Dicen que el verdadero sentido de un acto, se descubre
cuando dan la cara sus consecuencias, y esto puede tardar minutos o siglos,
pero al final la verdad reluce para quien aún es capaz de ver. Así es que el
mundo en que vivimos, nunca es el generado por nuestros contemporáneos, sino la
consecuencia de los actos de nuestros ancestros. Al respecto se podrían analizar muchas de las
circunstancias acaecidas en el mundo los últimos siglos, y que han sido de
mayor o menor manera responsables de la situación actual del occidente
cristiano, pero en este caso solo me referiré a la religión y el nacionalismo,
pues en los actos llevados a cabo en su nombre los últimos siglos,
encontraremos -y soportamos- las consecuencias.
No escapan al infame tufo revolucionario las naciones, que
si en origen nacieron como unión de pueblos, salvaguardados por el Rex; la Revolución las utilizó desde
el principio simbólicamente para mantener al pueblo unido, hasta que llegará el
tiempo, una vez vacías de sustancia, de destruirlas. La idea es clara, y además
ha demostrado ser la más efectiva de las armas jacobinas. Para entender como se
desarrolló este inmenso engaño, tenemos que volver a esa nobleza y burguesía de
la que antes hablaba que como Adán, decidió morder la manzana, e infestar el
mundo con su pecado. Desde los siglos XIV-XV logias nacidas en el ambiente de estos ordenes sociales fueron alejando a los reyes del
Pueblo, propiciando corrupción y devastación, hasta poder ofrecer a dicho
pueblo el poder sobre la nación, llamando al Rey “tirano”, y haciéndose ellos
mismos con el control en nombre del Pueblo. Pero lo cierto, es que en ese mismo
momento, las naciones dejaron de existir, pues carecían de su sentido natural,
y empezaron a languidecer mientras las logias acumulaban todo el poder a costa
de un Pueblo despatriado de rey y fe, de tradición que lo defendiese de los
abusos de los verdaderos tiranos que con rostro ilustrado condenaban a los
hombres sencillos a una esclavitud a la que llamaron libertad. Claro, las gentes
sencillas no lo sabía en un principio, lo cual no les quita responsabilidad en
su traición y pérdida de libertades, pues su egoísmo ciego, fue quien realmente
los guió. Muchas fueron las promesas dadas, de las cuales la más grave de todas
fue hacer pensar que la nación, reconvertida a raíz de la Revolución en estado
modernista, era la razón de ser de los pueblos. No sabía esta pobre gente, desnortada, que habían atacado el orden natural, y que sus actos en busca
de la quimérica libertad revolucionaria sería no solo la causa de su miseria
moral y terrenal, sino la de la futuras generaciones, además de convertirse ellos mismos en el
garrote ejecutor de pueblos y naciones.
Hoy, tras doscientos años de la creación de las naciones revolucionarias,
podemos asegurar que las naciones ya no existen, pero tampoco existen los
pueblos, ya carentes de tradición que los sostengan y los hagan progresar. Gran
parte del mundo simplemente está en manos de una serie de grupos y logias criminales
que gobiernan a sus anchas, manteniendo en apariencia las estructuras nacionales,
con el único fin de que la turba mantenga un símbolo tradicional al que
agarrarse. Más no nos engañemos, poco tiempo queda ya, pues el Pueblo ya ha
sido suficientemente preparado, para que directamente se den por finiquitadas
las naciones, como antes dieron por terminada a la monarquía, el deber, el
honor, la educación o la lealtad a la Tradición Cristiana
que durante milenios nos hizo crecer y progresar.
Con esta reflexión sobre como hemos perdido nuestros
derechos, solo quiero hacer ver que todo lo que nos han contado es falso, que
el monstruo criminal revolucionario avanza. Y que nuestro deber es ser cuanto
antes conscientes de que si no reaccionamos, podemos ser la última generación
en el mundo con cierta consciencia de que realmente fuimos creados para ser
libres, y crecer religiosa, intelectual y moralmente. Lo que hagamos nosotros,
y lo que no hagamos, repercutirá en el futuro, como a nosotros nos han
repercutido las acciones para bien o para mal de nuestros ancestros..
Dios, Patria y Rey
5/01/2016
Luis Carlón Sjovall
A.C.T. Fernando III el Santo
A.C.T. Fernando III el Santo
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