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Reconquista de Córdoba

 


Campanas recuperadas en el claustro de la Catedral de Santiago de Compostela

Hízose la entrega de Córdoba en 29 de Junio, día de los Santos Apóstoles San Pedro y San Pablo, en el año de 1236. Como el Santo Rey don Fernando, ni atribuía a su valor las victorias, ni quería para sí el aplauso de los triunfos, mirando solo a los aumentos de la Religión, hizo enarbolar una cruz en lo más eminente de la mezquita mayor, y en inferior lugar sus estandartes, dando el primer triunfo de sus victorias a la Fe. Consagró aquella mezquita, que era de las más principales que tenían los moros en España, en la Iglesia Catedral, y señaló por su primer obispo a Fray Lope, monje de Fitero, monasterio situado en las riberas del río Pisuerga. Acordóse el Santo Rey don Fernando, que doscientos y sesenta años antes habían los moros hecho traer en hombros de cristianos las campanas de Santiago hasta Córdoba, y les obligó a que con el mismo afán las restituyesen; venganza tan templada, como religiosa, pues midió la satisfacción con el compás del agravio, sin concederle nada a el enojo.

Crónica de los actos organizados este año con motivo del aniversario de la Proclamación de Fernando III el Santo como Rey de Castilla



Por décimo año consecutivo se celebró en Autillo de Campos (siempre el sábado más cercano al 14 de junio) la Proclamación de Fernando III el Santo como Rey de Castilla.

Una amplia y variada programación durante toda la jornada sirvió para recordar que hace ahora 806 años, la reina Berenguela I de Castilla, que se hallaba refugiada en Autillo protegida por Gonzalo Rodríguez Girón -Mayordomo real de Alfonso VIII, Berenguela I y Fernando III-, de los insurrectos condes de Lara, cedió la corona de Castilla a su primogénito el infante don Fernando -de la que en justicia era poseedora tras la muerte accidental de su hermano el rey Enrique I en el alcázar episcopal de Palencia-: "a extramuros de la fortaleza, junto a la vieja ermita y bajo la protección de un viejo olmo de justicia; en presencia de prelados, ricos-hombres y pueblo llano", como nos recuerda la Crónica General.

Los actos que desde el primer año organizan la A.C.T. Fernando III el Santo de Palencia y el Ayuntamiento de Autillo de Campos, con el apoyo de la Diputación de Palencia y la Junta de Castilla y León, comenzó como es tradición con el acto homenaje junto al Olmo de la Proclamación. Una vez llegados los presentes en comitiva, y tras depositar sendas coronas de laurel junto al olmo; el presidente de nuestra Asociación recordó lo allí acontecido hace ocho siglos, así como la importancia que tiene conmemorarlo hoy en día. Luis Carlón recordó a los presentes que se trata de un acontecimiento tan importante como  singular; pues justo allí comenzó el glorioso reinado de San Fernando, durante el cual se reconquistaron para la Cristiandad Hispana entre otras plazas; los reinos de Sevilla, Córdoba, Murcia y Jaén. No menos importante fue la fundación de las universidades de Palencia y Salamanca, el inicio de la construcción de las catedrales de Burgos, León y Toledo, o el establecimiento del castellano en detrimento del latín como lengua oficial del Reino. También se hizo hincapié en que en el año 1230 Fernando III fue proclamado Rey de León en Benavente, juntándose ya para siempre las coronas de León y Castilla. El discurso terminó pidiendo a los presentes que fomente y se unan en  la idea de que la Festividad de San Fernando sea también la de Castilla y León, así como la de todas la regiones que pertenecieron a la Corona de Castilla; en detrimento de las actuales festividades que rezuman ideología y falsedad a partes iguales por los cuatro costados. Y es que al fin y al cabo, la unión de los reinos de Castilla y de León, fue el paso previo y definitivo para la futura restauración total de España, ya bajo el reinado de los Reyes Católicos.

Posteriormente, Rafael Bocero -presidente de la cordobesa Asociación Juvenil Gran Capitán- recitó un poema escrito para la ocasión por nuestro amigo Antonio Moreno Ruiz, que siempre tiene un recuerdo desde Sevilla para con este homenaje. Finalmente, se presentó un cuadro, obra del pintor manchego Javier Martínez Arenas, quién nos acompañó en Autillo, en el que queda reflejada para la posteridad la Proclamación tal y como la describe la Crónica General; entregándose por parte de nuestra Asociación unas copias tanto a los representantes de las entidades colaboradoras, como a los vecinos y visitantes que allí se encontraban. Tras el acto en el olmo comenzó la jornada propiamente festiva con la feria de alimentos, una conferencia sobre Isabel la Católica a cargo de doña Martha Vera, Cónsul de España en El Paso (Texas), quien vino acompañada de representantes del pueblo nativo americano de los Ysletas, y la tradicional representación teatral de la Proclamación de San Fernando a cargo del grupo teatral A ninguna parte.


SAN FERNANDO EN AUTILLO DE CAMPOS

-Antonio Moreno Ruiz

 

Bajo el cielo de la Tierra de Campos,
los trigales se mecen espléndidos,
con el aire castellano expandido,
para una fecha fundamental,

pues el catorce de junio del
año dos mil doscientos diecisiete,
fue proclamado el tercer Fernando,
como rey de Castilla, pudiendo afirmar,

la ley, la tradición y la adhesión,
de un pueblo al que muy bien comandaría;
desde difíciles y turbulentos inicios,
mas por un camino de heroísmo y santidad.

Fernando Tercero el Santo,
siempre presente en Autillo,
valgan dulzainas y banderas hacia
el olmo en honor a su perpetuidad;

el olmo sagrado de Castilla,
el olmo del recuerdo y la conciencia,
el olmo que la asociación que tu nombre
lleva, plantó para tan histórica dignidad.

Y valgan jotas palentinas y paloteos,
que bien vienen para el catorce de junio.
¡Sea siempre San Fernando conmemorado,

como emblema de nobleza y lealtad! 

Olmo de la Proclamación

                                                    ¡VIVA SAN FERNANDO!

16 de Julio, Aniversario de la gloriosa Batalla de Las Navas de Tolosa



Con motivo del 808 aniversario de la gloriosa Batalla de Las Navas de Tolosa, transcribimos parte de la obra “Vida de don Tello Téllez de Meneses, Obispo de Palencia”, escrita por don Modesto Salcedo Tapia en el año 1985. En estos párrafos se recuerda con orgullo, rigurosidad y lealtad la importancia que tuvo el obispo palentino en los preparativos y desarrollo de la Cruzada que determinó la victoria en Tolosa, así como la no menos importante participación -junto a españoles de todos nuestros reinos y señoríos cristianos- de la nobleza y pueblo de Palencia en tan gloriosa y magna gesta reconquistadora.

Cristo de las Batallas de la Catedral de San Antolín de Palencia

A fines de 1210 o principios de 1211, emprendió don Tello (Tello Téllez de Meneses, Obispo de Palencia) un viaje a Roma que, sin duda, estaba relacionado con sus propios problemas, pero que formalmente, fue una embajada enviada por el Rey Noble (Alfonso VIII de Castilla) para interesar al papa y, por su medio, a toda la Cristiandad, en la guerra que estaba preparando para consumar la Reconquista de España. Ambos aspectos aparecen en la carta que escribió al Rey el Papa Inocencio III el 22 de febrero de 1211: “Hemos recibido benignamente al dilecto hijo, obispo electo de Palencia, que ha venido a la Sede Apostólica como Mensajero tuyo, varón ciertamente probo y honesto, y las peticiones que de parte tuya nos presentó, con gusto hemos procurado satisfacerlas; pero en cuanto a lo que de tu parte nos pidió, para destinar un Legado para la regiones de España, a causa de los tiempos intranquilos, no hemos podido satisfacer, por el presente, a tu regia voluntad; pero, al presentarse la ocasión, se dará satisfacción a la petición regia si Dios quiere”.

No fue, sin embargo, de poco provecho para el Rey la embajada de don Tello, porque el Papa escribió a los obispos de Toledo, Zamora, Tarazona y Coímbra que anunciasen las indulgencias de la Cruzada para cuantos participasen en ella y que excomulgasen a los reyes y señores que rompiesen las treguas que tenían con el Rey de Castilla mientras durase la guerra contra los musulmanes. También el príncipe heredero don Fernando se había servido de don Tello para interesar al Papa en favor de la Cruzada y éste, en su respuesta rebosante de afecto paternal, índice de los encomiásticos informes dados por don Tello, le anunció las indulgencias y órdenes que daba a los obispos. Tal vez, esas medidas son las que contuvieron al Rey de León para que no atacase por la espalda, ya que no colaborase en la Batalla de Las Navas.

Se acercaba la fecha cumbre del reinado de Alfonso VIII. La tregua firmada con los musulmanes después del desastre de Alarcos ya se había cumplido y ambos bandos se preparaban para una guerra total. El emperador almohade Miramamolín, hizo predicar la Guerra Santa y rompió las hostilidades tomando Salvatierra, después de tres meses de asedio. Pero el Rey Noble estaba prevenido. La embajada de don Tello había conseguido que el Papa concediese a la guerra de España las mismas indulgencias que a la Cruzada de Tierra Santa, y que amenazase con la excomunión a quien inquietase al Rey de Castilla mientras durase la campaña, y toda España respondía con fervor y generosidad a la llamada.

El arzobispo de Toledo, don Rodrigo Ximénez de Rada, había recorrido Italia, Francia y Alemania, con magníficos resultados. Se calcula que unos 100.000 infantes y 10.000 caballeros llegaron a España y colaboraron en la reconquista de Malagón y Calatrava. Venían con los obispos de Narbona, Burdeos y Nantes a la cabeza; pero pronto disgustaron a los españoles por su indisciplina y crueldad, pues querían llevarlo todo a sangre y fuego, a lo que oponían el Rey y los obispos castellanos acostumbrados a ls política de convivencia con los vencidos. Por otra parte, el calor sofocante del verano de Castilla y el poco botín que conseguían los desalentó de tal modo que se volvieron a sus tierras después de cometer mil tropelías. Apenas quedaron unos 150 caballeros selectos con el Arzobispo de Narbona. En compensación de esta pérdida, el Arzobispo de Toledo había logrado que Sancho VII el Fuerte de Navarra, desechando los resquemores que tenía contra Castilla, acudiese con 200 caballeros. También Pedro II de Aragón con un selecto cuerpo de caballería dio buenas pruebas de su amistad.

A la importancia que tenía el obispo don Tello en la política de Castilla, correspondió, como era natural, la movilización de las mesnadas del Señorío Episcopal de Palencia para ir a incorporarse al Ejército Real. Pero antes quiso el obispo solemnizar aquel acontecimiento con una ceremonia grandiosa que aparece en el Libro Antiguo de Estatutos del Cabildo. Bien pudo ser prescrita por don Tello para aquella ocasión, o en recuerdo de lo que entonces se hizo, porque no sería la única vez en que acudiera a la guerra el ejército episcopal palentino.

He aquí el estatuto “Sobre el Estandarte de la Ciudad de Palencia”: Cuando el estandarte de la ciudad de Palencia deba ir a la guerra, así ha de hacerse: Todas las personas honorables de la ciudad, deben ir a la hora de vísperas con el Estandarte de la Iglesia de San Antolín, y poner el Estandarte ante el altar del Cristo de las Batallas y permanecer allí todos con el Estandarte durante toda la noche, y celebrar la vigilia solemnemente. Al día siguiente, celebrada la Misa Solemne, y oída con muchísima devoción, deben ir, el obispo, si quisiere, y los canónigos y todos los clérigos y capellanes, desde el coro al altar, y entonces entone el cantor “Oh Martir gloriose..” Y salga la procesión de la iglesia hasta el lugar donde está la asamblea, y allí hagan la estación. Y entone el cantor “Exurge Domine.., Kirie eleyson.., Pater noster.., Deus miserentor nostri..” Terminado este, suba un presbítero al altar y diga el versículo “Esto eis Domine turris fortidudinis. Exurge Domine, adiuva nos..” Terminando todo esto, el obispo o el presbítero, bendiga el estandarte y se retiren”.

Alfonso VIII quiso honrar a los dos reyes aliados poniendo el ala derecha del ejército a las órdenes del Rey de Navarra y la izquierda a las del Rey de Aragón. El cuerpo principal del ejército iba tras don Lope Días de Haro y las órdenes militares. Junto al Rey de Castilla iban el arzobispo de Toledo, el de Palencia y los otros obispos con sus mesnadas. Con el Rey de Navarra iba don Alfonso Téllez de Meneses con las gentes de sus señoríos y los caballeros que había acudido de Portugal y no tenían mejor caudillo que el yerno de su Rey. La historia de Lafuente dice, en efecto, que el Rey de Navarra conducía el segundo ejército con las banderas de Segovia, Ávila, Medina del Campo, y muchos caballeros portugueses, gallegos, vizcaínos y guipuzcoanos. También se sabe que don Suero Téllez de Meneses iba en el cuerpo de ejército del Rey de Castilla. Los historiadores enumeran a los caballeros que más se distinguieron junto al Noble Rey, y son ellos “el conde Fernando Núñez de Lara, los Girones, don Suero Téllez de Meneses, don Nuño Pérez de Guzmán y otros caballeros castellanos y las comunidades de Valladolid, Olmedo, Arévalo y Toledo” las huestes del obispo de Palencia, también en el ejército principal, iban comandadas por Juan Fernández Sanchón.

Fue un hecho providencial que se atribuyó a la intervención de San Isidro, el que un pastor sacase al ejército castellano de los desfiladeros de Despeñaperros, bien defendidos por destacamentos moros, y los condujese por caminos desconocidos a través del puerto de Muradal, a posiciones ventajosas ante los llanos llamados Las navas de Tolosa. Hubo un par de días de escaramuzas, mientras los obispos y los clérigos recorrían las compañías predicando, absolviendo y dando la Comunión a todos los soldados. Al fin, el lunes 16 de julio de 1212, se lanzó todo el ejército al ataque general. Se presentaron trances muy difíciles, en los que el Rey de Castilla llegó a pensar que era el caso de disponerse a morir matando, y así se lo dijo a don Rodrigo que cabalgaba a su lado: “Arzobispo, aquí mueramos.. en tal angostura, por la Ley de Cristo”. Pero el esforzado prelado contestó: “Señor, si a Dios place ese, corona vos tiene de victoria, esto es, de vencer Vos. Pero si otra guisa ploguiese a Dios, todos comunalmientre somos parados para morir convsco”.

De todos es conocido el heroísmo del Rey de Navarra que saltó la barrera de negros encadenados que guardaba la tienda del Califa, rompiendo con su hacha de armas las cadenas que adornaron desde entonces el escudo de Navarra. Igual proeza realizaron don Álvaro Núñez de Lara y nuestro don Alfonso Téllez de Meneses que recibió del Rey, como recuerdo, una banda con cadenas para su escudo. Las mesnadas del obispo don Tello también hicieron proezas dignas de perpetuo recuerdo, y así lo acordó el Rey, mandando que, en adelante, el escudo de Palencia llevase, junto al castillo concedido por Fernando I, una cruz que recordase el heroísmo de Las Navas.

Todos los historiadores hablan del regocijo inmenso con que se celebró la victoria en el mismo campo de batalla, con el cántico del Te Deum por don Rodrigo, arzobispo de Toledo, don Tello de Palencia, don Rodrigo de Sigüenza, don Menendo de Osma, don Domingo de Plasencia y don pedro de Ávila. El éxito de la batalla fue indecible. Alfonso VIII, en su carta a Inocencio III, habla de más de 100.000 moros muertos y 182.000 prisioneros, con poquísimas bajas de parte cristiana. Pero no debió de ser la cosa tan fácil porque se sabe, por ejemplo, que los caballeros del Temple perecieron todos con su jefe a la cabeza. De todos modos, el golpe fue decisivo. Pronto se rindieron Baeza y Úbeda y se facilitaron las grandes conquistas que pronto haría el Rey San Fernando de Castilla y de León.

Alabanza a España de San Isidoro


De todas las tierras existentes desde el Occidente hasta la India tú eres, España, piadosa y madre siempre feliz de príncipes y de pueblos, la más hermosa. Con razón tú eres ahora la reina de todas las provincias. De ti no solo el ocaso, sino también el Oriente reciben su fulgor. Tú eres el honor y el ornamento del orbe, la más célebre porción de la tierra, en la que se regocija ampliamente y profusamente florece la gloriosa fecundidad de la estirpe goda. Con razón la naturaleza te enriqueció y te fue más benigna con la fecundidad de todas las cosas creadas. 
Produces todo lo fecundo que dan los campos, todo lo precioso que dan las minas, todo lo hermoso y útil que dan los seres vivientes; y no eres menos por los ríos, que ennoblecen la esclarecida fama de tus vistosos rebaños. Y, además, eres rica en hijos, en gemas y en púrpura, a la par que fértil en gobernantes y genios de imperios, y eres tan opulenta en realzar príncipes como dichosa en engendrarlos. Con razón por tanto la dorada Roma, cabeza de pueblos, te ambicionó tiempo atrás, y aunque el mismo poder romúleo te poseyó primero como vencedor, luego, sin embargo, el linaje floreciente de los godos, tras numerosas victorias en todo el orbe, te arrebató con afán, y te amó, y goza de ti hasta entre regías ínfulas y enormes riquezas segura en la dicha del Imperio.

Historia de los godos
San Isidoro de Sevilla

Carta del Obispo Braulio de Zaragoza a San Isidoro (año 636)


Tus libros nos han enseñado el camino de la casa paterna cuando andábamos errantes por la ciudad tenebrosa de este mundo. Ellos nos dicen lo que somos, de dónde venimos y de dónde nos encontramos. Ellos nos hablan de la grandeza de la patria, ellos nos dan la descripción de los tiempos, ellos nos enseñan el derecho de los sacerdotes y las cosas santas, las relaciones y los géneros de las cosas, la disciplina pública y la doméstica, las causas, los nombres de los pueblos, la descripción de las regiones y los lugares, la esencia de todas las cosas divinas y humanas. 

José Francisco de San Martín, claroscuros de un personaje histórico.


El solar de la provincia de Palencia es origen de grandes personajes históricos. El propio Juan Ponce de León o Antón de Carrión, descubridor de la Florida y conquistador del Perú junto a Pizarro respectivamente. El Virrey Velasco, virrey que fue de Nueva España y Nueva Castilla y tio del descubridor de la Antártida, también palentino, Gabriel de Castilla. Son muchos más los nombres de personajes históricos que, directa o indirectamente, tienen relación con esta tierra milenaria, corazón de los reinos de León y de Castilla y donante de miles de buenos corazones para mayor gloria de Dios y de la cultura española.

De entre ellos, quiero destacar en este texto a uno que, si bien podría haber pasado a la historia como un héroe al nivel de los valientes soldados encabezados por el obispo/soldado Tello Téllez de Meneses en la batalla de las Navas de Tolosa, ha quedado, sin embargo, sometido a una serie de juicios en muchas ocasiones simplistas y banales, y en otras completamente impregnadas de un aura de laica santidad que en absoluto se asemejan a lo que realmente fue. Este personaje no es otro que el General San Martín, o por su nombre completo, José Francisco de San Martín.

Su padre, originario de Cervatos de la Cueza, Don Juan de San Martín, y a la sazón gobernador del departamento de Santa María de los Buenos Aires, casa con su madre, Doña Gregoria Matorras, oriunda de Paredes de Nava y sobrina de Don Jerónimo Matorras, gobernador que fue de Tucumán y conquistador del Chaco argentino. José nace en Yapeyú, virreinato de La Plata –recién escindido del virreinato de Nueva Castilla o del Perú- en febrero de 1778, y a los 6 años de edad pasa a vivir en la península donde estudia en el Seminario de Nobles de Madrid, lanzándose a la carrera militar, destacando como buen oficial en varias campañas militares como en la decisiva batalla de Bailén contra los franceses. Su pericia marcial pasó entonces a compararse a su odio a lo propio.

Acompañado del caraqueño Francisco de Miranda, en cuya casa londinense vivió unos meses, pagada por la pensión que la corona inglesa le había concedido y de cuya mano entró a formar parte de una logia inglesa –de la que hablaremos en otro momento- saliendo de esta como masón de grado 13 y desplazándose a Buenos Aires para participar de las llamadas “Juntas de Gobierno” creadas para, supuestamente, defender la corona de Fernando VII y que sirvieron para ir proclamando las independencias iberoamericanas, traicionando desde el inicio a sus fines teóricos. (Después, los historiadores más avezados nos descubrirán que, en efecto, las “juntas” no quisieron nunca servir al Rey, sino que fueron la excusa que promovieron para hacerse con el control de las gobernadurías, capitanías y virreinatos, aprovechando la invasión napoleónica) San Martín inicia un periplo de miles de kilómetros a lo largo y ancho del cono sur del continente americano.

San Martín, cargado el zurrón de libras, funda una nueva logia masónica de obediencia inglesa aun activa en Argentina: La Hermandad Lautaro que servirá para unificar a los independentistas sudamericanos en torno a él y a otros “libertadores”. San Martín consigue juntar un más que numeroso ejército que expulsa al virrey de La Plata y proclama la independencia de Argentina, así como la de la capitanía de Chile y la del Virreinato de la Nueva Castilla o del Perú, en tan solo 11 años.

Este San Martín, de indudable acento castellano, convertido en uno de los más grandes mitos americanos, quizá no fuera consciente de que lo que había provocado no era un nuevo orden de paz y progreso, sino una nueva era de guerras civiles en las que, de un lado, unos pocos criollos traidores a la corona española, apoyados de hordas de mercenarios ingleses, se enfrentaron a un ejército poblado de otros criollos realistas y miles de nativos americanos y negros y mulatos libres, que sabían que sus privilegios se veían amenazados por las ansias de poder de los ingleses. Esa nueva era plagada de conflictos aun se perpetúa hoy, con innumerables revueltas, golpes de estado, guerras entre vecinos hasta entonces hermanos bajo una sola corona, pero de gran diversidad cultural llamada Hispanidad.

Tras ver el panorama posterior, decide renunciar a su cargo de “Protector del Perú” y viajar con su hija Mercedes a Francia, fallecida ya su esposa, donde acabaría sus días en la más absoluta soledad y ostracismo.

Solo el surgimiento de las nuevas repúblicas americanas, de la mano de los historiadores ingleses y españoles que se encargaron de crear y difundir la leyenda negra antiespañola, se ocuparon más tarde en poner a San Martín (Y a otros como Bolívar o Sucre) en un falso altar laico, llenando miles de páginas de fantasías heroicas, como la supuesta creación de la primera bandera del Perú

Es tiempo ahora, cuando se acerca el segundo centenario de la independencia del Perú, proclamada en 18 de julio de 1821, aunque no consumada hasta bien entrada la década de los 40 del s. XIX, de empezar a descubrir y desmontar la falsa narrativa sobre este personaje de origen palentino que goza de reconocimiento en el callejero de nuestra ciudad en perjuicio, quizá, de otros nombres que, con más derecho, deberían ostentar una placa en nuestro municipio.

José María Reguera
A.C.T. Fernando III el Santo


(*) La Espada Lobera es una columna de opinión que la A.C.T. Fernando III el Santo pone a disposición de socios y colaboradores. Las opiniones en ella expresadas son sólo atribuibles a quien las firma.

El rey justo según San Isidoro de Sevilla


Dios concedió a los príncipes la soberanía para el gobierno de los pueblos; quiso que ellos estuvieran al frente de quienes comparten su misma suerte de nacer y morir. Por tanto, el principado debe favorecer a los pueblos y no perjudicarles; no oprimirles con tiranía, sino velar por ellos siendo condescendientes, a fin de que este su distintivo del poder sea verdaderamente útil y empleen el don de Dios para proteger a los miembros de Cristo. Cierto que miembros de Cristo son los pueblos fieles, a los que, en tanto les gobiernen de excelente manera con el poder que recibieron, devuelvan a Dios, que se lo concedió, un servicio ciertamente útil.

Cuando los reyes son buenos, ello se debe al favor de Dios; pero cuando son malos, al crimen del pueblo. Como atestigua Job, la vida de los dirigentes responde a los merecimientos de la plebe. Porque al enojarse Dios, los pueblos reciben el rector que merecen sus pecados.

Sentencias, 1.3, C.

Espada Lobera: "De como España renació de sus cenizas hace ahora 1.300 años"

Coronación de Don Pelayo  (Juan Ramírez de Arellano)

Esta no es una historia actual; lo aquí contado pudo suceder en un tiempo donde los hombres aspiraban a la recia virtud, siempre dispuestos a entregar hasta la última gota de su sangre donde y cuando las circunstancias lo requiriesen en salvaguarda de su fe, leyes y tradiciones; y así mismo sus mujeres, nobles hijas de España, sustentaban con encomiable fe y sacrificio las familias, transmitiendo a las nuevas generaciones las leyes sagradas del deber y del honor. No, definitivamente no es una historia actual, aunque haya numerosas coincidencias con muchas de las dramáticas circunstancias que hoy, como también ocurrió entonces, acechan con oscuras intenciones la esperanza de los hijos de esa misma nación. Y es que hace mucho tiempo que está escrito; siempre habrá leales y siempre habrá traidores.

TIEMPO DE BRUMAS

Aquella noche de final de verano, y bajo las tinieblas que a pesar de la luna llena consentía el hercúleo Monte Corona, un hombre llamado Pelayo repasaba en solitario sus recuerdos junto a una hoguera. Aún era relativamente joven, más los aconteceres de la vida le habían envejecido en muchos aspectos. Lejos quedaban ya sus recuerdos de infancia junto a sus hermanos, -cuando cerca de ese mismo lugar, donde ahora estaba a punto de renacer la esperanza-, soñaba con poder servir algún día al rey, como durante generaciones habían hecho con honor y lealtad sus ancestros. Siendo apenas un niño, su padre, el conde Fáfila, lo envió a Toledo para que fuese instruido -como era común en los hijos de los nobles godos- en los usos políticos de la corte y las artes bélicas. Poco imaginaba Pelayo en aquella primera juventud lo que habría de depararle el destino, y es que por aquel entonces, tanto en su Asturias natal, como en el ambiente distraído de la corte toledana, todo parecía ir razonablemente bien; pero lo cierto es que sobre la España de entonces, acostumbrada como estaba a perpetuos conflictos internos, planeaban ahora nuevos y oscuros nubarrones, a los cuales casi nadie, obcecados como estaban en luchar por sus propios intereses, atisbaba a ver. En aquel tiempo el rey Égica hizo frente a diferentes rebeliones en las provincias Narbonense y Vascona, al ataque bizantino en la costa mediterránea, a conspiraciones de la comunidad judía que ponían en peligro la estabilidad económica del propio reino y al intento del conde Suniefredo de hacerse con el trono a su costa. A todas estas amenazas hizo el rey frente con bravura y mano dura, y para poder controlar de mejor manera futuras amenazas decidió en el año 700 ascender -junto a él- a su hijo Witiza al trono; formando así un gobierno de corregencia, -eran tiempos de desconfianza y nerviosismo en la corte, recordaba Pelayo-. Y fue precisamente en ese tiempo convulso cuando el rey Égica nombró al joven Pelayo espatario del reino; poniéndole al servicio del príncipe corregente durante sus años de gobierno en la corte de Tuy. En tierra gallega, Witiza gobernó con autoridad, pero también con justicia el gran territorio que en su día formó el reino suevo; mientras que su padre combatía las diferentes amenazas que no cesaban de acechar al Reino.
En el año 703 murió el viejo rey Égica, quedando Witiza como único gobernante del Reino, heredando además del trono, muchos de los problemas que acuciaron a su padre durante todo su mandato. Pelayo, -siempre leal al Rey-,  acompañó hasta la capital del Reino a su señor; donde fue ungido Rey de España, -como mandaba la tradición-, durante la celebración del XVIII Concilio de Toledo.  -Aquel Concilio, recordaba Pelayo-, fue en buena parte el detonante de muchos de los males que estaban por llegar, y es que aunque por un lado, y en un principio, sirvió para apaciguar a los nobles agraviados por Égica, al reconocerse sus derechos sobre tierras y rentas confiscadas durante las pasadas revueltas; por otro lado, se aceptaron la mayoría de las cuestiones aprobadas en el Concilio Quinisexto celebrado el año anterior en Constantinopla por orden del emperador Justiniano, y que era toda una declaración de rebeldía frente a la Iglesia Romana. Parte de la nobleza no aceptó de buen grado este giro, devolviendo al reino los tiempos de conspiraciones y desconfianzas; a los que a partir del año 707 se unió una terrible epidemia de peste, que inmediatamente fue entendida por el pueblo como el lógico castigo de Dios a quienes en su nombre traicionaban los mandatos de la Santa Madre Iglesia. El Reino se dividió en dos bandos, y estos poco tenían que ver con estar con el rey, o contra el rey; sino en estar con la verdad y por tanto con Roma, o con la herejía, y por tanto con Constantinopla. La peste no desistía, y a ella se unieron años de sequía que hicieron la posición de Witiza inviable, dado que se obstinaba en mantener lo aprobado en el Concilio frente al sentir común del pueblo y de buena parte de la nobleza. Con la situación así, a nadie le extrañó que el Rey muriese en extrañas circunstancias en el año 710, entendiéndose esta como un mal necesario para poder recuperar el estatus católico del Reino, jurado en el año 589 por el inolvidable rey Recaredo. Aun así Pelayo recordaba con cierta amargura aquel tiempo en que de alguna tuvo manera tuvo que elegir entre su lealtad al rey y su lealtad a la tradición católica del Reino; pero a pesar de ello, recordando después de tanto tiempo aquella mañana primaveral del año 710 en que Rodrigo, “ejemplo de nobleza y bravura de la raza goda”, fue proclamado Rey en Toledo con él a su lado, se adivinaba en su rostro una sonrisa melancólica, debido a lo que pudo ser, y no fue.

TIEMPO DE TRAICIÓN

Mientras la noche avanzaba, recordaba junto al fuego nuestro héroe lo poco que duró la alegría en el Reino: buena parte de la nobleza, leal al clan de los Witiza se levantó frente al Rey, y así mismo vascones y narbonenses aprovecharon de nuevo la inestabilidad creada para también levantarse en demanda de egoístas intenciones. No daba abasto el buen rey Don Rodrigo, quien con una buena parte del ejército cabalgaba sin cesar sofocando unas y otras traiciones a lo largo y ancho del Reino.
A buen seguro, -“la situación habría vuelto con el tiempo a la normalidad como ya ocurrió en circunstancias parecidas durante épocas pasadas”-; pero esta vez, algo fue diferente. El obispo don Oppas (hermano del difunto rey Witiza) y el conde Agila (quien se había autoproclamado rey de los godos en el noroeste de España), tramaron un plan junto a otros nobles traidores y nuevamente con el apoyo económico de la comunidad judía; mediante el cual contactaron con el gobernador Muza, quien a la sazón estaba al mando de las tropas musulmanas que acaban de conquistar para el Califato Omeya de Damasco todo el norte de África. –“Todo fue muy rápido”, recordaba amargamente Pelayo-; y así, en la primavera de 711, estando nuestro protagonista junto al Rey persiguiendo a los vascones que se hallaban sublevados al norte del Ebro, les llegó la noticia de que un contingente de tropas extranjeras había atravesado con la ayuda del conde don Julián, -“ese cobarde traidor que hasta entonces había gobernado la ciudad hispana de Ceuta”-, el estrecho marítimo separado por las Torres de Hércules, y estaba saqueando libre e impíamente los territorios del sur de la Bética.
De inmediato ordenó el Rey a sus tropas abandonar la tierra de los vascones, y dirigirse a galope hacia el sur. Se enviaron mensajeros a las diferentes provincias que formaba el Reino, con orden de incorporación inmediata al ejército real, -de todos los hombres de armas con que contase el Reino-. Tras reunir en Córdoba a principio de verano un contingente cercano a los 30.000 hombres, se lanzó sin más dilación el rey don Rodrigo a la búsqueda de los invasores. Localizaron acampados a los musulmanes el 19 de julio de 711, -año de la ignominia-, cerca de la ciudad de Lacca, junto a la ribera del río Guadalete. Llegó noticia al Rey de que comandaba el ejército agareno -un tal Táriq ben Zayid- , y que en el tiempo transcurrido desde el primer desembarco, se habían unido otros 10.000 guerreros a los 7.000 iniciales. –“No sería cosa fácil vencer, pero en otras similares, cuando no peores se había visto ya el pueblo godo, y siempre la moneda terminó cayendo de su lado”, recordaba Pelayo haber pensado en aquel decisivo momento-.
Una semana duró la batalla, una semana de sacrificio, sufrimiento y muerte bajo un sol de justicia en pos de salvar el Reino Godo de España. El 26 de julio -nunca se podrá olvidar esa fecha- la victoria parecía segura para el bando cristiano; y –“de repente, al atardecer”- se produjo la infamia que nadie esperaba: los hijos de Witiza, a quienes el rey había otorgado la confianza de comandar la caballería en los flancos del ejército hispano, cambiaron por sorpresa de bando, poniéndose a disposición de los infieles comandados por Táriq. Una sensación de  desconcierto y tristeza invadió al rey al contemplar la traición –“toda la Historia de España, y del pueblo godo, debió de pasar en ese instante por su cabeza”, pensó Pelayo-, e igualmente sucedió con las tropas que aún combatían leales, imposibilitadas anímica y cuantitativamente en el intento de frenar el envite final de los extranjeros, quienes al anochecer de la jornada –“junto a los traidores que les abrieron la puerta”- se sabían ya vencedores, y enarbolaban jubilosos sus banderas en señal de victoria. La derrota fue total, y apenas unos pocos leales consiguieron salir vivos de la matanza del río Guadalete. –“Costó convencer al rey”-, quién malherido en el cuerpo, y aún más en el alma, se negaba a sobrevivir a la vergüenza; más entendiendo sus más cercanos que no podían permitir que fuese capturado, consiguieron sacarlo con vida de aquel infame lugar.
Mientras el rey legítimo era llevado hasta lugar seguro en la provincia de Lusitania; el traidor obispo don Oppas, se autoproclamaba rey de España en Toledo. No entendía aún el desdichado obispo, que sus aliados tenían otros planes para él, y para España.

TIEMPO DE ESPERANZA

Como una negra niebla dirigida por fantasmagóricas túnicas se esparcieron por la península en poco tiempo las tropas musulmanas. A los vencedores de Guadalete, se unieron rápidamente nuevos contingentes llegados desde diferentes rincones de África y Oriente, acompañándolos ésta vez el mismísimo gobernador Muza. En pocos meses, y a pesar de que no fueron pocos los focos de resistencia que encontraron -“el propio obispo don Oppas fue expulsado a pedradas de la ciudad de Toledo por los pocos nobles que aún la defendían”-, prácticamente toda la España –“que era cristiana”- desde el lejano día en que fue evangelizada por el propio apóstol Santiago, rendía hoy sin remedio penosa pleitesía a la media luna damasqueña. La destrucción total del ejército de Rodrigo en Guadalete dejó vía libre a los invasores, y la mayoría de los terratenientes optaron por cambiar de fe, -“y perder así el alma”-, a cambio de conservar sus terrenales posesiones. En cuanto a los traidores Witiza, -“el infierno los acoja por toda la eternidad”-, la mayoría de ellos acabaron igualmente integrados en puestos preponderantes dentro del gobierno y la milicia agarena. Las cosas habían cambiado, y para quienes no había otro camino que la lealtad, -lo mejor era pasar un tiempo desapercibido en espera de acontecimientos-, y así mismo para un hombre como Pelayo, no había mejor lugar para ello que las montañas de la tierra astur de su infancia.
Tras la muerte de Rodrigo poco después de la batalla, en su destierro lusitano, poca esperanza quedaba entre aquellos que aún no se resignaban al nuevo status; y aunque en los primeros momentos se optó de forma general por la prudencia, -había quien ilusamente creía en la llegada de ayuda exterior-, el maltrato y las inaceptables exigencias de todo tipo por parte de las autoridades sarracenas, acrecentaron rápidamente el desánimo y malestar de buena parte de la población. Lo que quedaba –“y no era poco”- de la España católica necesitaba un líder, y nadie mejor que Rodrigo para levantar de nuevo la cruz y la espada; y con ellas la esperanza de un pueblo que se negaba a morir sin antes obligarse a derramar con honor hasta la última gota de su sangre. Por entonces, la soledad fue la elección de nuestro héroe, -“vivía junto a su esposa Ermesinda en un viejo casón en la remota Piloña”, dedicándose de forma discreta a poco más que ser un simple agricultor y ganadero; recordaba Pelayo-, pero aún así, hasta ese remoto lugar se acercaban con frecuencia gentes que conocían y admiraban su gallardía y lealtad contrastadas; y ya fuesen estos visitantes viejos camaradas de armas godos, religiosos eremíticos o líderes tribales norteños. Todos le pedían que aceptase ser el nuevo príncipe de la España católica, pues era del común entendido que ya sólo él era respetado por todos para tan justa causa. Pelayo estaba de acuerdo en que se necesitaba un caudillo que levantase el maltrecho ánimo –y es que sin duda “era necesario hacer algo, ¿pero era él realmente el apropiado para liderarlo?”-.
La llegada a Gijón en el año 717 del gobernador Munuza, -“fue sin duda el detonante definitivo del levantamiento”-. De origen bereber, este abigarrado soldado había participado junto a Táriq en todas las campañas de conquista desde el desembarco en Tarifa, y ahora que tanto Muza como el propio Táriq habían viajado hasta Damasco con el fin de rendir cuentas de lo logrado ante el Califa, había conseguido convertirse en el principal líder musulmán en el noroeste de España. Su primera decisión fue capturar a los nobles, incluido Pelayo, y enviarlos a Sevilla bajo el pretexto de rendir cuentas ante las nuevas autoridades, que allí asentaron su primera capital. Su traslado hasta la ciudad herculina –“como había cambiado en tan poco tiempo la vieja Hispalis de San Isidoro”- hizo ver con claridad a Pelayo la triste situación a la que en apenas cinco años habían llevado a España sus nuevos dueños. No había por tanto mucho más que pensar ni dudar; y así -bien se acordaba Pelayo, “dispusieron huir de su cómoda captura tanto él, como otros viejos compañeros de armas que estaban en su misma situación, y volver de inmediato al norte”-.
Su regreso fue recibido con júbilo por nobles, prelados y pueblo llano, e inmediatamente se estableció un sitio en lo más profundo de las montañas donde poder reunirse junto con todos los nobles y jefes tribales, con el fin de desarrollar una estrategia de combate frente a invasores y traidores. Un pequeño valle en la tierra de Valdeón defendido por enormes montañas, fue el lugar elegido para que a lo largo del verano del año 718, un pequeño grupo de elegidos -se juramentasen “en defensa y reconquista de la Patria y Religión de sus ancestros, frente a la barbarie y esclavitud llegada de Oriente”-. Durante el mes de agosto se sucedieron innumerables reuniones, en las que cada cual expuso libremente tanto su opinión como condiciones, -“todos aquellos héroes ofrecieron más de lo que pidieron”-, y finalmente, una vez determinado el levantamiento, se propuso elegir un príncipe que liderase la juramentada cruzada. La votación se llevó a cabo el último día de agosto, determinándose por unanimidad que Don Pelayo sería proclamado Príncipe de los cristianos de Hispania el ocho de septiembre, Festividad del Nacimiento de Nuestra Señora.
El fuego ante el que meditaba Pelayo se desvanecía, a la vez que las primeras luces del amanecer se intuían tras el poderoso Monte Corona. En breves horas sería Príncipe de España, y buena parte de la esperanza de todo un pueblo recaería sobre él. Con el sol ejerciendo ya de testigo en el horizonte, Pelayo salió por última vez de sus recuerdos, y recogiendo de un improvisado altar la cruz y la espada -únicas compañeras de su vela regia; y testigo, fuerza y razón de lo que estaba escrito, “había de venir”-, se encaminó lentamente hasta el lugar elegido para su coronación. Fue ésta celebrada en un lugar recóndito de las montañas astures llamado Cordiñanes, y allí mismo tras la regia ceremonia y posteriores gritos de alegría por el tiempo que comenzaba, -y para que las venideras generaciones de españoles recuerden que hasta en los más oscuros abismos siempre hay esperanza- se levantó en ese mismo momento una ermita en acción de gracias por tan glorioso hecho allí sucedido, -en que España recuperaba su monarquía, y con ello la esperanza de un pueblo que sólo sabe ser libre, cuando es leal-, poniéndose esta bajo el amparo de la Santísima Virgen de la Corona.
Con la proclamación de Pelayo aquella gloriosa jornada de la que este próximo ocho de septiembre se cumplirán mil trescientos años, comenzó para los españoles el TIEMPO DE RECONQUISTA, pero esa ya es otra historia, y también es nuestra Historia.

No pretende esta historia ser fiel reflejo de lo sucedido hace tanto tiempo, pues pocas, y contradictorias, son las crónicas que nos han llegado hasta nuestro tiempo; y por otra parte, y como no puede ser de otra manera, el autor desconoce los pensamientos del rey Pelayo. Si pretende ser un tributo a los españoles que hace ahora 1.300 años dejaron ejemplo de nobleza y lealtad a las postreras generaciones, defendiendo con valor y tenacidad los principios tradicionales e innegociables en que se sustenta nuestra Patria. Está dicho y sabido “siempre habrá leales y siempre habrá traidores”.


Luis Carlón Sjovall
Presidente A.C.T. Fernando III el Santo

De cómo Palencia ganó su escudo

Escudo (S. XIII) de un caballero palentino de la Milicia de la Santa Cruz, llamado Pascual Pérez.
La negra jornada del diecinueve de julio de 1195, cuando el ejército castellano comandado por el rey propio Alfonso VIII, llamado “el noble” fue derrotado en la Batalla de Alarcos por las tropas almohades llegadas de África, España entera tembló ante la amenaza que sobre ella se cernía en forma de media luna. Aquel día, en el que Castilla defendió en solitario la España cristiana frente a los ejércitos musulmanes llegados de África, supuso, además de una importante pérdida de territorio –la frontera volvió a marcarla el río Tajo-, la casi total aniquilación de sus mejores hombres de armas. Quiso la providencia que el victorioso califa Yusuf II se viese obligado -gracias a una revuelta en Túnez- a regresar a tierra africana para sofocarla, y que así se pudiese lograr una tregua de diez años, que al Reino de Castilla le sirvió para preparar concienzudamente una nueva generación de guerreros. Diecisiete años después, el 16 de julio de 1212, el Rey de Castilla –esta vez junto con los de Aragón y Navarra, además de numerosos cruzados llegados de todos los rincones de la Cristiandad- volvió a enfrentarse a los almohades en La Batalla de Navas de Tolosa, y esta vez sí, la victoria fue cristiana. La Batalla -como se la conoce desde entonces- fue crucial para el devenir de los acontecimientos, así como un episodio esencial en el ideal común de todas las generaciones posteriores de españoles; y Palencia, no solo estuvo presente en semejante gesta de nuestra Historia, sino que además fue parte fundamental. El escudo de la ciudad aún lo recuerda.
A principios del año 1211, el Obispo de Palencia, Don Tello Téllez de Meneses emprendió un viaje a Roma en calidad de embajador del rey Alfonso VIII. Su objetivo, obtener de parte del Papa Inocencio III una bula de cruzada -garantía de que Castilla no sería agredida por el resto de reinos cristianos mientras durase la guerra que se avecinaba de nuevo frente a los ejércitos almohades-. No solo consiguió esto Don Tello, además se trajo una carta firmada por el Papa recomendando a todos los arzobispos -“de España” dice Inocencio III- instando a sus reyes a imitar el ejemplo castellano, y “que concediesen indulgencias a quienes participasen en la batalla”.
El rey Alfonso VIII citó para el día de Pentecostés (20 de mayo de 1212) a las huestes cristianas en la ciudad de Toledo. Hasta allí se habían trasladado las milicias nobiliarias y ciudadanas de toda Castilla (todo hombre capacitado para el combate estaba allí), que junto con cruzados venidos desde Portugal, León, Provenza, Lombardía, Bretaña e incluso Alemania abarrotaban las calles de la vieja capital visigoda. Antes de todo ello, y con el obispo Don Tello de vuelta de su viaje a Roma, se celebró en la Catedral de Palencia a finales de abril de 1212 una ceremonia grandiosa que aún hoy aparece recogida en el Libro Antiguo de Estatutos del Cabildo, y que dice así: “Cuando el Estandarte de la Ciudad de Palencia deba ir a la guerra, así ha de hacerse: todas las personas honorables de la ciudad, deben ir a la hora de vísperas con el Estandarte a la Iglesia de San Antolín, y poner el Estandarte ante el altar del Santo Salvador, y permanecer allí todos con el Estandarte durante toda la noche, y celebrar la vigilia solemnemente”. Las mesnadas de Palencia no faltaron a esta cita, aportando aproximadamente siete mil efectivos, entre caballeros, prelados, peones y gentes de mantenimiento; siendo la fuerza más abundante la milicia ciudadana de la capital -comandada por Don Juan Fernández Sanchón-, seguida por las mesnadas particulares de los poderosos señores de la Tierra de Campos: Don Alfonso Téllez de Meneses y Don Gonzalo Ruiz Girón, por entonces Mayordomo Real de Castilla.
El 20 de junio, una vez incorporado al ejército cruzado el rey Pedro II de Aragón, partió el contingente de Toledo con intención de combatir a las tropas almohades en algún lugar de La Mancha. Tras reconquistar primeramente  Malagón, el ejército continúo su camino hacia el sur tomando las fortalezas de Calatrava, Alarcos y Salvatierra sin demasiada resistencia. Se esperaba la aparición del Miramamolín, pero las tropas musulmanas no aparecieron, y el desaliento se apoderó del ejército cruzado. Informado el rey Alfonso de que los almohades esperaban bien parapetados tras la Sierra Morena. Todo eran dudas en las huestes cruzadas; por un lado combatir donde proponían los almohades suponía aventurarse en pleno mes de julio en un territorio muy al sur y sin apenas provisiones, para además combatir frente a un contingente superior en terreno claramente desfavorable. Por el contrario, retirarse significaba perder la que quizá fuese la última oportunidad de combatir unidos los ejércitos cristianos frente al enemigo almohade. Ante esta situación, muchos ultramontanos se retiraron de la Cruzada, una vez que ya habían saciado con conquistas menores sus promesas; por el contrario, animó notablemente la aparición del rey Sancho VII de Navarra, llegado junto con trescientos caballeros norteños para unirse al frente común comandado por el Rey de Castilla.
Cuando finalmente los ejércitos cristianos llegaron frente al Muradal de Sierra Morena, entendieron que no había ninguna opción de conseguir la victoria tal y como estaban parapetados los musulmanes. Y es qué, para enfrentarse al grueso del ejército almohade, debían atravesar el Paso de La Losa (actual Despeñaperros), donde sin duda serían masacrados por los ismaelitas sin ni siquiera llegar a poder combatir. El rey Alfonso aún con tan malas predicciones se negaba a rendirse, y así, cuando apenas quedaba esperanza, apareció en el campamento cristiano un pastor mozárabe llamado Martín Alhaja, quien dijo al Rey conocer una ruta por la que atravesar el Muradal sin necesidad de combatir. Diego López de Haro lideró junto al pastor la marcha nocturna por dicha ruta, que trasladó milagrosamente a todo el ejército cristiano allende de las montañas, dejándolos  justo en frente de donde se encontraba el campamento del Califa almohade. Esta losa natural, donde el Rey Alfonso plantó su tienda el 13 de julio de 1212, se conoce desde entonces como “La mesa del rey”.
Tras varios de preparativos, el dieciséis de julio de 1212 y bajo un sol de justicia, se enfrentaron en Navas de Tolosa los dos ejércitos más poderosos vistos hasta entonces en tierra hispana. En el orden de batalla cristiano, destacaba en la primera línea junto al veterano Diego López de Haro, el palentino Alfonso Téllez de Meneses, quien comandó a las huestes leonesas y portuguesas, además de a sus propias mesnadas. El Obispo de Palencia y Gonzalo Ruiz Girón, se mantuvieron en la retaguardia junto a los reyes y resto de prelados hasta que a última hora de la tarde llegó el momento de la embestida final. La Batalla duró todo el día, hasta que finalmente el lado derecho de la vanguardia cristiana (en el que se encontraban los navarros y las gentes de Téllez de Meneses) abrió brecha en el flanco izquierdo musulmán. Inmediatamente avanzaron navarros y palentinos a galope tendido hasta el campamento del miramamolín Al-Nasir, reventando las cadenas del palenque defensivo al que estaban amarrados los más leales siervos del Califa. A partir de ese momento, las tropas musulmanas, viendo huido a su líder y destrozado el campamento, huyeron en desbandada del campo de batalla. La victoria fue total para el rey Alfonso VIII –conocido desde entonces como “el de las navas”, celebrándose un “te deum” al anochecer, justo en el lugar donde poco antes se encontraba el campamento almohade.
Tras la Batalla, los cristianos fallecidos fueron enterrados en una fosa común, sobre la que Alfonso VIII mandó construir una ermita dedicada a la Santa Cruz. Pocos años después, el rey Fernando III el santo creó una orden militar llamada “Militia Sancta Crux”, cuya finalidad fue proteger el legado espiritual y material de la Batalla. Hoy en día, ese lugar de peregrinación espiritual y cultural tan importante como es Navas de Tolosa, sigue protegido por la actual Orden de Caballeros de la Vera Cruz del rey Fernando III, refundada en 2012 con motivo del VIIIº Centenario de La Batalla, y cuyo solar se encuentra en el mismo palacio-fortaleza otorgado por el Rey Fernando III a la primigenia Milicia de la santa Cruz, en la localidad jienense de Santa Elena.
De la importancia de la participación palentina en La Batalla dio honor en su momento el propio rey Alfonso VIII, al conceder al obispo Don Tello, y con ello a la ciudad, el privilegio de unir al castillo -concedido a la ciudad dos siglos antes por Fernando I de León-, la cruz del cielo aparecida durante la Batalla; y que hoy en día se muestra en el escudo palentino como cruz floreada en oro sobre fondo azur.  El propio rey concedió a la familia de los Téllez de Meneses - al igual que al rey de Navarra-, el privilegio de portar en su heráldica las cadenas las navas –signo de victoria frente a la esclavitud-, rotas al unísono por Sancho el fuerte y por el propio Don Alfonso Téllez de Meneses. Finalmente, y como bien nos recuerda la tradición popular, Palencia fue premiada de forma excepcional por el rey Alfonso VIII con la Primera Universidad de España , ese mismo año de 1212, en agradecimiento por la heroica participación palentina en la trascendental Batalla de Navas de Tolosa.

Artículo publicado en El Norte de Castilla  (16 de julio de 2018)
Luis Carlón Sjovall
Presidente A.C.T. Fernando III el Santo
Comendador de Castilla de la Orden de Caballeros de la Vera-Cruz del rey Fernando III

Breves notas sobre el carlismo palentino (Juan Antonio de Soto y Herrera)

Oficial del Regimiento de Dragones de Almansa (1806)

Nuestro protagonista de hoy, nos permite enriquecer nuestro trabajo con un nuevo aspecto del sacrificio de los hombres que entregaron su vida en defensa del Altar y del Trono, pues nos encontramos ante un militar carlista que ni tan siquiera llegó a tomar las armas en la guerra. Sirva como ejemplo de aquellos en que la persecución iniciada contra los simpatizantes de Don Carlos, incluso antes de la muerte de su hermano, fue más allá del simple alejamiento de sus puestos, pues fue uno de los que, sin tener en cuenta su edad, estado de salud o sus méritos en pasadas contiendas, los amantes de la libertad encarcelaron como a simples delincuentes, solo por haber cometido el delito de no pensar como ellos.


Nos ha sido fácil encontrar sus datos de filiación. Noble, había conseguido su ingreso en la Orden de Caballeros de Santiago en el año 1814, cuando era capitán de la Real Brigada de Carabineros. Su expediente certifica que nació en Amusco el día 30 de junio de 1779, siendo bautizado en la parroquia de San Pedro el 4 de julio. Su padre, Francisco de Soto y Guzmán era natural de Santillana del Mar y había cambiado su residencia a Amusco al contraer matrimonio con Ángela Herrera Rubio, noble amusqueña, el día 10 de febrero de 1777. Hubo de demostrar su hidalguía Francisco, obteniendo ejecutoria de nobleza ante la Real Chancillería de Valladolid el 19 de febrero de 1788, pudiendo ser alcalde de Amusco por el Estado Noble en 1797 y 1805. Y en Amusco nacieron sus hijos Antonio, Juan, Manuel y Manuela. También sabemos que nuestro protagonista, Juan Antonio, se casaría en Osuna, el 7 de mayo de 1821, con María del Carmen Figueroa y Gobantes, hija del conde de Puertohermoso, José de Figueroa y Silva. Juan Antonio, que llegaría a ser comendador de la Orden y María del Carmen tuvieron dos hijos, José y Juan. Pero ahora nos es obligado a hablar de la vida militar de nuestro biografiado.

Para narrarla acudiremos primero al Diccionario de Alberto Martín-Lanuza, pues en él dedicaba una de sus voces a nuestro biografiado. Y por él sabemos que el 15 de octubre de 1803 fue nombrado cadete en el regimiento de Dragones de Almansa que, en 1807, formaría parte de la famosa expedición del marqués de La Romana. Episodio de nuestra historia que no podemos nada más que resumir, lo que haremos teniendo como eje la magna obra que sobre la guerra de la Independencia escribió Juan Priego López.

Destruidas las flotas española y francesa en la batalla de Trafalgar, Napoleón intentaría derrotar a Inglaterra arruinando su economía inhabilitando su comercio. Para ello, el 21 de noviembre de 1806 promulgaría el llamado Decreto de Berlín, mediante el cual pretendía establecer el bloqueo económico de las islas británicas, prohibiendo a sus aliados y a los países ocupados cualquier tipo de relación comercial con Gran Bretaña. Proyecto que implementaría con el Decreto de Milán, de 17 de diciembre de 1807, en el que establecía que se tratase como "presa de guerra" a cualquier buque, fuera cual fuera su nacionalidad, que se hubiese detenido en un puerto británico, que hubiese pagado cualquier tipo de impuesto en Gran Bretaña o que fueran registrados en su carga por un barco británico. Pero para que el denominado “bloqueo continental” fuese efectivo, era necesaria la colaboración de los gobiernos teóricamente neutrales ya fuese mediante tratados o amenazas. No podemos entrar a pormenorizar los compromisos adquiridos por España con Francia por el que se llamó Tratado de San Ildefonso, pero claro está que por él debíamos colaborar en el “bloqueo continental”. Napoleón exigiría a España el envío de un cuerpo expedicionario de 14.000 hombres a Alemania con el objetivo de guarnecer las costas de mar Báltico. El primer contingente en marchar fue la división que al mando de Gonzalo O’Farril había marchado como guarnición al reino de Etruria. El 22 de abril de 1807, a las órdenes de Juan Kindelán y siguiendo el "camino español", saldría para Hamburgo a donde llegaría entre el 12 y el 24 de junio de 1807. La composición de este cuerpo era la siguiente: ­ regimiento de infantería de línea Zamora (2.256 hombres); dos batallones del regimiento de infantería de línea Guadalajara (1.504 h.); un batallón de infantería ligera 1º de Voluntarios de Cataluña (1.200 hombres); el regimiento de caballería ligera Villaviciosa (540 hombres); ­ regimiento de caballería de línea Algarve (540 hombres), y una compañía de artillería (100 hombres). El resto del cuerpo expedicionario partiría de España. Eran dos divisiones al mando del Pedro Caro y Sureda, 3er marqués de La Romana. La primera partiría de Irún, para por Burdeos llegar a Hannover. La segunda cruzaría la frontera por Port Bou, para por Lyon y Besançon llegar también a Hannover.  Desde allí y ya a las órdenes del mariscal Jean Baptiste Bernadotte, marcharían a Hamburgo para reunirse con la división de Etruria. Formaban aquellas divisiones, un batallón de regimiento de infantería de línea Guadalajara (778 hombres); el regimiento de infantería de línea Asturias (2.332 hombres); el regimiento de infantería de línea Princesa (2.282 hombres); el ­ 2º batallón del regimiento de infantería ligera Voluntarios de Barcelona (1.240 hombres); el­ regimiento de caballería del línea del Rey (540 hombres); el regimiento de caballería del línea del Infante (540 hombres); el regimiento de Dragones de Almansa (540 hombres); una compañía de zapadores-minadores (100 hombres); artillería a pie (270 hombres); artillería a caballo (89 hombres), y­ tren de artillería (68 hombres). Y con ellos, nuestro biografiado. En febrero de 1808, Dinamarca, aliada de los franceses, declararía la guerra a Suecia al negarse ésta a apoyar el bloqueo marítimo contra la Gran Bretaña y el Cuerpo Expedicionario español será enviado a la península de Jutlandia para su defensa ante una posible invasión sueca. 

“Antes, sin embargo, de dirigirse con sus tropas a lugares tan alejados de España, el marqués de La Romana envió a Madrid a sus ayudantes don Luis Moreno Godoy y don José Agustín de Llano, con pliegos para la príncipe de la Paz, de quien hacía tiempo que no recibía correspondencia y del que solicitaba instrucciones sobre la conducta que debía seguir en los países escandinavos. El segundo de dichos ayudantes llevaba también el encargo de informarse discretamente del estado político y militar de nuestra Patria”.

Entretanto, el 5 de marzo emprendió la marcha la vanguardia francesa penetrando en Dinamarca por la península de Jutlandia, poniéndose en movimiento los cuerpos españoles entre el 8 y el 16 en dirección a la isla de Fionia, con intención de pasar desde allí a la Sealand donde se encuentra Copenhague. Paso que no se pudo efectuar porque barcos de guerra ingleses les cerraron el camino. Circunstancia que llevó a Bernadotte a dislocar sus fuerzas, entre ellas las españolas que, entre finales de marzo y primeros de abril, quedaron establecidas en el norte de la península de Jutlandia a las órdenes del Kindelán, que estableció su cuartel general en Kolding y en la isla de Fionia, con el marqués de La Romana que primero se situó en Odense y luego en Nyborg.

“En los primeros días de abril, y a través del Moniteur Universel y otras gacetas francesas, se enteraron nuestros oficiales y soldados de la <> de los sucesos de Aranjuez, de la caída de Godoy y de la abdicación de Carlos IV en su hijo Fernando VII, y aunque estas noticias se recibieron en general con alegría, porque casi todos los componentes de dicha división participaba de la animadversión que nuestro pueblo sentía entonces por el favorito en desgracia y de las esperanzas puestas en el nuevo monarca, no dejó de producirse entre ellos una cierta efervescencia, que no pasó inadvertida para los mandos franceses”.

Bernadotte, tras consultar a Napoleón, como medida de seguridad decidió dispersar a nuestras tropas, pero no tanto como para que no pudiesen actuar coordinadamente, situándolas alrededor del Gran Belt, lo que unido a que los daneses, por temor a que se repitiese el ataque británico que arrasó Copenhague el año anterior, concentraron sus fuerzas en la isla de Sealand y que las tropas francesas no habían pasado de Flensburgo, determinó que, aunque diseminados y aislados entre sí, no hubiese ninguna fuerza que, en caso de pretenderlo, pudiera impedir que se reuniesen. En el mes de julio, tras algunos nuevos movimientos de nuestras unidades prescritos por el mando francés, su situación era la siguiente:

“Isla de Fionia: cuartel general del marqués de La Romana en Nyborg; artillería y zapadores entre esta plaza y Odense; regimiento de la Princesa en Middelfart y Assens; batallón de Barcelona en Svendborg; caballería de Almansa en Odense; caballería de Villaviciosa en Faaborg. = Isla de Langueland: batallón de Cataluña y un destacamento de Villaviciosa. = Isla de Sealand: regimientos de Asturias y Guadalajara en Roskilde. =Península de Jutlandia: cuartel general de Kindelán en Fredericia; regimiento de Zamora en Kolding, Veile y Fredericia; caballería del Rey en Randers; caballería del Infante en Aarhus; caballería del Algarbe en Horsens” .

También a aquellos nuevos asentamientos les llegarían noticias de lo que sucedía en España. De las renuncias de Carlos IV y Fernando VII, de los sucesos del 2 de mayo y de la designación de José Bonaparte como rey de España. Pero fue la llegada de tres testigos de lo sucedido en Madrid, el capitán José Agustín del Llano que regresaba tras la misión encomendada por el marqués de La Romana, el coronel Martín de la Carrera que venía agregado al regimiento de caballería del Rey y el teniente coronel Pedro Aylmer destinado al regimiento de Zamora, lo que permitió a los nuestros conocer la verdad de lo que sucedía en España. El marqués compartía su indignación, pero también era consciente “de la difícil situación en que las tropas españolas se encontraban, diseminadas por el territorio danés, a centenares de leguas de nuestra Patria y rodeadas de enemigos” y por tanto del peligro que suponía cualquier movimiento de insubordinación que hubiera supuesto su desarme e imposibilidad de regreso. Por ello, decidió contemporizar.      

Ya por aquellas fechas, los agentes británicos trataban de contactar con nuestras tropas para entregarles las proclamas de las Juntas de Asturias, Galicia y Andalucía que había llevado hasta Inglaterra el teniente Rafael Lobo, ayudante del almirante Juan José Ruiz de Apodaca secretario de la Junta Suprema Central. Pero las severas medidas adoptadas por el mando francés para evitar su contacto con sus enemigos, incluyendo que se recibiera a cañonazos a cualquier barco, de cualquier nacionalidad, que se aproximase incluso enarbolando bandera de parlamento, impedía su objetivo. Finalmente asumió aquella misión el sacerdote católico escocés James Robertson que, como hablaba alemán, se hizo pasar por mercader de chocolate. Robertson, conseguiría llegar hasta La Romana en Nyborg y exponerle el compromiso del ministro de Exteriores británico George Canning, de poner a su servicio los transportes necesarios para que nuestras tropas pudiesen regresar a España. De inmediato, el marqués y su estado mayor, se esforzaron en elaborar un plan para concentrar todas sus tropas en la isla de Fionia, utilizando la excusa de una revista de inspección. Pero antes de que este plan pudiese llevarse a cabo, el 22 de julio, recibió órdenes firmadas por el propio general Bernadotte de que todas las tropas debían prestar de inmediato, en sus respectivas guarniciones, juramento de fidelidad al nuevo rey de España, José Bonaparte. Estas órdenes no solo le llegaron a La Romana sino también al general Juan Kindelán en Jutlandia y al brigadier Luis Delevielleuze en Sealand, con la intención evidente, de sembrar la división entre los expedicionarios.

En Jutlandia, Kindelán, que desde el principio tomó partido con los franceses, conseguiría que jurasen las tropas a su mando, según algunas versiones, con el ardid de que las demás habían jurado ya, mientras que, por el contrario, en Sealand los regimientos de Asturias y Guadalajara que, habían tenido noticias de los sucesos de España, se negaron a jurar y se sublevaron, atacando a los franceses causando la muerte de un oficial. Luego marcharon sobre Copenhague para ponerse bajo la protección de Federico VI, rey de Dinamarca, pero interceptados por fuertes contingentes de tropas danesas fueron obligados a deponer su actitud y a regresar a sus campamentos. Mientras, en Fionia y Langeland, La Romana, a pesar de su natural repugnancia a tal orden, tratando de ganar tiempo hasta poder ultimar sus planes de evasión, dispuso la jura. A pesar de ello, los incidentes menudearon. Y de entre ellos, nos interesa lógicamente anotar que los dragones de Almansa interrumpieron la lectura de la orden con los gritos de ¡Viva España! ¡Muera Napoleón! y al ser amenazados con un castigo ejemplar, rompieron filas en el mayor desorden. Incidentes de los que fueron testigos varios oficiales franceses, ayudantes de Bernadotte. La Romana le escribió de inmediato para tratar de contrarrestar los informes que le pudiesen dar y con sus ayudantes redactó un formulario de jura condicionada que pudiese ser aceptado por sus tropas. Pero, como era de esperar, Bernadotte conminó amenazante a La Romana para que hiciese jurar a sus tropas de forma inmediata su fidelidad al rey intruso, lo que colocaba al marqués en una situación harto difícil. En esa situación, durante la noche del 6 al 7 de agosto, su ayudante José O’Donnell, le anunció “la llegada de dos oficiales del batallón de Cataluña, enviados desde Langeland por su sargento mayor, don Ambrosio de la Quadra, con despachos de extraordinaria importancia.

Aquellos oficiales eran el teniente Félix Carreras y el subteniente Juan Antonio Fábregas. Fábregas aprovechando su destino en las cercanías de Spodsbjerg en la costa oriental de la isla de Langeland, había conseguido contactar con la escuadra inglesa, en la que le habían facilitado una entrevista con el teniente Lobo, en la que le entregó las proclamas de las Juntas españolas y que Fábregas llevó a La Romana junto con los documentos en los que el mando británico le aseguraba tener dispuestos los buques necesarios para embarcar toda la división. El marqués impartió órdenes a todas las guarniciones para que se concentraran en Nyborg, a fin de proceder a su embarque y para asegurar la operación, con dos batallones del regimiento de la Princesa, dos compañías del de Voluntarios de Barcelona, dos escuadrones del regimiento de Almansa y la artillería a caballo, se apoderó de Nyborg. Los ingleses, después de un encarnizado combate con los daneses, desembarcaron en la plaza y, después de conferenciar con La Romana, decidieron el traslado de los españoles a la isla de Langeland, donde debía producirse el embarque de la totalidad de las tropas. Allí los jinetes de Villaviciosa y los infantes de Barcelona y de Cataluña, se habían apoderado de toda la isla permitiendo a La Romana y sus hombres desembarcar con toda tranquilidad.

El 13 de agosto, después de que algunos cuerpos hubieran tenido que recorrer más de 100 km en 21 horas para unirse a sus compañeros, La Romana reuniría más de 9.000 hombres. El 21 de agosto, la escuadra del almirante británico sir James Saumarez ancló frente a la costa oriental de Langeland, donde embarcaron los nuestros sin abandonar más que los caballos que no podían transportarse y salvando toda la artillería. A continuación, zarparon con rumbo a Goteborg, en la costa de Suecia. El 5 de septiembre, serían embarcados en 37 buques enviados por Gran Bretaña, zarpando con destino a La Coruña, aunque debido al mal tiempo, finalmente arribarían a Santoña y Santander. Era el 8 de octubre de 1808. Sin embargo, más de 5.000 españoles quedaron atrapados sin poder volver a España, pero esa ya es otra historia.

Tras desembarcar, la caballería fue enviada a Extremadura para que fuese provista de caballos, aunque algunos jinetes se quedaron para poder organizar con ellos las guerrillas de aquellas tropas, entre ellos nuestro biografiado, que pasó a las órdenes del brigadier Juan Caro, hermano del marqués de La Romana. Podemos seguir ahora su hoja de servicio, que por ser pormenorizada dividiremos por años en la medida que los datos no lo permitan. Exponía:

“En 12 Enero de 1809 lo fue [designado] por el Excmo. Sr. Marqués de La Romana para averiguar las fuerzas y posiciones de los enemigos; el 29 les tomó 4 carros de harina y 15 cargas de jamones habiendo perseguido a 40 dragones que lo escoltaban; en 20 de Mayo se halló en el sitio de la plaza de Lugo haciendo servicio de guerrilla y con motivo de tratar los enemigos de fugarse de aquella plaza a las 12 del día, se reunió a la infantería y consiguió rechazarlos y encerrarlos en ella; en 21 con 30 caballos sostuvo la retirada del Ejército por lo que obtuvo el grado de Teniente; en 1º de Octubre fue nombrado Comandante de guerrilla, hallándose situado en Calzada de Don Diego en donde fue atacado el 12 y el 13 manteniendo su posición; volvió el 17 a ser atacado por todas las fuerzas enemigas que ocupaban Salamanca, habiendo sido obligado a retirarse sin cesar de batirse todo el día; el 18 continuó batiéndose todo el día hasta que logró presentar a los enemigos en el glorioso campo de Tamames donde recibió una cuchillada en la cabeza y una estocada en el costado derecho. Por orden del Excmo. Sr. Príncipe de Anglona se retiró a curarse y en cuanto lo fue volvió a continuar su servicio hasta la conclusión de la batalla que fue conducido al hospital, obteniendo por todo esto el grado de Capitán; en 30 de noviembre volvió a continuar el servicio de guerrilla en cuyo día evacuaron los enemigos Alba de Tormes, siguiéndoles en su retirada hasta Fuentesaúco; en 1º de Diciembre tuvo orden para ocupar la ciudad de Toro que evacuaron los enemigos, dándoles alcance en su retirada logrando tomarles dos cargas de plata y 16.000 reales todo lo que remitió al Excmo. Sr. duque del Parque; el 8 fue destinado por el mismo General a las inmediaciones de Alba y Salamanca con el fin de observar al enemigo y mandar subsistencias para el Ejército en cuyo encargo permaneció hasta el 1º de Marzo de 1810”.

“En 22 de dicho mes [marzo de 1810] fue destinado a las órdenes del mariscal de Campo D. Martín de la Carrera, sosteniendo los puentes de Alagón, Guijo y Granadilla donde tuvo noticia que la caballería enemiga se dirigía a la ciudad de Plasencia a sacar una contribución, salió con la mayor parte de su fuerza de 50 caballos, los alcanzó a las inmediaciones del Villar [de Plasencia] donde les atacó y consiguió retrocediesen causándoles algún daño; en 23 los atacó en el puente nuevo de Plasencia y logró sorprender una avanzada de 16 hombres que fue pasada a cuchillo trayéndose los fusiles, entrando enseguida en la plaza de dicha ciudad con 24 hombres poniendo en consternación la guarnición que constaba de 500 hombres;  en 16 de Octubre fue nombrado para que continuase el servicio de guerrillas con 50 caballos; en 21 fue atacado a las inmediaciones de Llerena por 600 infantes y 160 caballos, matando un oficial, un cazador y hecho prisionero un Cabo obligándolos a retirarse a Valencia de las Torres; en 15, 16 y 18 de Noviembre le atacó la división del General Girard [Jean Baptiste] en los campos de Villagarcía [de la Torre] y Usagre logrando rechazarlos con ventaja y conservando el punto de Usagre por lo que se le concedió un escudo de honor con el lema: Se distinguió en tres acciones; el 20 fue atacado en las mismas posiciones por 200 caballos, logrando rechazarlos, mató 10 húsares, hizo ocho prisioneros y cogió 12 caballos por lo que obtuvo el grado de Teniente Coronel; siendo atacado el 16 por toda la caballería el Teniente Coronel Joaquín de Mora en su posición de Bienvenida, fue en su socorro logrando rechazar a los enemigos con grande pérdida; el 17 evacuaron los enemigos Villagarcía y Llerena, logrando dar alcance a su retaguardia a la que hizo un fuego tan vivo en términos que los puso en vergonzosa fuga hasta que llegaron a las alturas de Ahillones y reconociendo la debilidad de las fuerzas se pusieron en retirada con todo orden pero sin dejar de perseguirlos hasta precisarles a parlamentar pidiendo hora y media para dar pienso a los caballos; el 18 fue atacado por toda la división enemiga compuesta de 600 caballos y 4.000 infantes en los campos de Azuaga donde mantuvo su posición  por espacio de 5 horas que logró emprendiesen su retirada quedando el campo por los españoles; en 19 por propuesta del teniente Coronel D. Joaquín Mora fue nombrado Comandante General de las Guerrillas y puestos avanzados del Ejército por el General en Jefe Don Gabriel de Mendizábal; en 31 fue atacado y se retiró a Llerena en 2 de Enero de 1811”.

“Se fue igualmente retirando a Bienvenida; el 4 se retiró a Fuente de Cantos; el 5 a Almendralejo, el 7 lo hizo a Mérida sin dejar de batirse en todo el día cubriendo por la noche la retaguardia de la caballería; el 9 fue destinado al castillo de Zagala para cubrir los vados de la [ilegible]; en 11 pasó a Badajoz; en 14 se halló en el reconocimiento de Olivenza; el 15 y 17 en las acciones del Puente de Évora; el 18 en la de Talavera la Real; en 20 pasó con toda la caballería a Campo Mayor; el 21 fue destinado a la plaza de Badajoz para custodiar los correos que venían al Gobernador hasta que el General salió de aquella plaza para apresurar la marcha de las divisiones que se reunían en Portugal, lo que se verificó arrollando las grandes guardias enemigas que había en el camino de Yelbes; el 4 [Febrero] aseguró desde Yelbes a la plaza a la cabeza del Ejército; el 6 salió a clavar las baterías donde recibió un bayonetazo en la pantorrilla izquierda, le mataron dos caballos y logró traer prisionero al Coronel Director de Ingenieros; el 16 fue a cubrir los vados de Évora; el 19 fue batido en los campos de Santa Engracia retirándose con el resto de la caballería a Portugal; el 20 pasó con pliegos a Badajoz para el Gobernador Menacho [Rafael] volviendo con la contestación; el 1º de Marzo volvió otra vez aunque con mucho trabajo logró entrar y salir de la plaza con igual encargo; el 4 hizo un reconocimiento con seis Tiradores en el pueblo de Montijo en donde había una descubierta enemiga de la que hizo siete prisioneros, ahogándose dos en el río; el 6 por la noche les quitó y quemó la barca que tenían frente de Talaverilla; el 8 pasó a Mérida; el 11 hizo un reconocimiento sobre Villafranca [de los Barros] cogiendo 54 prisioneros con sus caballos y 10 muertos; el 13 pasó a establecerse en los Santos de Maimona; el 14 fue atacado por el Coronel Vinot [Gilbert Julien] con 500 caballos y habiendo dado parte al Mariscal Beresford [William] que convenía retirarme por sus superiores fuerzas, le contestó sostuviese aquel puesto lo que pudiese que sería socorrido por dos Escuadrones ingleses, lo que se verificó haciendo prisioneros al enemigo 250 hombres con sus caballos, un Teniente Coronel y cinco Oficiales; el 15 en el desalojamiento de los enemigos de Usagre; el 16 en el de los de Villagarcía [de la Torre] y en su retirada hasta Fuente del Arco; el 18 en los de Valverde [de Llerena] y ¿Azuaga?; el 20 a los de Guadalcanal, siendo atacado todos estos días por mañana y tarde; el 29 fue desalojado de Guadalcanal por 7.000 infantes y 1.200 caballos con su artillería retirándose a Casas de Reina; en 3 de Mayo fue acometido por el General La Tour-Maubourg [Marie Victor] con toda su caballería y siendo reforzado por el Regimiento de Caballería de Borbón se volvieron a Guadalcanal; el 5 lo fue en las inmediaciones de Casas de Reina; el 7 lo fue igualmente por todas las fuerzas enemigas que ocupaban Guadalcanal retirándose a Villagarcía; el 15 también lo fue por 5.000 infantes y 2.500 caballos y 30 piezas de Artillería, habiendo recibido orden para que hiciesen más lenta su marcha, logrando tardasen hasta los campos de La Albuera desde las cuatro de la mañana hasta las cuatro de la tarde, por lo que mereció le diese las gracias el Mariscal Beresford; el 16 fue atacado y reforzado por las guerrillas del Cuerpo Expedicionario hasta las 10 de la mañana que empezaron a maniobrar las grandes masas, habiendo sido el 1º que cargó a los enemigos en el acto de llevarme una porción de prisioneros ingleses rescatándolos; el 18 hizo tres reconocimientos sobre el campo enemigo donde tomó algunos prisioneros y entre ellos al Coronel Borbón, siguiéndolos en su retirada a la Solana [de los Barros]; el 19 hizo un reconocimiento sobre dicho pueblo y fue rechazado por toda la caballería enemiga; el 20 hizo otro reconocimiento sobre Aceuchal y también fue rechazado hasta [el río] Guadajira, siguiéndoles en su retirada hasta las alturas de Bienvenida; el 24 sostenido por la caballería inglesa y española atacó a los enemigos habiéndolos desalojado de dichos puntos y matándoles su caballería; el 25 fue atacado a las inmediaciones de Villagarcía [de la Torre] y obligado a retirarse al otro lado de la Ribera de Usagre, donde paró una Brigada de Dragones que fue deshecha por los Tiradores y dos Escuadrones ingleses, haciendo 200 prisioneros, 14 Oficiales y un Coronel, por lo que mereció se le diesen las gracias en la orden general, y se le condecorase con el grado de Coronel; el 2 de Julio [posiblemente junio]se vio obligado a retirarse a Villafranca [de los Barros], siguió la retirada del Ejército hasta los campos de Yelbes batiéndose continuamente en los días 5, 6, 7 y 8 quedándose cubriendo la línea del Caya [río] y siguiendo el movimiento de la caballería española con la que asistió al sitio de Niebla; el 25 de Julio en la acción de Torremocha en que le mataron su caballo; el 28 y 30 en el desalojamiento de los enemigos de Arroyo del Puerco en donde le mataron tres caballos; en 30 de Septiembre sostuvo la retirada de la caballería desde Cáceres a Brozas; el 5 y 7 de Octubre en el 
reconocimiento de Arroyo del Puerco y Malpartida; el 20 fue atacado y sostuvo la retirada hasta Salorino; el 26 en el desalojamiento de Cáceres; el 28 en la rendición de Arroyomolinos [de Montánchez] donde le mataron su caballo; el 29 los persiguió en su retirada y les cogió 54 prisioneros en los olivares de Mérida; en 1º de Noviembre recibió orden de sostener la retirada del Ejército español e inglés habiendo estado mandando los Tiradores y puestos avanzados hasta el 31 de Enero de 1812 en cuyo mes pasó al Regimiento Provisional con el mismo mando”.

“En 5 de Abril hizo el reconocimiento sobre Sevilla y en la acción de Espartinas; en 22 de mayo fue atacado en la villa de Ribera [del Fresno] por el General Allemand [Joseph Nicolas] y recibió dos balazos, uno poco más debajo de la tetilla derecha que le pasó la espaldilla y el otro en el brazo derecho; el 20 de Junio sosteniendo la retirada desde Zafra a Santa Marta siendo atacado en diferentes puntos manteniendo su posición; en 1º de Julio en la acción de Santa Marta; en 6 y 15 en desalojar a los enemigos de Usagre, Ahillones y Berlanga; en 21 se quedó a socorrer la retirada del Ejército español e inglés sobre Ocaña defendiendo los vados del Tormes, habiéndose hallado en las acciones de Salamanca, Matillas [de los Caños] y San Muñoz, en donde libertó un Batallón de infantería inglés en el paso del río, siguiendo su retirada hasta Ciudad-Rodrigo”.

“Fue nombrado Comandante de Escuadrón de Húsares de Galicia en 21 de Julio de 1813 en la batalla de Vitoria; el 25 [estuvo] en el encuentro con los enemigos en la villa de Mondragón. Pasó a continuar sus servicios a la Real Brigada de Carabineros el 16 de Mayo de 1814…”.

Como resumen podemos reseñar que en su hoja de servicios consta que fue nombrado cadete en el regimiento de Dragones de Almansa con antigüedad de 15 de octubre de 1803; alférez graduado con la de 24 de diciembre de 1808; alférez con la de 16 de marzo de 1809; teniente graduado de con la de 30 de mayo de 1809; teniente con la de 14 de junio de 1809; capitán graduado con la de 18 de octubre de 1809; teniente coronel graduado con la de 24 de diciembre de 1810; capitán con la de 7 de mayo de 1811; coronel graduado con la de 26 de mayo de 1811; comandante de escuadrón con la de 30 de noviembre de 1812; pasando con dicho empleo al Depósito General de Caballería el 1 de octubre de 1813 y como capitán del regimiento de Carabineros Reales el 16 de mayo de 1814. Comprendemos, no obstante, lo apretado y confuso del relato, pero nos ha parecido de interés respetar su redacción original, que solo hemos alterado para hacer unas mínimas aclaraciones que ayudasen a su comprensión, porque demuestra no solo la sobriedad del estilo militar, sino que además mezcla sin apenas distinción pequeños hechos de armas con grandes batallas, puesto que al fin y al cabo lo que realmente importaba al hacer estas relaciones era la participación en ellas del protagonista. De la misma forma, nuestro biografiado, compendiaría en unas breves líneas su participación en otra guerra, nuestra primera guerra civil. Por ello hemos entendido que debemos dedicarle unas líneas.

Es opinión unánime, que la política de Fernando VII durante el período conocido como el Sexenio Absolutista fue un auténtico fracaso, pues defraudó las esperanzas depositadas en él por la mayoría de los españoles de cualquier tendencia política. Sin embargo, solamente nos interesa destacar ahora que sería en este período cuando se iniciaron o generalizaron los llamados pronunciamientos, tan característicos del siglo XIX español, protagonizados fundamentalmente por militares, habitualmente masones, que descontentos con la situación creada tras el regreso del rey, utilizaron la vía armada como única posible o al menos la más eficaz, para intentar cambiar el signo político del momento intentando restablecer por la fuerza la Constitución de Cádiz. No quiere decir esto que esos movimientos sediciosos fuesen los únicos actos conspirativos contra Fernando VII, pues durante todo este tiempo, los liberales, que nunca se resignaron a su derrota, desarrollaron una oposición constante y más o menos clandestina a su gobierno, pero entendemos que por su trascendencia debemos centrarnos en ellos, aunque solo sea resumiendo y mucho, los dos últimos; el primero porque sería preludio del segundo y éste, porque sería el que después de tantos intentos fallidos finalmente tendría éxito.

El pronunciamiento llamado del Palmar del Puerto (Puerto de Santa María. Cádiz) lo protagonizaría el ejército expedicionario de Ultramar el 8 de julio de 1819, encontrándose entre sus principales instigadores Antonio Alcalá-Galiano y Fernández de Villavicencio y Francisco Javier Istúriz Montero con el consentimiento, al menos inicialmente, del jefe de aquel ejército conde de La Bisbal. En su dirección estuvieron también involucrados, entre otros, el ex diputado doceañista por Córdoba José Moreno Guerra, el marqués de Campoverde, el brigadier Demetrio O’Daly de la Puente, los coroneles Bartolomé Gutiérrez Acuña, Felipe del Arco-Agüero y Yalif y Antonio Rotten, así como el teniente coronel José Grases. Sería abortado el mismo día en que iba a concretarse por la intervención del mariscal de campo Pedro Sarsfield, quien se había introducido en la trama y obligado al conde de La Bisbal a traicionar a los que antes habían sido sus colaboradores. Sin embargo, la pusilanimidad del Gobierno en la represión consiguiente y la actitud pasiva que ante lo ocurrido en el campo del Palmar adoptaron los implicados, permitiría que sobreviviese la mayor parte del epicentro de la conspiración, gracias también a que el conde de La Bisbal no estaba dispuesto a destaparla en toda su extensión, lo que posibilitó que los conjurados prosiguieran sus trabajos que, finalmente, triunfarían tras un nuevo pronunciamiento de parte de las tropas de aquel ejército expedicionario, que tuvo esta vez su inicio el día 1 de enero de 1820 en la sevillana Cabezas de San Juan. Entre sus principales protagonistas, además de los ya citados en el pronunciamiento del Palmar, hay que incluir a Juan Álvarez Mendizábal, a los coroneles Antonio Quiroga y Hermida y Nicolás de Santiago Rotalde y a los comandantes Miguel López-Baños y Monsalve, Rafael del Riego Núñez y a los hermanos Santos y Evaristo San Miguel Valledor. Su triunfo también se vería facilitado porque el Gobierno nunca tuvo claro en que militares confiar, empezando por el que debía haber controlado inicialmente la situación, el general Freire, a quien ya el día 3 de enero las autoridades de Sevilla habían entregado el mando de las tropas encargadas de aplastar a los insurrectos, mando que él inicialmente rechazó hasta que el día 6 de ese mismo mes le llegó una real orden que no le dejó alternativa y aceptó. Freire, sin embargo, nunca buscó el enfrentamiento con los sublevados, ambigüedad que menoscababa la autoridad de un Gobierno que, a pesar de ello, tampoco se decidió a dar el mando al general Francisco Javier Elío cuando éste se ofreció a terminar con el pronunciamiento. Además de la indecisión, el ocultismo con que se trataron los hechos que, al contrario de lo que se pretendía, les dio mayor importancia de la que realmente nunca tuvieron, decidió a otras guarniciones a sumarse al levantamiento: el 21 de febrero se proclamaría la Constitución por la guarnición de La Coruña, seguida por las de El Ferrol y Vigo. El conde de La Bisbal a quien, ingenuamente, se había encargado de organizar un ejército en La Mancha para oponerse al avance de los insurrectos, la proclamó el 4 de marzo. Luego vinieron los pronunciamientos de las guarniciones de Zaragoza (5 de marzo), Barcelona (10 de marzo) y Pamplona (11 de marzo), dando al golpe la trascendencia que inicialmente, como dijimos, no había tenido. La solución de Fernando VII fue propia de su personalidad y ya el día 10 de marzo, cuando seguramente todavía estaba a tiempo de reconducir la situación, se sumaba, sin mucho entusiasmo claro está, a la nueva situación dejando para la historia la famosa frase con la que daba comienzo el llamado Trienio Liberal: “Marchemos francamente, y Yo el primero, por la senda constitucional.

No nos cabe duda de que, la decisión de Fernando VII, dejaría perplejos a los realistas por muy defraudados que estuviesen con él. ¿Qué debían hacer?, ¿levantarse contra su propio rey? Si la determinación de abandonar familia y bienes para lanzarse a una aventura de dudoso resultado y en la que además te juegas vida y hacienda nunca es fácil, parece evidente que cuando ni tan siquiera se tiene claro quién es el enemigo a quien debes enfrentarte o la legitimidad de tu decisión, aún debe ser más mucho más difícil. No obstante, tarde o temprano la nueva situación, impuesta por la fuerza, tenía que producir la inevitable reacción, aunque dadas las circunstancias tardaría en generalizarse, lo que además solo sucedería de forma lenta y desigual a lo largo de toda nuestra geografía según el ambiente que se vivía en cada aldea, pueblo, villa o ciudad y la compleja situación general y del entorno más inmediato lo permitía y los realistas se iban convenciendo de que el rey era un simple rehén en el nuevo sistema. Los primeros conatos, sin embargo, fueron casi inmediatos, creándose progresivamente un clima de guerra civil, una guerra que asolaría nuestra geografía durante tres años. Podemos ahora volver a la hoja de servicios de nuestro biografiado.

Recordemos que le habíamos dejado ocupando su destino de capitán en la Brigada de Carabineros Reales. Relataba a continuación que permaneció en él:

“(…) hasta el 22 de Julio de 1821 que obtuvo su retiro a dispersos para la villa de Osuna conforme al Reglamento de 1810 y habiendo sido confinado a la ciudad de Sevilla de orden de su Comandante general, tomó el partido para evitar más persecuciones, de emigrar a Francia, abandonando su familia e intereses, para unirse a las filas realistas, consiguiéndolo después de inmensos trabajos y exposición de su vida en un naufragio tenido en el golfo de León, incorporándose a las órdenes del Teniente General D. Francisco Eguía que lo era de aquel Ejército. Fue nombrado Ayudante de la Junta Provisional de Gobierno creada en Oyarzun y reconocida por su Alteza Real el Serenísimo Sr. Duque de Angulema”.

Pero antes de continuar, entendemos que esta etapa de la historia de España también merece una breve explicación. Por iniciativa del zar Alejandro I, en París el día 26 de septiembre de 1815, se firmaría un tratado entre éste, Francisco I de Austria y Guillermo III de Prusia. Aunque se trataba de un acto de naturaleza política, el objeto del pacto era fundamentalmente religioso. Los tres monarcas declararon su firme resolución de utilizar como única regla de su gobierno, tanto en asuntos internos como externos, los principios de la religión cristiana. Y como consecuencia declaraban su mutua fraternidad, por la cual no solamente se abstendrían de guerrear entre sí, sino que se apoyarían y guiarían sus asuntos y sus ejércitos en la misma forma. Clemente de Metternich, despojaría aquel acuerdo de todo sentido religioso y reconduciría la situación a lo estrictamente político, consiguiendo que el día 20 de noviembre de 1815 se firmase un nuevo tratado en el que entraría también Inglaterra, motivo por el que pasaría a ser conocido como la Cuádruple Alianza, que inicialmente se debe entender como un pacto de seguridad frente a Francia, aunque la consolidación en el trono de Luis XVIII, permitiría que terminase por convertirse exclusivamente en un instrumento para intentar evitar una nueva guerra europea. En su artículo sexto se preveía la celebración de conferencias periódicas, siendo en el llamado Congreso de Aquisgrán, en 1818, cuando Francia se adhiriese al tratado, ya con el innegable objeto de intentar garantizar el mantenimiento de un determinado orden político internacional, previendo incluso la intervención militar, aunque Inglaterra siempre evitaría compromisos de ese tipo, para reprimir cualquier intento de alterar la situación política de la llamada Europa de la Restauración. Los principales congresos que se celebraron después del de Aquisgrán, serían los de Troppau (1820), Liubliana (1821) y Verona (1822). En este último, Austria, Francia, Prusia y Rusia trataron la cuestión 
española y se planteó la intervención militar en nuestra patria en apoyo de la plena soberanía de Fernando VII. Recordemos que el triunfo constitucionalista en España en 1820 había tenido secuelas en Europa, pues en su imitación se habían proclamado constituciones similares a la española en Nápoles, Piamonte y Portugal, por lo que la preocupación de las potencias conservadoras iba más allá del problema español. De hecho, tras el Congreso de Troppau, la Santa Alianza sofocó los sistemas constitucionales de Nápoles y el Piamonte, por lo que en 1823 solamente subsistían en España y Portugal. Parece ser, sin embargo, que como pasaba el tiempo sin que se concretase actuación alguna, más que posiblemente por la influencia o pasividad de Metternich, fue François René vizconde de Chateaubriand ministro de Asuntos Exteriores de Francia quien tomó la decisión de convencer a Luis XVIII de la necesidad de intervenir en España. Y lo consiguió.

Así, el día 7 de abril de 1823 entraba en nuestra patria, cruzando el río Bidasoa, bajo el mando de Luis Antonio de Borbón, duque de Angulema y hermano del rey francés, el ejército llamado de “Los Cien Mil Hijos de San Luis”. Con ellos, también entraron en España un importante contingente de realistas españoles que se habían ido reuniendo al otro lado de nuestra frontera, cuyo número se iría incrementando paulatinamente con los de aquellas zonas próximas a los lugares por donde avanzaban los distintos cuerpos del ejército galo y que, en su conjunto, pudo aproximarse a los 35.000 o quizás 40.000 hombres que constituirían el que se llamó ejército de la Fe. De hecho, el primero en cruzar la frontera por Behobia, donde las fuerzas gubernamentales y algunos republicanos franceses, hicieron un simulacro de resistencia, sería el general español Vicente Genaro de Quesada. Comenzaba así la última etapa de aquella guerra civil, conocida como guerra de la Constitución.

Dos días después de la entrada en España del ejército mandado por el duque de Angulema, es decir el día 9 de abril, se establecería en la guipuzcoana Oyarzun la llamada “Junta Provisional de Gobierno de España e Indias” organizada previamente, el día 6, en Bayona y que debía estar compuesta por el teniente general Francisco Ramón Eguía y López de Letona, que actuaría como presidente; el mariscal de campo barón de Eroles; el académico Juan Bautista de Erro y Azpiroz y el abogado Antonio Gómez Calderón. Esta Junta debía asumir la máxima representación de la nación mientras que Fernando VII no fuese “liberado” de los revolucionarios que le controlaban.

Tras haber dejado bloqueada San Sebastián, en la que había dejado una numerosa guarnición el teniente general gubernamental Francisco López Ballesteros, al que se había dado el mando del ejército encargado de impedir la entrada de los franceses, el duque de Angulema entraría el día 11 en la guipuzcoana Tolosa, desde donde se pondría nuevamente en movimiento el 13 para establecer el 17 su cuartel general en Vitoria, ciudad a la que accedería sin necesidad de combatir tras la retirada de López Ballesteros. Allí, Luis Antonio de Borbón con su estado mayor, diseñaría su plan de actuación. El día 5 de mayo, saldría el duque de Angulema de la ciudad de Vitoria para entrar el 9 en la de Burgos. Tras él entraría en aquella capital la Junta Provisional de Gobierno. Después de una estancia de cuatro días en la capital burgalesa, Luis Antonio de Borbón proseguiría su avance hacia Madrid, ciudad en la que entraría diez días después, el 23. Sin embargo, la Junta presidida por Eguía permanecería aún durante varios días más en Burgos, hasta que emprendiese también el camino de Madrid donde se instalaría el día 26 de mayo y donde ejercería su elevada función hasta la constitución, el día 4 de junio, de la Regencia que habría de gobernar el reino y que presidiría el duque del Infantado. Teniendo que deducir que nuestro protagonista acompañó en este viaje a la Junta hasta su llegada a Madrid y que su ascenso a brigadier de caballería, que tiene antigüedad de 12 de mayo de aquel año, debe estar necesariamente ligado a aquel viaje. Anotaba también en su hoja de servicios: “En 30 de Junio de 1823 fue nombrado Gobernador del Puerto de Santa María…. Para completar tan concisa reseña, anotaremos que, en su rápido avance, el ejército realista franco-español tomó el Puerto de Santa María el día 24 de junio de 1823, por lo que hemos de deducir que, una vez asegurado tan importante punto estratégico, pues desde allí se atacaría Cádiz donde estaban refugiadas las Cortes y preso Fernando VII, se iniciarían el acondicionamiento de las posiciones y la normalización administrativa, recibiendo nuestro protagonista el gobierno militar de la plaza en la fecha reseñada, aunque entendemos que sería entonces cuando saldría de Madrid para tomar posesión de su cargo, pues en su hoja de servicios no se recoge su participación en acción militar alguna. En cualquier caso, debemos anotar que el 7 de julio llegaría al Puerto el duque de Angulema, iniciándose entonces el ataque a Cádiz, que finalmente habría de capitular, dejando en libertad a la familia real que desembarcaría en el Puerto de Santa María el día 1 de octubre de 1823, dando paso a los últimos estertores de aquella guerra. Nuestro biografiado, testigo de aquellos acontecimientos, tal y como anotaba, seguiría desempeñando su cargo “hasta el 15 de Junio de 1828 con residencia en Sevilla. Y ahí acababa su hoja de servicios, en la que se anotaba que era caballero de la Real y Militar Orden de San Fernando, condecorado con las cruces de distinción del Norte, Albuera, 5º Ejército, Arroyomolinos [de Montánchez] y Lugo.

Desde Sevilla, debió pasar a Madrid, donde sabemos que fue nombrado gentilhombre de Fernando VII, imaginamos que llevando una vida acorde con tan brillante cargo hasta que empezaron las persecuciones contra todos aquellos sospechosos de “carlismo”. Anotaban Francisco Asín y Alfonso Bullón de Mendoza:

“El 27 de marzo de 1834 es detenido en Madrid el brigadier de caballería Juan Antonio de Soto y Herrera, gentilhombre del infante Don Carlos, al que se acusa de tratar de escapar a Portugal al frente de un grupo de 16 o 18 oficiales. Tras un juicio lleno de irregularidades (se le negó el derecho de elegir defensor y se le impuso uno que no le defendió), fue condenado a ocho años de confinamiento en un presidio de África, o sea, dos más de los que había pedido el fiscal, y la pérdida de todos sus grados y condecoraciones. El 26 de junio del 34 escribió una exposición a la Reina negando los cargos que se le imputaban (aunque casi deja entrever que era cierto que se iba a fugar a Portugal) y pidiendo que su proceso fuera sometido al tribunal supremo de guerra, a lo que no se accedió, dándose el 31 de julio las órdenes necesarias para que saliera con la primera cadena de presos que se dispusiese”.

Pero Soto no llegaría a salir de las prisiones madrileñas donde fallecería el día 8 de agosto de 1834.

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[1] Vicente de CADENAS Y VICENT: Caballeros de la Orden de Santiago que efectuaron sus pruebas de ingreso durante el siglo XIX. Revista Hidalguía. Madrid, 1993.
[2] Alberto MARTÍN-LANUZA MARTÍNEZ: Diccionario Biográfico del Generalato Español. Reinados de Carlos IV y Fernando VII (1788-1833). Foro para el Estudio de la Historia Militar de España. Villatuerta, 2012.
[3] Juan PRIEGO LÓPEZ: Guerra de la Independencia (1808-1814), tomo II. Librería editorial San Martín. Madrid, 1972 (p. 373).
[4] Ibid., tomo II, pp. 374 a 375.
[5] El mayor de los tres estrechos marinos que conectan el mar del Norte con el mar Báltico, siendo los otros dos el Pequeño Belt y el Sund, conocidos en su conjunto como los estrechos daneses. El Gran Belt separa las principales islas danesas de Selandia y Fionia.
[6] Juan PRIEGO: óp. cit., tomo II, p 377.
[7] Ibid., tomo II, p. 379.
[8] Kindelán se pasaría a los franceses, abandonando a sus tropas.
[9] Sus jefes, brigadier Luis Delevielleuze, coronel del regimiento de Asturias y coronel Vicente Martorell del regimiento de Guadalajara, les distribuyeron por compañías entre las diversas localidades del centro de la isla, bajo la vigilancia de las tropas danesas. Descubiertas unas cartas del marqués de La Romana a dichos jefes, sin firmar, aconsejándoles que tomasen alguna plaza fuerte, fueron desarmados y conducidos a Copenhague donde fueron encerrados, para posteriormente ser entregados a los franceses que les condujeron a su país, obligándoles a combatir bajo sus banderas. Solo unos pocos, tras la campaña de Rusia, conseguiría volver a España.
[10] Juan PRIEGO: óp. cit., tomo II, p. 387.
[11] Fueron según la documentación oficial 5.175, pertenecientes a los regimientos de Asturias y Guadalajara, los desarmados en Sealand; al regimiento del Algarbe, desarmado en Jutlandia; dos compañías de granaderos, una del regimiento de Zamora y otra del regimiento de la Princesa y dos secciones de caballería, una del regimiento del Rey y otra del Infante, que formaban parte de la guardia de honor de Bernadotte, los que se encontraban en el depósito de la división en Altona y varios oficiales que habían ido a una celebración en Hamburgo. Casi todos trasladados a campos de concentración en Francia, hasta que aceptaron combatir en el ejército organizado por Kindelán en Aviñón para defender a José Bonaparte.
[12] Narciso DÍAZ ROMAÑACH: “Tropas españolas en el Báltico” en Revista de Historia Militar núm. 53. Servicio Histórico Militar. Madrid, 1982.
[13] No nos es posible narrar las marchas de aquellas tropas primero a Vizcaya, luego a Galicia, Salamanca y Extremadura.
[14] Su grado de alférez tenía antigüedad de 24 de diciembre de 1808 y el empleo de alférez efectivo la de 16 de marzo de 1809.
[15] Decisiva victoria obtenida el día 18 de octubre por el ejército español a las órdenes de Gaspar María de Nava y Álvarez de Noroña, duque del Parque, sobre el francés mandado por el general jean Gabriel Marchand.
[16] Pedro de Alcántara Téllez-Girón y Pimentel, jefe de la caballería.
[17] Puentes obre el río Alagón en la provincia de Cáceres.
[18] En realidad, pone Fuente del Maestre, pero tiene que ser un error.
[19] También llamado de la Azagala. En la sierra de San Pedro, entre Villar del Rey y Alburquerque.
[20] Imaginamos que los del río Zapatón.
[21] Entendemos que se refiera al puente de Ajuda, en la comarca de Olivenza y en la frontera con Portugal o el de Las Palmas en Badajoz que daba paso al camino de Elvas.
[22] En las afueras de Badajoz.
[23] La plaza estaba sitiada por el mariscal Soult desde el día 11 de febrero.
[24] La batalla de La Albuera tuvo lugar el 16 de mayo de 1811, enfrentándose el ejército anglo-luso-español a las órdenes de Beresford, Francisco Javier Castaños, Francisco Ballesteros y José Pascual de Zayas al francés dirigido por Nicolas Jean de Dieu Soult y Jean Baptiste Girad, en un combate equilibrado, pues ambos ejércitos tuvieron alrededor de 7.000 bajas cada uno, aunque en el orden táctico se pueda considerar una victoria aliada.
[25] Se refiere al conde François Louis Joseph de Bourbon-Busset, que en realidad era comandante del 27º escuadrón de Cazadores a Caballo. Tras la guerra, sería nombrado coronel ayudante de la Gendarmería del Rey, llegando a ser teniente general con Carlos X.
[26] Fueron enviados en apoyo del general Joaquín Blake que sitió el castillo de Niebla, regresando luego a la línea del Caya a las órdenes de Wellington.
[27] Hoy Arroyo de la Luz.
[28] Río Huebra.
[29] Archivo General Militar de Segovia. Expediente personal del brigadier Juan de Soto.
[30] En la época era normal recibir una graduación superior sin haber obtenido la efectividad en el empleo inferior.
[31] La Brigada de Carabineros contó desde el principio con privilegios similares a las tropas de la Casa Real. En 1732, se estableció que su jefe ostentará el empleo de brigadier; el segundo de coronel; el sargento mayor de teniente coronel con mando de escuadrón, y los ayudantes de capitán. A los sargentos se les otorgó el sueldo de alférez de caballería y a los carabineros el de sargento. Cuatro años después se concedió, además, el grado de teniente coronel a los capitanes y el de capitán a los tenientes. El 4 de enero de 1742 se le concedió oficialmente el título de tropas de la Casa Real. El 23 de ese mismo mes se dispuso que tanto los Carabineros como los Granaderos Reales hicieran los mismos saludos y toques que los que realizaban los Reales Guardias de Corps.
[32] Se denominó Ejército Expedicionario de Ultramar al cuerpo expedicionario que se mandó formar cuatro años antes, el 9 de mayo de 1815, para restaurar la soberanía de Fernando VII en los territorios rebeldes de América. A finales de 1816 se había reunido en los alrededores de Cádiz, en cuya bahía fondeaba la escuadra que le serviría de transporte. Los avisos de que estaba muy próximo su embarque, facilitó el trabajo de los agentes revolucionarios.
[33] Teniente general Enrique José O’Donnell y Anethan.
[34] Teniente general Luis María González de Aguilar y Torres de Navarra.
[35] Teniente general Manuel Alberto Freire de Andrade y Armijo.
[36] Teniente general Francisco Javier Elío y Olóndriz.
[37] Manifiesto a la Nación de Fernando VII, publicado en la Gaceta Extraordinaria de Madrid núm. 37 (domingo, 12 de marzo de 1820). La Jura de la Constitución lo fue en la Gaceta Extraordinaria de Madrid núm. 31 (miércoles, 8 de marzo de 1820).
[38] El que por fuerza o voluntariamente se separaba del servicio sin estar sujeto a ningún cuerpo y residiendo en la población que eligiese, cobrando solamente una parte de sus haberes.
[39] AGMS. Expediente personal del brigadier Juan de Soto.
[40] Klemens von Metternich, conde y luego príncipe de Metternich-Vinneburg, fue ministro de Asuntos Exteriores del Imperio Austriaco desde 1809, cargo que simultáneo como el de primer ministro desde 1821.
[41] Hemos de deducir que su postura se debió a la poca simpatía que tenía por Fernando VII y su política. Más adelante cuando se desatase en España la primera guerra carlista, su postura fue igualmente equivoca, pues su gobierno apoyaría a D. Carlos suministrándole algunas sumas de dinero, pero nunca de una forma abierta y decidida. Actitud que solamente se explica por las sustanciales diferencias que se anunciaban en el Carlismo frente al estatismo del de Coblenza.
[42] TORRE DEL RÍO, Rosario de la: “El falso tratado secreto de Verona de 1822” en Cuadernos de Historia Contemporánea núm. 33 (pp. 277 a 293). Universidad Complutense. Madrid, 2011.
[43] Joaquín Ibáñez-Cuevas y Valonga.
[44] Fue retirándose, sin ofrecer resistencia relevante al avance francés, hasta el combate que sostuvieron el día 28 de julio en Campillo de Arenas (Jaén). Tras su resultado se vio obligado a capitular el 4 de agosto.
[45] Pedro de Alcántara Álvarez de Toledo y Salm-Salm.
[46] AGMS. Expediente personal del brigadier Juan de Soto.
[47] Las tropas que tomaron el Puerto de Santa María fue la brigada mandada por el teniente coronel Luis Fernández de Córdova y Valcárcel. Dos días después llegaban las tropas francesas del mando del general jean François barón de Bourgoing, que inicialmente tomó el gobierno.
[48] AGMS. Expediente personal del brigadier Juan de Soto.
[49] Francisco Asín y Remírez de Esparza y Alfonso Bullón de Mendoza y Gómez de Valugera: Carlismo y Sociedad, 1833-1840. Aportes XIX. Zaragoza, 1987 (pp. 87 a 88).
José Antonio Gallego
Funcionario de Carrera, Historiador carlista y colaborador de la A.C.T. Fernando III el Santo