceso y diles que
si en el plazo de cuarenta días no se arrepienten de sus muchas culpas, y se
enmiendan y corrigen, todos serán destruidos sin que quede piedra sobre piedra
en todo su territorio. Si se arrepienten, desde ahora les prometo ser su
especial protectora y habitar aquí entre ellos”.
Llegó Inés a su pueblo
rebosante de felicidad y, al mismo tiempo, impaciente por comunicar a sus
vecinos el contenido del mensaje recibido de labios de la Señora. Sin embargo,
la inmensa alegría que la acompañó mientras descendía de la Dehesa, pronto se trocó en
motivo de aflicción por la actitud de rechazo que encontró en las primeras
personas a quienes refirió el contenido de su misiva. Ninguno dio crédito a sus
palabras; pero, no obstante, los moradores de Valgañón no tardaron en conocer
lo que Inés decía haber sucedido en el monte.
Les refirió con todos sus
detalles la historia de tan maravilloso suceso; pero ninguno dio crédito
a las palabras de Inés. Tratáronla de ilusa unos, otros de loca y visionaria y,
los más, diciendo que estaba soñando y no sabía lo que decía, aunque ella se
esforzaba una y otra vez para convencer a sus paisanos de la veracidad de los
hechos referidos.
Ante esta inesperada
situación, y discurriendo cómo podría influir con mayor convicción en el ánimo
de sus convecinos, ¿qué hacer? En primer lugar, no debía descuidar su diaria
ocupación de pastora. El trabajo encomendado por sus padres, debía ser atendido
y continuarlo con la mayor diligencia y dedicación, si cabe.
Al día siguiente, muy
de mañana, salió con su rebaño, según acostumbraba, en busca del pasto que sus
ovejas necesitaban, en tanto que su pensamiento iba a los felices momentos
vividos al lado de la Señora
ya la amarga desilusión que le proporcionaron sus paisanos.
Vencida la penosa ascensión a la Dehesa, se encontró de
nuevo en el lugar del prodigioso encuentro. Su recuerdo volvió a
representársele con vivos colores a Inés, contrastando aquella sublime escena
con el soberbio endurecimiento de su pueblo, con lo que renovó las amargas
horas vividas al tener que soportar a tantos incrédulos.
Aquella angustia apenas duró unos
instantes, pues de inmediato, hizo su aparición por segunda vez la Virgen María, y todas
las angustias que momentos antes experimentó la joven, se disiparon al instante
y la alegría volvió a resplandecer en su rostro cuando la Santísima Virgen
María se dirigió de nuevo a nuestra pastorcilla, de esta manera:
"¿Es
posible, Inés, que ese pueblo ingrato y soberbio se muestre todavía duro y
rebelde a mis maternales voces ya tus palabras inocentes?”
"Señora,
contestó Inés entre sollozos y lágrimas: Es verdaderamente terco y duro este
pueblo mío y, por eso, le compadezco más. Creo que si vos misma no me dais una
señal patente de vuestra aparición con que den crédito a mis palabras, no habrá
remedio para estas gentes, y su perdición es segura"
"No;
no quiero que perezcan, (dijo la hermosa Señora, como hablando consigo misma) y
porque veas, Inés, cuanto deseo tu salvación y también la de tu pueblo llégate
a mí y te daré como señal un prodigio permanente"
Acercóse tímida la humilde
pastorcilla, y sintió que la Santísima Virgen imprimía con dulzura inefable
los cinco virginales dedos de su diestra mano en su mejilla izquierda,
traspasando al mismo tiempo todo su ser una conmoción tan agradable e intensa
que la hacía completamente feliz y dichosa. Al mismo tiempo oyó de sus
celestiales labios, estas cariñosas frases:
"Ahí
llevas una nueva señal, con la cual te creerá tu pueblo y quedaron en el rostro
de la jovencita las bellísimas huellas que señalaron dedos virginales que
conservó hasta su muerte”.
Con estas gloriosas y patentes
señales se presentó nuevamente en su pueblo, que lleno de
admiración y asombro, la contemplaban sin apenas atreverse a acercarse a ella:
tanta era la veneración y tan grande el respeto que infundía aquella faz
marcada. No fue necesario que Inés emplease muchas palabras para hacerles
comprender la realidad del nuevo milagro pues, aquellos signos de su cara les
sirvieron de punto de reflexión para acabar de comprender que estaban ante un acontecimiento
singular, de forma que los insultos y burlas recientes, se convirtieron en
lamentos al reconocer anteriores culpas y extravíos, preludio de un formal
arrepentimiento.
Unos se entregaron humildemente;
otros sintieron deseos de cambiar su modo de vivir y, los más reacios, quedaron
apercibidos. El ambiente espiritual de la villa se fue caldeando y ya se sentía
en las gentes la necesidad de recuperar la amistad con Dios.
Durante varios días se suceden en
el templo diversos actos penitenciales que, de manera individual y espontánea,
realizaban los vecinos de Valgañón, y ante este espontáneo y general movimiento
de conversión, se reunió el venerable Cabildo y noble Ayuntamiento para tratar
acerca de lo que convenía hacer; y acordaron que todos los habitantes fuesen
vestidos de penitencia hasta el cerro de la Dehesa en donde, según el testimonio de Inés, se
había aparecido María Santísima. Era,
dice la tradición, un espectáculo tierno y conmovedor el ver a todo un pueblo
llorar públicamente sus pecados; sus rostros angustiados, tristes sus
semblantes, de tosco sayal vestidos, cubiertas de ceniza sus cabezas.
Ya los negros pendones y
estandartes tremolaban a los vientos y hasta las sagradas imágenes y la santa y
adorable Cruz, iban con velos negros cubiertas, la ordenada procesión va
caminando hacia la Dehesa,
muchos con los pies desnudos, y todos, clero y pueblo clamando arrepentidos al
Señor con cánticos de sincero dolor. Suben
la empinada y escabrosa cuesta que conduce a la Dehesa, precedidos y guiados
por la ya admirada pastorcita; la cual, lleva sobre sus débiles hombros un
pesado madero y ya cerca del cerro, manda Inés que se detengan todos y, ella
sola, cargada con su cruz, rendida de fatiga, pero animada y de forma
prodigiosa fortalecida, dirige con ligereza sus pasos hacia la cristalina
fuente.
Allí la bella encantadora imagen
se le aparece irradiando mil fulgores y le dice:
“No tengas
ningún temor: deja ya el pesado leño y acaben tus lágrimas y pesares. Ve, ve
ligera y di a tu pueblo que ya mi Hijo ha oído tus clamores. Ha visto su
contrición y aceptado sus penitencias y que, por su misericordia, ya están
perdonados. Que se despojen de sus lutos y que me busquen en este lugar y me
bajen a la villa porque quiero desde hoy ser protectora perpetua de Valgañón”.
Así habló la Virgen y, al momento,
desapareció. La encantadora niña voló a comunicar a sus paisanos tan buena
nueva y los encontró postrados en tierra y humilladas sus frentes mientras
imploraban del Cielo favor y clemencia.
Cuando Inés comunicó a su pueblo
la existencia de la imagen que la Virgen María había puesto de manifiesto ante sus
ojos no fue posible contener un momento más el ardiente deseo que todos tenían
de contemplar la
Veneranda Imagen. Apresurando el paso, hallaron en le fuente
el hermoso simulacro de la Madre de Dios con un bellísimo Niño,
risueño y apacible, sentado sobre sus celestiales brazos y reclinado en su
amoroso pecho.
Con veneración, los sacerdotes,
después de rendirse a las plantas del Cordero y de su Santa Madre, cargan sobre
sus hombros venerables el peso virginal y, juntos con todo el pueblo, entonan
himnos y cánticos de regocijo y alegría, mientras descienden de la montaña
portando la imagen de Nuestra Señora hacia la ermita en que decidieron
entronizarla hasta disponer de otro santuario más acorde con la importancia y
santidad de la imagen.
6/03/2015
Luis Carlón Sjovall
A.C.T. Fernando III el Santo