A los
católicos de hoy, esos bautizados, a veces comulgados, y rara vez confirmados que
van a la iglesia a bodas, bautizos y comuniones; o a los que profesan la fe desde
esas nuevas comunidades religiosas revestidas de tradicionales, pero que tufan escandalosamente a liberales; o a
los bien intencionados católicos de costumbre, que acuden a los oficios
religiosos e intentan hacer una vida piadosa, a la vez que aceptan las
novedades litúrgicas religioso-socialistas sin apenas pestañear. En definitiva, a
la gran mayoría de los que aún se consideran hijos de la Iglesia Católica, y que por
ejemplo se escandalizan cada vez que en alguno de los medios de comunicación anti-clericales
–esos mismos que ellos mismos consumen habitualmente- aparece un nuevo caso
relacionado con el abuso de menores -generalmente de índole homosexual-, y aún
más, se indignan con los medios
argumentando el tantas veces escuchado "Solo lo denuncian cuando se trata de la Iglesia"…
Lo cierto es
que es inaceptable en cualquier caso abusar de un menor, pero mucho más lo es
cuando se trata de alguien –ya sea religioso o seglar- que se aprovecha de la
situación de confianza que hasta hace no mucho tiempo significaba para unos padres
dejar a un menor a cargo de un centro controlado por la Iglesia.
Que lo
cierto es que desde hace décadas la Iglesia ha sido lugar demasiado cómodo para
muchos personajes sospechosos, que atraviesan todos los filtros de control
hasta llegar a un lugar de confianza con inconcebible facilidad.
Que lo
cierto es que desde el CV II, las altas
jerarquías de la Iglesia han sido muy displicentes con ciertos modos de
entender la doctrina tradicional de la Iglesia, a la par que extremadamente severos
con quienes –curiosamente sin ningún caso de abominación sexual reconocido- se
mantienen fieles a esa misma doctrina tradicional dentro de hermandades casi
proscritas.
Que lo
cierto es que quien dentro de la Iglesia se manifiesta firme a la doctrina y
contundente frente a la blandenguería son atacados; ejemplos no faltan, y ahí están los
obispos Don José Ignacio Munilla o Don Juan Antonio Reig Pla, los cuales a menudo son
retratados ignominiosamente tanto desde fuera de la Iglesia como desde dentro, cual
retrógrados de otra época; cuando cualquiera con dos dedos de frente ha de ser
consciente que la Palabra de Dios no entiende de épocas.
Que lo
cierto, es que la prensa antirreligiosa -y naturalmente meto a mucha de la
llamada prensa de derechas en el saco- ataca con fiereza a la Iglesia no porque busquen un
nuevo camino para el hombre -que ya está impuesto de facto- sino porque huelen
la sangre de su enemigo eterno, que gracias
a una desde hace tiempo gradual debilitación atufa preocupantemente. Seré
iluso, y creeré que algunos debieron
también ilusamente entender que al impregnarse en parte con los ideales revolucionarios,
serían aceptados de alguna manera en tan terrorífico club.
Que lo
cierto es que en el actual Congreso de los Diputados de España no hay un solo escaño
ocupado por nadie que se pueda llamar católico sin crear bochorno, pues de
sobra es conocido que un católico de verdad no aceptaría la ignominia del
aborto, -por lo visto había cinco y desaparecieron de la tómbola electoral- así
como otras tantas y tantas leyes de origen e ideario posrevolucionario.
Que lo
cierto es que tras más de setenta años de blandenguería
posconciliar, de guitarra y amor fraterno, de abusos y curas progres; España y
buena parte del orbe católico se encuentra extremadamente debilitado de hombres
y mujeres recios en la fe. Por el contrario, miles de iglesias vacías son triste
reflejo de una sociedad que ya no se ve a sí misma como trascendental, ni
heroica. Apenas encontramos hoy dejadez, cansancio y una letanía exasperante de
miedosos sin esperanza, que apenas esperan a que alguno de los presuntos
enemigos de la civilización occidental venga con la soga; o lo que es peor, les perdone la vida a cambio de mansedumbre.
El futuro
pinta muy negro, y no porque vengan los rojos, los islamistas o el mismísimo
Atila. Pinta negro porque hemos abandonado como pueblo la fe, y con ella nuestro destino y
fortaleza. Todo lo demás es miseria gracias a las milongas blandiblú..
9/02/2016
Luis Carlón Sjovall
A.C.T. Fernando III el Santo
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