Desde que en el año 1126 el Papa Calixto II instaurase por vez primera el jubileo compostelano, incontables son los peregrinos que desde todos los rincones de la Cristiandad se han dirigido hasta Santiago de Compostela en busca de la indulgencia plenaria que este camino concede.
A Santiago el Mayor, uno de los discípulos favoritos de Nuestro Señor, se le encomendó la evangelización de las tierras de Hispania, y fue así que tras dedicar los primeros años a evangelizar en su Judea natal, embarca hacía España entrando probablemente por algún punto de la Bética, para continuar por las actuales Coimbra, Braga, Iria Flavia, Astorga, Zaragoza (donde se le apareció la Virgen del Pilar) y Valencia, desde donde probablemente embarcó de nuevo hacia oriente. En Judea, Santiago fue decapitado por orden del rey Herodes Agripa, al incumplir la prohibición de predicar el cristianismo.
Es San Jerónimo quien nos ratifica que -“Cada uno descansaría en la provincia dónde había predicado el Evangelio”- refiriéndose a los apóstoles, y así fue que Atanasio y Teodoro, los principales discípulos del Apóstol, se apoderaron de sus restos, y se encaminaron a España para que reposaran en el lugar mandado. Tras un azaroso viaje, los discípulos llegaron al remoto bosque de Libredón, donde los bueyes que cargaban con el carruaje se negaron a continuar, entendiendo este hecho como una señal, los discípulos enterraron a Santiago en este remoto paraje.
Durante siglos, nadie sabía donde se encontraban los restos del apóstol, pues posiblemente por miedo a posibles saqueos, Atanasio y Teodoro se cuidaron de ocultar su ubicación. Pero la Tradición cristiana nunca dudó de su presencia en España como nos cantó el Beato de Liébana -¡Oh Apóstol, dignísimo y santísimo, cabeza refulgente y dorada de España, defensor poderoso y Patrono nuestro!- en el lejano siglo VII.
Pero fue a principios del siglo IX, durante el glorioso reinado de Alfonso II el “casto”, cuando un ermitaño llamado Pelayo, observó una extraña luz en el bosque de Libredón, y tras comunicárselo al obispo de Iria Flavia, Teodomiro, se descubrió que esta luz marcaba el lugar donde se encontraba el “Arca Marmórea”, o sea, el sepulcro del Apóstol Santiago.
Quiso el rey Alfonso II ser el primer peregrino jacobeo, y al llegar al “Campo de las estrellas” mandó construir una iglesia para honrar cristianamente los restos del Apóstol, y el obispo Teodomiro trasladó el antiguo obispado de Iria Flavia hasta la nueva sede episcopal de Santiago de Compostela.
Poco tiempo después, como nos cuenta nuestra tradición, el propio Apóstol Santiago se convierte en el primer cruzado de la Reconquista. Su primera aparición se remonta a la conocida como “Batalla de Clavijo” cerca de Logroño en el año 844, donde se encontraban las tropas cristianas del rey Ramiro I de León asediadas y con la perspectiva de una muerte segura. Durante la noche anterior al terrible desenlace, el Apóstol se le aparece al rey en sueños animándole a combatir sin reservas. Así lo mandó el valiente rey, y al grito de -“Qué Dios nos ayude y Santiago”-, hizo su aparición Santiago Matamoros espada en mano, aniquilando a todo el ejército sarraceno.
Después de esta batalla, el rey Ramiro I peregrinó a Santiago, y pidió que todos los españoles desde ese momento y en adelante, también lo hicieran en señal de devoción a su Santo Patrón.
Este "Año Santo Jacobeo", una delegación de la A.C.T Fernando III "el Santo" peregrinó a pie hasta Santiago de Compostela, y de esta manera reafirmar nuestra devoción al Santo Patrón de España.
11/11/2010
Luis Carlón Sjovall
A.C.T. Fernando III el Santo
11/11/2010
Luis Carlón Sjovall
1 comentario:
MAGNÍFICO ARTÍCULO LUIS... MENOS MAL QUE ALGUIEN TIENE EL CORAJE DE SEGUIR EMPUÑANDO LA LOBERA.
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