Imagen de San Fernando en la Catedral de Palencia |
Gloria de la incorrupción de su cuerpo, que lejos de haberse
convertido en sucio polvo bajo una losa, yace en urna de cristal a los pies de la Virgen de los Reyes, seco
ya por los siglos, pero íntegro, como si al abandonarlo el ánima santa lo
hubiera dejado embalsamado con el aroma de su castidad limpísima y su fe
inviolada.
Gloria de ser el único Rey cuya majestad no ha pasado como
pasan las cosas de este mundo. Los días en que se descubre el santo cuerpo, de
mañanita está la Capilla
Real hecha un ascua de oro. Luce la Virgen de los Reyes uno de
sus mantos más ricos, y en su pecho relumbran los brillantes como estrellas en
el cielo. Un piquete de ingenieros monta guardia junto al Rey, como lo hacían
antaño sus monteros. La
Capilla hierve de gente, y vestido de la sagrada púrpura
llega el Cardenal Arzobispo, el sucesor legítimo de Don Remondo. Suenan los
acordes pausados de la marcha real, y descorriéndose las cortinas de seda
carmesí, ya desvaído por la pátina del tiempo, aparece el Santo Conquistador,
puestas las manos en actitud orante, ceñida la frente por una corona que la
muerte no ha podido arrebatarle. Se siente el espíritu del buen Rey Don
Fernando en contacto con su pueblo, como cuando asomado a su ventana del Alcázar
oía las querellas de sus vasallos. Todo el día permanece expuesto a la veneración
de un pueblo que le ama a través de siete siglos. ¿Qué Rey que no haya sido
Santo podrá jactarse de ser así amado por sus súbditos, ni de haberles hecho
sentir su protección desde el cielo?
Abajo en la cripta de la Capilla está en un altar la Virgen de las Batallas, la
inseparable compañera de riesgos y de triunfos, la que en tantos combates le
sacó siempre incólume sin una sola herida. Allí está también “la su espada
Lobera” que él tanto quería y veneraba.
Gloria en fin de haber dejado a los pies de la su Señora Santa
María como trofeo de su última victoria, no ya estandartes y pendones, sino su
propio cuerpo, ungido por el óleo real y por la participación en la cruz de
Cristo. Desde allí nos enseña a todos con la elocuencia suprema del ejemplo, qué
bella es la santa caballerosidad cristiana, cuyo lenguaje, como dijo en aquella
misma Catedral sevillana un hijo de San Ignacio, tan bien entiende la gracia de
Dios, y qué hermosos y eternos reinos conquista.
Y en tanto que el alma bienaventurada ya los goza en el
cielo, velado por Sancta María de los Reyes como un niño por su madre, duerme
aguardando el día de la resurrección el cuerpo del muy noble Rey Don Fernando
III el Santo de Castiella.
LAUS DEO
1 comentario:
En estos tiempos de vacio intelectual y moral, cuan grande se eleva la figura del Rey Santo de España. Luz y guía de cualquier época para quien sea capaz de iluminar su destino.
VIVA SAN FERNANDO!!!!!!!!
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