Doña Blanca de Castilla y San Luis en un códice medieval |
Fue nieta de la gran Leonor de Aquitania, hija
del Rey castellano Alfonso VIII, esposa del monarca francés Luis VIII y madre
de San Luis. Durante toda su vida se caracterizó por sus innegables dotes de
gobierno y una personalidad a prueba de sediciones, conjuras y revueltas, lo
que le permitió pasar a la Historia
como modelo destacado de soberana medieval.
Aquélla que fue llamada por sus coetáneos “la Reina buena y justiciera”
nació a principios de 1188 en la ciudad de Palencia. Sus padres, los reyes Alfonso
VIII de Castilla y Leonor Plantagenet, tuvieron una extensa prole que llegó a
contar 17 hijos, de los que algunos fueron monarcas en los países más
influyentes del momento.
En el caso de Blanca, su destino quiso unirla
al destino de Francia. Un acuerdo entre el soberano galo Felipe II Augusto y el
monarca inglés Juan sin tierra facilitó el camino para que la infanta
castellana contrajera nupcias con Luis, primogénito del Rey francés.
La encargada de llevar a término este lance
entre estados fue Leonor de Aquitania. Ella se encargó personalmente de seleccionar
entre sus nietas a la candidata más idónea. La elegida fue Blanca, y juntas
viajaron a Francia para cumplir con el matrimonio impuesto.
Una vez en la corte, la joven se integró con
absoluta normalidad en los ambientes palaciegos de su nueva patria. Desde los
primeros instantes demostró una lúcida inteligencia que le permitía sondear con
claridad meridiana el estado de las cosas en aquella Francia acuciada por difíciles
problemas arrastrados desde tiempos atrás. A estos peligros se sumaba la incómoda
herejía cátara que se propagaba por los territorios de Languedoc y del Midi,
amenazando con ello la estabilidad de un reino muy limitado en sus marcas
fronterizas.
Blanca, esposa del
heredero desde el 23 de mayo de 1200, no quiso permanecer en un segundo plano y
participó _ tras la mayoría de edad de su marido_ en diferentes cuestiones del
Estado, incluidas las guerreras. Así, acompañó a su esposo en las campañas
victoriosas contra los ingleses, como en la Batalla de Roche-aux-Moines _librada en 1214_ que
supuso para el valeroso Luis VIII el sobrenombre de “El León”. Mientras tanto,
doña Blanca iba dando a luz un descendiente tras otro, hasta un total de 11 y,
aunque cuidó personalmente la educación de todos ellos, sus desvelos se
centraron en la intrusión de su primogénito, el futuro Luis IX.
En 1223 fallecía
Felipe II Augusto, siendo sucedido por su hijo Luis, si bien éste apenas pudo
reinar tres años por causa de una inesperada muerte cuando contaba 38 años. Esta
situación la dejó viuda y regente de un Reino confuso a expensas de diferentes
peligros. Casi de inmediato, los nobles más reaccionarios se sublevaron contra
la monarquía al no aceptar una Reina extranjera en su trono. Asimismo, los
ingleses aprovecharon la circunstancia para tomar nuevamente posiciones en los
territorios galos.
Ella, lejos de
amilanarse, se puso al frente de sus ejércitos y con gran tenacidad consiguió
sofocar los núcleos sediciosos mientras sojuzgaba el ánimo de los cátaros, defendidos
por el conde Raimundo VII de Tolosa, con quien _ gracias a un acuerdo
matrimonial_ pudo resolver el problema planteado desde el sureste francés. Esto
facilitó la anexión plena de esas tierras al cada vez más extenso Reino galo.
Durante estos años,
la regente Blanca fue testigo del esplendor del arte gótico. En compañía de su
hijo favoreció oportunos mecenazgos que levantaron bellos santuarios, como
Sainte-Chapelle, iglesia concebida para albergar las Santas Reliquias traídas
de Oriente. También combatió con éxito movimientos religiosos dominados por la
histeria, como la Cruzada
de los pastorcillos.
En 1234 casó a su
hijo _el futuro Luis IX_ con Margarita de Provenza. Dos años más tarde le
entregó el gobierno de la nación, tras cumplir éste la mayoría de edad. Todo
hacía ver que ahora sí la vida pública de doña Blanca recibiría un aliviador
respiro. Sin embargo, las inquietudes religiosas de su vástago le impulsaron a
encabezar una nueva Cruzada contra el Islam, que acabó en un estrepitoso
fracaso con la captura del propio monarca. Esto devolvió a la Reina madre a una forzosa
primera fila de la política, desde la que siguió administrando buenas dosis de
sabiduría y justicia entre sus súbditos.
Escudo de Doña Blanca de Castilla en la Sainte-Chapelle |
El 27 de noviembre
de 1252 fallecía, sabiendo que su hijo había sido al fin liberado de su
cautiverio. Su entierro se produjo en medio del dolor y el profundo respeto
inspirado gracias a su deslumbrante carisma. Actualmente, los franceses la
siguen considerando el mejor ejemplo de Reina capaz en un tiempo fundamental
para la edificación de su historia como gran potencia europea.
Biografía publicada por Juan Antonio Cebrián en El Mundo Magazine el año 2006