Coronel José Grajal Ruiz y sus hijos José María y Florentino Grajal Ataz en 1874 (Fundación Sancho el Sabio de Vitoria) |
Uno de los aspectos que configuran la
esencia del Carlismo, quizás el más olvidado e incluso despreciado, ha sido
siempre el de sus hombres, el de sus defensores, de los que apenas se sabe nada,
pues solamente unas decenas han merecido la atención de los historiadores. Por
eso nos vamos a permitir transcribir unas líneas que hablan de esos héroes
olvidados y porque así nos interesa ahora, de los castellanos[1].
Uno de ellos, Francisco Hernando, escribía que eran las únicas tropas,
“(…) que verdaderamente combatían por
amor a la causa, sin ningún espíritu de provincialismo, las que por defenderla
habían abandonado más completamente casa, hogar y familia eran los batallones
castellanos, que tanta gloria adquirieron en el ejército del Norte.
Verdaderos voluntarios, los castellanos
vinieron a campaña desde que hubo carlistas en armas. La bandera de la Religión
y de la Monarquía estaba desplegada, y los hijos de Castilla, católicos y
monárquicos, iban a buscarla, lo mismo a las montañas de Guipúzcoa que a las de
Cataluña. Y a dar su sangre por defenderla donde quiera que hiciesen falta sus
generosos sacrificios.
Abnegación, desinterés, entusiasmo,
valor, sobriedad y subordinación han hecho siempre de los hijos de Castilla los
mejores soldados del mundo, y estas cualidades llevadas a un grado heroico,
hicieron de los voluntarios castellanos los mejores soldados carlistas”[2].
Bien, pues uno de esos hombres es
nuestro protagonista. Lamentablemente de él, como de la mayoría de los jefes
carlistas, apenas nos han quedado más que unas breves notas desperdigadas por
los libros de historia y en los periódicos de la época. Incluso la referencia
más extensa que se le dedicó, lo fue indirecta, puesto que fueron unas líneas
de homenaje que se tributaba a su hijo. Escribía el periodista palentino Pantaleón Gómez Casado en la
necrológica de José María, fallecido el 24 de julio anterior:
“Estudiaba
Derecho en Valladolid en 1872, cuando el alzamiento de su padre, D. José, jefe
de la provincia, a cuyas órdenes había ya prestado servicios, le hizo abandonar
la carrera, y tan pronto como pudo su casón y su madre, incorporándose como
alférez al regimiento de Caballería del Cid, que al autor de sus días había
organizado y mandaba como coronel, teniendo ya al lado también a su otro hijo
D. Florentino. En él hizo toda la campaña, y con esto
está dicho todo, porque en toda estuvo. ¡Lacar y Lorca!... ¡Treviño!...
¡Memorias sagradas!... ¡Páginas de oro!... Dios en sus altísimos juicios, no
quiso la restauración para la regeneración de la Patria, y tras de Pamplona y
Cirauqui, los castellanos rompían sus armas en el puente de Arnegui, como D.
José su espada de capitán, su padre su faja de general y su hermano la suya, y
siguiendo a su Rey eran internados en la Rochela…”[3].
Coronel, organizador y jefe del
regimiento de caballería del Cid, brigadier al final de la tercera guerra, tras
la que marchó al exilio con sus dos hijos. Datos comprimidos en apenas una
línea y que, sin embargo, nos indican, muy claramente, que estamos ante un
hombre al que la historia debe hacer un merecido hueco. Y seremos nosotros, aprovechando
esta oportunidad, quienes intentemos rellenar ese vacío. Siendo el primer dato
que podemos aportar sobre José Grajal es, que en los listados del Convenio de
Vergara aparece como revalidado de alférez de caballería con fecha de 6 octubre
de 1844[4],
aunque su efectividad llevase fecha 15 de ese mismo mes. Hecho que nos permitía
deducir que su expediente debía obrar en el Archivo General Militar de Segovia.
Y consultado éste, ya nos podemos permitir copiar su partida de bautismo:
“En la Iglesia Parroquial de San Pedro
de esta villa de Cisneros, el día diecinueve del mes de Marzo de este año de
mil ochocientos quince Yo Don Manuel Cuetos, Presbítero Beneficiado de esta Iglesia
de licencia de Don Antonio de Toledo Cura propio de ella, bauticé solemnemente
a un niño que nació el día quince de dicho mes; es hijo legítimo de Santiago
Grajal y Petra Ruiz feligreses de esta Iglesia; nieto por línea paterna de
Manuel de Grajal y Catalina Sancho Correa; y por la materna nieto de José Ruiz
y María Nieva, todos vecinos de esta villa, púsole por nombre José y por su
abogado a San Longinos, fueron sus padrinos Don Julián Pulgar y Doña Petra
Rodríguez, túvole en la pila solo el Padrino a quien advertí el parentesco
espiritual y a Padrino y Madrina la obligación de enseñarle la doctrina
Cristiana y en prueba de ellos lo firmo como dicho Sr. Cura. Antonio de Toledo”[5].
Y gracias a la documentación presentada
tras el Convenio de Vergara para poder revalidar sus empleos, grados y
condecoraciones, podemos saber que era estudiante en el colegio de Medicina y
Cirugía de Madrid en 1836 y que, aprovechando la finalización de aquel curso,
desde Palencia se dirigió a unirse a los carlistas, lo que hizo el día 20 de
agosto de aquel año y según hemos de deducir en las filas de Epifanio Carrión. Por
tanto, debemos suponer que le acompañó en la expedición que dirigiría el
mariscal Miguel Gómez y probablemente en la que mandó Juan Antonio Zaratiegui,
siendo indiscutible, como decíamos de Carrión, su participación en la
expedición que condujo Ignacio de Negri. Recordemos por ello que, siguiendo a
Merino, aquellos hombres se separarían del conde en la madrugada del día 20 de
marzo, en Quintanas de Hormiguera, para luego disociarse del cura de Villoviado
a primeros de abril en Quintanar de la Sierra y regresar a la montaña
palentina. Sería en esta época cuando se distinguiría especialmente nuestro
actual protagonista. Copiaremos para demostrarlo el siguiente documento
presentado, como anotábamos, tras el Convenio de Vergara:
“Por
cuanto Vos Don José Grajal, Alférez de Caballería, os distinguisteis en la
gloriosa acción del veinte de Junio dada en los campos de Salazar de Amaya, batiendo
vigorosamente a los rebeldes que armados sostenían la usurpación de Mi trono,
he venido en nombraros Caballero de la Real y Militar Orden de San Fernando de
primera clase; por tanto, mando al Comandante general bajo cuyas órdenes servís
que os ponga la Insignia de dicha Real Orden con arreglo al Reglamento de la
misma y se os hagan los honores correspondientes como tal Caballero de ella
poniendo al dorso de ésta mi Real escudo conforme a dicho Reglamento y la nota
de haberlo efectuado. Dado en el Real palacio de Azcoitia a dieciocho de
Diciembre de mil ochocientos treinta y ocho. Yo el Rey”[1].
Lógicamente, buscamos en la Gaceta de Madrid algún relato sobre
aquel combate que, hemos de deducir, fue victorioso para los carlistas y del que
apenas teníamos noticia, tan solo una escueta referencia en la obra de Pirala
que ya mencionamos en nuestra reseña de Carrión. No lo encontramos. Pero hay
que entender natural que en el órgano oficial del Gobierno cristino se
ocultasen o disimulasen sus derrotas. Acudimos a la prensa y por fin, en el Eco del Comercio, por supuesto en su
última página, pudimos leer: “Un
corresponsal de un periódico de esta corte dice desde Burgos con fecha 21: Se
ha dicho hoy que el coronel don Benito Losada ha sido batido por Villoldo en
las inmediaciones de Carrión de los Condes, cuyo cabecilla parece que lleva 300
caballos y 1000 infantes”[2].
También en la última página de su siguiente número, encontramos una reseña algo
más completa. Informaba:
“El Boletín militar de Valladolid,
número 128 del día 23 del corriente confirma por desgracia la noticia que dimos
ayer, refiriéndonos a un corresponsal de Burgos, de haber sido batida la
columna del coronel Losada por los rebeldes facciosos al mando de Villoldo.
Parece que este encuentro tuvo lugar a las inmediaciones de Herrera, y aunque
no consta por el parte dado a la capitanía general de Castilla la Vieja la
pérdida que hallamos sufrido, se dice después de la inserción del mismo haberse
sabido que el número de prisioneros es el de 36. = No sabemos aun los que
habrán muerto ni el estado en que habrá quedado el resto de la fuerza, que con
el referido Losada parece se halla en Aguilar. = El comandante general se
hallaba en Palencia esperando algunas fuerzas de infantería para emprender la persecución
contra la expresada facción. Nunca debió prometerse ésta haber dado semejante
golpe a nuestras armas; pero sin saber por qué han llegado a un número, según
noticias, que no hubiera debido contar si hubiese sido acosada y perseguida con
tanta actividad como era necesario. = Sobre el mismo desgraciado suceso dicen
de Carrión con fecha 22: <>”[3].
Parece que no cabe duda de que uno de
los especialmente distinguidos en aquella victoria fue José Grajal, a quien se
le otorgó la Cruz de San Fernando de 1ª clase. Y volviendo a su expediente
militar nos encontramos con otra acción destacada, ésta ya conocida, y que le
valdría su ascenso a alférez. Fue posterior a la anteriormente reseñada, pero
su recompensa anterior, por lo que es lógico que en la concesión de la Cruz de
San Fernando ya apareciese como tal alférez de caballería. Rezaba aquel documento:
“Por cuanto en consideración al mérito
y servicios de Don José Grajal Alférez accidental del Escuadrón Franco de la
Derecha de Castilla a las órdenes del Comandante Don Epifanio Carrión e venido
en considerarle la efectividad de dicho empleo por la captura de Carande y su
columna, en la sorpresa del diecisiete de Septiembre echa en el pueblo de
Sahagún de Campos con la antigüedad del día que se le dio conocimiento de tal
Alférez. Por tanto mando al Capitán general o Comandante general a quien tocare
de la orden conveniente para que el expresado Don José Grajal se ponga en
provisión del mencionado empleo efectivo, guardándole y haciéndole guardar las
preminencias y exenciones que le tocan y deben ser guardadas; y que el Intendente
a quien perteneciera dé asimismo la orden necesaria para que se tome razón de
este Real despacho en la Contaduría principal y en ella se formare asiento con
el sueldo que le correspondiere según el último reglamento del cual a de gozar
desde el día del (ilegible) del Capitán o Comandante general, según constase en
la primera revista. Dado en el Real palacio de Balmaseda a once de Noviembre de
mil ochocientos treinta y ocho. Yo el Rey”[1].
Debemos
recordar, por tanto, que el comandante de Carabineros de la Real Hacienda de
Palencia, Manuel Carande, había sido sorprendido y derrotado por Epifanio
Carrión en la noche del día 17 de septiembre en Sahagún, siendo apresado, como explicábamos
en nuestra reseña sobre Carrión, no solo el comandante Carande, sino también el
destacamento de carabineros y la compañía de urbanos que le acompañaba[2].
Luego se dirigirían a las Provincias reunidos a Merino que regresaba al Norte
después de haber combatido a las órdenes de Cabrera en la defensa de Morella. También
debemos de imaginarlo inmerso, sin querer, en la disputa sostenida entre Rafael
Maroto y Juan Manuel de Balmaseda, en la que se vio involucrado el propio D.
Carlos, precisamente por quien debía ostentar el mando de aquella caballería
que tantas victorias estaba obteniendo en los campos de Castilla. Pero el final
de la guerra estaba ya muy próximo y aquellos hombres ya no podrían añadir más
laureles a su brillante hoja de servicios.
Acogido
al Convenio de Vergara, con fecha 21 de abril de 1840 se le concedió licencia
ilimitada para Palencia. Luego vendría la batalla legal para que se le
reconociesen empleos, grados y condecoraciones, lo que como ya ha quedado
constancia no consiguió hasta el mes de octubre de 1844. El 29 de enero de 1846
fue destinado en situación de “reemplazo” al regimiento de caballería de
Sagunto con cuartel en Zaragoza, lo que motivo que dirigiese una instancia,
fechada en Palencia el día 14 de febrero de ese año, solicitando se le
dispensase de dicho servicio por tener que atender a su “anciana y decrepita Madre, que no cuenta con más consuelo ni auxilio en
su vejez que su hijo”. Petición que se atendió, volviendo con fecha 21 de
marzo a su anterior situación. En tal se encontraba cuando se le concedió el
grado de teniente de caballería con antigüedad de día 10 de octubre. Un año
después, concretamente el día 15 de octubre de 1847, fue destinado en clase de
“supernumerario” al regimiento de Santiago con cuartel en Barcelona. Pero
tampoco se incorporaría a su nuevo destino. Existe en su expediente una nueva
instancia que lo explica. Había sido preso, acusado de conspiración “en sentido montemolinista” el día 26 de
julio, pasando a Valladolid donde pasaría cuatro meses en prisión incomunicada.
Después se le permitiría regresar a Palencia a esperar el resultado de su
proceso. Sobreseída su causa, con fecha 16 de julio de 1848, se le autorizaría
para incorporarse a su destino en Barcelona. Tampoco lo haría. En una nueva
instancia, ahora de 26 de julio, aduciendo las mismas razones sobre la
situación de su madre, solicitaría la licencia absoluta, a lo que se accedió el
17 de agosto de ese año, concediéndole el “retiro
con uso de uniforme”.
posteriores entendemos que antes debemos
hacer un poco de historia. Tras la “Revolución de Septiembre” que obligó a
Isabel II a abandonar España para exiliarse en Francia, D. Carlos, nieto del
primero de los reyes tradicionalistas de España, se dirigió a París,
donde el 3 de octubre de 1868 su padre (Juan III) abdicó en su favor, pudiendo
así empezar los trabajos de reorganización de los suyos, encargando la
formación de una primera estructura militar a Hermenegildo Díaz de Cevallos al
que ascendió a teniente general. En dicha organización sería designado
comandante general de la provincia de Palencia y segundo comandante general de
la capitanía de Valladolid, el coronel José Grajal Ruiz[1],
lo que implica que nunca se había apartado de su organización. Tras el
entronamiento de Amadeo de Saboya (16 de noviembre de 1870) y muchas
dificultades e intentos abortados se fijó la fecha del alzamiento general para
el día en que daba comienzo la primavera de 1872. Rápidamente los campos y
montes de Navarra, Guipúzcoa, Vizcaya, Álava, Palencia, Burgos, León, etc.,
comenzaron a poblarse de carlistas. Pero el desastre de Oroquieta (4 de mayo) y
el Convenio de Amorebieta (24 de mayo) dieron al traste con aquel
levantamiento. No descansaron aquellos hombres, de hecho, en Cataluña
continuaría la guerra, y se afanaron por reorganizar a los suyos fijando la
fecha para su continuación en el 20 de diciembre de 1872. Nuevamente las
tierras del norte de Castilla volvieron a ser testigos de los esfuerzos de
aquellos abnegados héroes, había empezado, mejor dicho, entraba en su apogeo,
la tercera guerra carlista. Escribía Francisco Hernando:
“Al principio los castellanos, que
venían aisladamente o por pequeños grupos a tomar las armas, peleaban con quien
se las daba, y vivían confundidos con las fuerzas de las demás provincias. Ya
en Marzo Lizárraga [Antonio] organizó con ellos una compañía de guías de
Castilla, compuesta casi toda de riojanos[2],
pero en la que había también andaluces y valencianos. Otros se alistaron en los
batallones navarros; muchos de Burgos pasaron a Vizcaya, y una partida
levantada en Palencia, fuerte de unas dos compañías, mandada por el coronel
Díaz Ibáñez [Juan][3] y el teniente coronel
Penagos [Pedro], pasó el Ebro y se incorporó al 3º de Álava con unos cuantos
caballos”[4].
Parece o al menos no existe información
alguna que nos diga lo contrario, que no llegó a salir al campo en la fase
inicial de aquella guerra, coincidente con la primavera de 1872. Sí en la
siguiente. Intentaremos por ello ordenar cronológicamente las informaciones que
hemos podido conseguir. La primera es de un periódico madrileño e informaba:
“Una carta de Palencia dice que son
cinco las partidas carlistas de aquella provincia: una mandada por Hierro, otra
por Rodríguez Penagos, otra por Grajal, por Navarro otra, y otra por Pedro, el
peón caminero de Magaz”[1].
La siguiente apareció en el mismo
periódico contando:
“En la provincia de Palencia han
aparecido en la noche del 30, dos pequeñas partidas carlistas: la una, mandada
por el cabecilla Grajal y Hierro, penetró ayer en la Población de Campos y
villa de Frómista, llevándose algunos caballos, dirigiéndose después a Carrión
de los Condes…”[2].
En realidad, Francisco Hierro combatía
desde finales de enero de 1873, según Melchor Ferrer como comandante general de
la provincia de Palencia, lo que solamente puede ser cierto si lo era de forma
interina y precisamente hasta la salida de nuestro protagonista. Pero, contradicciones
aparte, estas primeras noticias que hemos recogido parecen demostrar que lo
hizo en el mes de abril, reuniéndosele entonces Hierro. Pudiendo seguir nuestra
relación de noticias sobre él, con las aparecidas en esta misma publicación
pues, aunque no fue la única en donde se recogieron, en todas se contaban más o
menos de la misma forma, incluida la Gaceta
de Madrid. Narraba la siguiente:
“Ayer tarde fue batida la facción
Grajal y Hierro dispersándose hacia San Quirce y otros pueblos inmediatos,
cogiéndola dos caballos y seis escopetas”[3].
Que, en realidad y como advertíamos,
repetía la información publicada en la Gaceta
de Madrid de ese mismo día[4].
Lo que nos da una idea de la connivencia entre todos aquellas publicaciones y
por tanto la falta de una información fiable. En el número siguiente de la
publicación oficial se concretaba el lugar del encuentro y se aumentaban
ligeramente las ventajas obtenidas por los republicanos, aunque tampoco es
difícil advertir que se omitían el número de bajas de unos y otros, por lo que
debemos pensar que no las hubo o el balance no fue favorable a los supuestos
vencedores. Decía:
“Ayer tarde, a las seis, fue batida
entre Aguilas y Guasco la facción de Grajal y Hierro, cogiéndola tres caballos
y ocho a 10 armas”[5].
Vaya precisión. ¿Ayer tarde?, ¿ya fuese
día 19 o 20? y ¿entre Aguilas y Guasco?, ¿existen esas poblaciones en Palencia?
Nosotros no las conocemos. Veamos algunas informaciones más. Volvamos al
periódico madrileño antes citado. En el mismo número ya citado, en información
aparte, aseguraban:
“La partida carlista de Grajal y Hierro
se ha dirigido hacia Salazar Amaya (provincia de Burgos)”[6].
Habremos de deducir entonces que
aquella partida después de aquella teórica escaramuza se dirigió a San Quirce
de Riopisuerga y Salazar de Amaya, lo que no lleva a pensar que el encuentro,
si lo hubo, debió tener lugar en las cercanías de Alar del Rey. Pero es que
además y también en el mismo número del citado periódico, en otro suelto, se
informaba:
“La partida de Hierro, compuesta de
unos cuarenta caballos, estuvo ayer en Alar todo el día e inutilizó los
aparatos del telégrafo”[1].
En el Diario de Córdoba, se ampliaba algo más aquella noticia:
“El comandante militar de Palencia dice
en telegrama de ayer que la facción Hierro y Grajal, de 40 hombres montados, se
ha presentado a las siete de esta mañana en la estación de Alar, quemando la
correspondencia oficial y los periódicos liberales…”[2]
En otro diario, en este caso impreso en
Mahón, repetían la misma noticia, añadiendo en otros sueltos:
“(…) se sabe de un modo positivo que el
cabecilla Hierro se ha levantado en Palencia con una partida que se dice ser de
40 caballos, y que debe ser de más importancia porque ha entrado en Alar…”.
“Ayer
salió de Valladolid con dirección a Palencia una fuerza de 400 hombres de
infantería y caballería a las órdenes del capitán general, a fin de evitar el
incremento de la facción en aquella provincia…”[3]
Como es fácil de comprobar muchas
contradicciones e inexactitudes. Trataremos de aclararlas. En el boletín
palentino, no solo se confirmaba aquel pronunciamiento, sino la identidad de
los principales componentes de la partida y parte de sus movimientos hasta
entonces. Señalaba el edicto del fiscal militar de la plaza de Palencia:
“Usando de las facultades que me
conceden las ordenanzas del Ejército, por el presente, cito, llamo y emplazo
por primer edicto y pregón a D. José Grajal, vecino de Palencia, Francisco
Hierro, Mariano Hierro, sobrino del anterior, Gregorio Fernández (a) el
faccioso, Claudio Benaite, Antonio San Millán (a) el Moreno, Anastasio Val,
Francisco Quirce Román vecino de Piña de Campos (Palencia), Eleuterio Matanza,
de la misma vecindad, Victoriano Martín García, vecino de Amusco (Palencia),
Mariano Ruiz Revuelta; y a todos los individuos que formaron parte de la
partida carlista que al mando de los expresados cabecillas Grajal y Hierro,
penetraron en los pueblos de Revenga, Población de Campos, Villasirga, San
Mamés, y Arconada, el día primero de mayo último y siguientes, robando varias
caballos de los citados pueblos, y tres mil cuatrocientos reales de Alar del
Rey, destruyendo los aparatos del telégrafo de la estación de ferrocarril y
otros excesos; para que dentro del término de treinta días a contar desde esta
fecha, se presenten en esta fiscalía, sita en la calle Mayor, núm. 79, a
responder de los cargos que resultan contra los mismos en causa que se les
sigue por rebelión en sentido carlista; apercibidos que si no compareciesen
dentro del término señalado, se seguirá la causa y le parará el perjuicio que
haya lugar.= Dado en Palencia a veinticuatro de Agosto de mil ochocientos
setenta y tres. Manuel Martín Turrión”[4].
La inexistencia de dicha acción también
está confirmada por las noticias pues reseñaban que la reacción de los jefes
republicanos fue posterior, tras tener conocimiento de su entrada en Alar y la
destrucción del telégrafo. Analicemos ahora, aunque sea muy sucintamente la composición
de la partida, a la que sabemos que también se había unido Francisco Sánchez
“Quico” de Cubillo de Ebro[1].
Lo primero que debemos anotar, es que todos los hombres cuyos nombres aparecen
en la lista y que conocemos, fueron oficiales del regimiento de caballería del
Cid “Cruzados de Castilla”: el propio José Grajal, Francisco Hierro y su
sobrino Mariano, Claudio Beneito, etc., y lo segundo que la mayoría eran
palentinos y burgaleses, lo lógico sabiendo la procedencia de sus jefes. ¿Pero,
cuando se dirigieron a Orduña?
La siguiente noticia aparecida sobre
aquella partida, embrión del regimiento del Cid, en realidad era para informar
que nada se sabía de ellos[2].
Pero la posterior, demostraba que se habían dirigido hacia el oeste, pues
informaba que, a finales de mayo, unidos a la partida alavesa de Cecilio
Valluerca, se habían enfrentado al 2º batallón del regimiento de infantería
núm. 29 o de la “Constitución” en las cercanías de la Puebla de Arganzón, en el
condado de Treviño[3]. Luego debieron regresar o
amagar su regreso a la provincia de Palencia, pues recogía la prensa que “El capitán general de Valladolid ha salido
con 200 caballos y cuatro compañías de infantería a colocar algunos
destacamentos con que asegurar el paso de la vía e impedir que Grajal y los
Hierros anden merodeando por el distrito como parece que pretendían”[4].
Después desaparecen de los periódicos, habremos de pensar que fue entonces
cuando se dirigieron a Orduña. Y que una vez organizados allí los dos primeros
escuadrones de aquel regimiento recibió su mando Grajal es incuestionable y
está recogido en varias fuentes carlistas. Por citar una, reseñaremos lo que
escribía el padre Apalategui:
“Orduña… Fue, en verdad, la capital
carlista castellana… Aún enseñan en Orduña la casa en que estuvo establecida la
Diputación de Castilla, presidida por abogado burgalés Sr. Albarellos [Eugenio]…
La entrada solemne carlista fue por <>.
Destruida. Calle de Sta. Clara (hoy del Colegio) … Allí se formaron los
batallones castellanos… Caballería. <>. T.C. D.
José Grajal, de Palencia, de la 1ª guerra…”[5].
Y aunque incardinados ya en aquella
estructura, sus primeras misiones debieron parecerse mucho a su anterior vida
guerrillera, constantes incursiones en busca de hombres, caballos y fondos, aunque
ahora el ámbito de sus correrías estuviese predeterminado y por las pocas
informaciones que tenemos, suponemos que inicialmente hacia las comarcas
cantábricas más orientales. Una noticia de noviembre les sitúa cabalgando al
sur de Santoña[6]. Pero hemos de prestar
especial atención a la primera batalla en la que ya como tal regimiento
intervendrían, primero por eso y segundo por ser un encuentro de importancia y
muy poco conocido. Tendría lugar a principios de 1874. Contaba Antonio Brea:
“D. Fernando Fernández de Velasco,
Diputado a Cortes que había sido en las de Dª Isabel II, hombre de gran
influencia en la provincia de Santander, Presidente de la Junta de Guerra de
Cantabria, tan celoso de su deber que aunque el cargo que ejercía era
exclusivamente administrativo, rara vez se separó de la División de Cantabria,
tomando con ella parte activa y personal en gloriosas funciones de guerra, propuso
un bien combinado plan para tomar a Santander, idea que vino a coincidir con el
propósito, que hacia tiempo ya abrigada el General Elío [Joaquín], de destruir
el ferrocarril que unía dicha capital con otros notables puntos del teatro de operaciones,
siendo como artería principalísima, por medio de la cual el enemigo podía
acumular en momentos dados considerables refuerzos sobre los carlistas.
Dicidióse, pues, realizar lo propuesto
por Fernández de Velasco, y encargóse de la operación al General D. Torcuato
Mendiry y al entonces Comandante General de Castilla, D. Santiago Lirio, con
siete batallones, dos cañones de Montaña y unos trescientos caballos, formando
dos columna, una a las órdenes del primero de dichos jefes, compuesta de los
batallones 3º y 5º de Navarra y 1º y 3º de Álava, la Sección de Artillería y el
Escuadrón del Príncipe, y la otra columna mandada por Lirio, y formada por los
batallones 3º y 4º de Castilla, el de Cantabria, los guías y tres escuadrones,
dos de la División de Castilla y otro de la de Cantabria.
La columna de Lirio debía cortar la
línea ferra en Reinosa, y la de Mendiry debía dirigirse rápidamente a Ramales y
Santander, y entrar en este punto batiendo su escasa guarnición, llevando como
persona influyente en el país, al Presidente de la Junta de Cantabria,
Fernández de Velasco.
Ambas columnas rompieron la marcha en
cumplimiento de su importante misión. Lirio entró aquella noche en Espinosa,
después de un reñido combate con la columna de Medina de Pomar, a la que
rechazó…”[1].
Interrumpimos aquí el relato del
general Brea, para dedicar, como anunciábamos, unas líneas al combate que
citaba y que tuvo lugar en los campos de Villasante el día 16 de enero de 1874,
al que asistió como se podrá comprobar nuestro protagonista al frente de la
caballería castellana. Y como nuestras principales fuentes tienen que ser
necesariamente republicanas, siempre bastante tendenciosas, lo primero que
debemos dejar anotado es que la columna mandada por el burgalés Santiago Lirio
no podía sobrepasar en mucho los 1500 infantes y dudamos que llegase a los 250
caballos, pues recordemos que estaba integrada por tres batallones, que nunca
excedieron los 500 hombres cada uno, más una compañía de Guías y tres
escuadrones que solían reunir unos 80 caballos cada uno. También podemos identificar
a sus jefes. El 3er batallón de Castilla “Cazadores de Burgos” le
creemos dirigido en aquellos momentos por el teniente coronel Alejandro Atienza
Díez, de Villalón de Campos; el 4º de Castilla “Cruzados de Castilla”, le
sabemos mandado por el teniente coronel José Manuel Gómez Solana, de Espinosa
de los Monteros, y el de Cantabria por el teniente coronel José Navarrete
Serrano, murciano. La caballería castellana por nuestro protagonista y la
cántabra por el comandante José Díaz Crespo, siendo 2º jefe de la brigada o tal
vez, jefe de estado mayor el coronel Domingo Tomás Zaratiegui, navarro[2].
El periodista y novelista burgalés Eduardo Ontañón publicaría en la revista estampa un artículo en el que conversaba
con uno de los protagonistas de aquel choque, con Gómez Solana, quien narraba
así lo acontecido o al menos así lo escribió Ontañón:
“Acababa de ser nombrado Comandante
general de Castilla el general Lirio, que después de hacerse cargo de las
fuerzas de Castilla, emprendió el viaje a la provincia de Santander,
pernoctando en Bercedo. El comandante Solana, que mandaba el cuarto Batallón de
Castilla, pernoctaba en Agüera. En El Haya de Mena [entendemos Laya de Mena, es
decir, Leciñana], el coronel Navarrete, con las fuerzas de Cantabria. Ese día
[16], el comandante Solana fue a Bercedo a recibir órdenes del general Lirio,
cuando en aquel momento se recibieron confidencias de que la columna enemiga
que estaba en Medina de Pomar se dirigía, y estaba ya muy próxima a Villasante.
Desconociendo el general Lirio las fuerzas que la columna pudiera tener,
preguntó al comandante Solana de qué número se componía, respondiéndole éste
que aproximadamente serían unos seiscientos de Infantería, con un escuadrón de
Caballería, y que, desde luego, creía que podría atacársela. El general Lirio,
desde este momento, mandó un ayudante a que las fuerzas de Cantabria subieran
inmediatamente, dando órdenes al comandante Solana para que tomara posiciones a
la izquierda de nuestro flanco, porque la columna enemiga había rebasado el
pueblo de Villasante e inmediatamente roto el fuego. El comandante Solana, a
toda prisa, ocupó el flanco izquierdo contestando al enemigo. Cuando las
fuerzas de Cantabria dieron vista a Villasante, el comandante Solana inició el ataque
a la bayoneta a las guerrillas enemigas que querían ocupar la peña de Losa. Al
repliegue del enemigo, un escuadrón de las fuerzas de Cantabria cargó contra el
enemigo, haciéndole rebasar del pueblo de Villasante por la carretera. Un
escuadrón enemigo ocupaba las afueras y cargó sobre el escuadrón de Cantabria,
hiriendo al capitán gravemente con catorce heridas y a varios voluntarios. En la
carga, el comandante Solana hizo catorce prisioneros, retirándose el enemigo a
la desbandada; unos en dirección a Villalázara y otros hacia El Rivero, quedando
la columna liberal completamente destrozada y refugiándose en los otros pueblos
del partido de Villarcayo. Las fuerzas carlistas, con el Comandante general
Lirio, vinieron a pernoctar en Espinosa de los Monteros, prescindiendo de
perseguir al enemigo, porque el objetivo principal era ir a Reinosa, Las Caldas
y Torrelavega, como se verificó al día siguiente”[3].
Hemos de suponer, por lo que se cuenta
en estas líneas, que la columna de Lirio debió salir de Balmaseda en la mañana
del día 15, pues desde su punto de partida hasta los escogidos para pernoctar
hay unas seis horas de camino. Pero centrémonos ahora en la versión de los
republicanos, que se repitió en casi todos los periódicos de la época,
recogiendo la noticia enviada desde Medina de Pomar que narraba:
“La acción librada en el día de ayer 16
en los campos de Villasante, es, por más de un concepto importante para las
armas liberales. En las primeras de la mañana salió de Medina de Pomar la
columna que lleva el mismo nombre con cuatro compañías de Guadalajara, 60
voluntarios de Nouvilas [Ramón] y guardias de la República y 50 caballos de
Albuera, dispuesta a encontrar a las facciones reunidas de Zariategui [error en
el apellido que se hizo habitual], Solana, Grajol [Grajal], y otros cabecillas
con un total de 1500 hombres y 100 caballos, todos bajo el mando del titulado
general don Santiago Lirio.
Llegada nuestra pequeña columna a
Villasante, distante tres leguas de Medina de Pomar, las guerrillas divisaron
al enemigo y rompieron el fuego avanzado; inmediatamente se reforzó la vanguardia,
y poco después el combate se había generalizado; a pesar de la tenaz
resistencia, a las cuatro horas próximamente de fuego con repetidas cargas a la
bayoneta, todas las posiciones estaban ocupadas por la tropa, y los carlistas
en completa dispersión; eran perseguidos por nuestros valientes soldados por
las alturas de la Peña de Villasante, Bercedo, Agüera, San Pelayo y camino de
Espinosa.
Después de alcanzada tan extraordinaria
victoria, se tocó llamada para reunir las tropas en el monte de Villasante, y
cuando desfilaban para aquel pueblo, apareció por encima de Bercedo el
cabecilla Navarrete con 2000 infantes y 300 caballos, a la vez que muchos
dispersos poblaban las alturas alentados sin duda por el toque de llamada a las
tropas y porque esperaban el poderoso refuerzo que les traía Navarrete.
Quedaba una hora de día, y como el jefe
de la columna tenía prometido formalmente regresar a Medina de Pomar, cuya
custodia le está especialmente encomendada, siguió tranquila y ordenadamente su
marcha con las precauciones necesarias para rechazar cualquiera agresión de
Navarrete, y que era de esperar porque tenía que imaginarse que la tropa se
retiraba por su venida; así sucedió, pues al rebasar a Villasante se presentó
toda su caballería amenazando cargar; pero una compañía de Guadalajara apoyada
por la caballería de Albuera, los rechazó con tal bizarría que retrocedieron
precipitadamente, dejando en el campo un coronel, un capitán, dos oficiales, un
cadete, varios soldados muertos y otro oficial prisionero.
A estas perdidas hay que aumentar las
que sufrió la fuerza de Lirio en el reñido ataque que sostuvo y que, en junto,
según datos verídicos recogidos hasta hoy, componen un total de un coronel, un
capitán, seis subalternos y doce soldados muertos vistos en el campo,
ignorándose aún los que habrán dejado en el terreno que no se reconoció, y el
número de heridos, que debe ser de mucha consideración, a juzgar por el de
muertos”[1].
No parece que pueda haber muchas dudas
de que la versión republicana es sencillamente mentira. Si como hemos dicho, el
total de hombres que mandaba Lirio sumaba unos 1500 hombres y unos 250
caballos, es imposible que tras finalizar el encuentro o su primera fase
apareciese en el campo Navarrete, como sabemos jefe del batallón de Cantabria
al frente de otros 2000 infantes y 300 caballos. Ontañón, en su artículo,
también incluía una entrevista a un testigo de los hechos, Ramón Rueda médico
de Villasante, joven de quince años cuando el combate, quien contaba que la
acción empezó sobre las once de la mañana y que:
“En Villasante y los pueblos de
alrededor, Bercedo, Quintanilla Sopeña, Noceco, estaban los carlistas. Al sur,
de El Crucero a El Rivero, los liberales…Los carlistas subieron a la peña,
perseguidos por un escuadrón de Albuera. Pero se presentó Navarrete en la peña
de Bercedo y se hicieron fuertes… Luego bajaron a las huertas y formaron el
cuadro…”.
Es decir, cuando los republicanos
llegaron a Villasante solamente pudieron encontrar al destacamento que había
pernoctado allí y que ante la carga de la caballería enemiga tuvo que
replegarse hacia la peña de Bercedo situada a su derecha. Pensemos que, entre
los diferentes grupos de carlistas, en los que parece ser que se habían dividido
por los pueblos del lugar para descansar, había hasta unos 4 km de distancia y
que la misión de Solana debió ser ir reuniendo allí, en la peña de Bercedo, a
todos los que fuesen acudiendo y resistir a la espera de que llegase el grueso
de sus tropas de infantería y caballería. Una vez reunidas aquellas fuerzas,
parece evidente que pasaron al contrataque y los republicanos sencillamente se
retiraron. Conocemos incluso el número de bajas carlistas, cinco. Contaba Ramón
Rueda que había visto sus cadáveres en la ermita de San Roque. El de mayor
graduación Julián Cañedo y Sierra, capitán y conde de Agüera. Pero como sabemos
y narraba el coronel Solana, los carlistas tenían una misión de mayor alcance
que perseguir a la columna republicaba que huía. Lamentablemente, la toma de
Santander, que tan importante hubiera sido en el devenir de la guerra, no llego
a realizarse por la descoordinación de las columnas de Lirio y Mendiry. La
caballería castellana volvería entonces a su labor habitual, continuas
incursiones en las comarcas cántabras que delimitan los ríos Agüera y Asón y en
las burgalesas de los valles de Losa y Mena, en busca de pertrechos, caballos y
nuevos reclutas, aparte de labores de flanqueo y apoyo en los movimientos de
las columnas de la división de Castilla. Luego, vendría su intervención en las
grandes batallas que narraba la necrológica de su hijo José María.
La primera, la de Lácar. De ella, para no hacer excesivamente extensa
esta reseña, solamente diremos que el día 3 de febrero de 1875, la división alfonsina[2]
mandada por el general Ramón Fajardo Izquierdo, integrada por las
brigadas dirigidas por Fernando
Martínez Viérgol y Enrique Bargés y Pombo, acampadas en los pueblos de Lácar y
Lorca, fueron sorprendidas y deshechos los batallones de los regimientos de Asturias
(José Gregory) y Valencia (Manuel Delgado) que acampaban en Lácar, sobre donde
se dirigió el ataque principal de los carlistas, huyendo los regimiento de Gerona
(Alejandro Vicario) y León (José Vidal). El ejército carlista fue dirigido por
el propio D. Carlos con Torcuato Mendiry y Corera, ejecutando el ataque sobre
Lácar doce batallones de infantería, divididos en cuatro columnas mandadas por
los brigadieres José Pérula de la Parra, Cecilio Sáenz de Valluerca García y
Francisco Cavero y Álvarez de Toledo y el coronel Celedonio Iturralde Armentia;
la caballería integrada por los regimientos del Rey, Cruzados de Castilla y
escuadrón de Guardias, fue encabezada por Juan Nepomuceno de Orbe y Mariaca,
marqués de Valdespina. Francisco Cavero que mandaba los castellanos merecería
el título de marqués de Lácar y el marqués de Valdespina el ascenso a teniente
general y creemos que nuestro protagonista su faja de brigadier[1].
Éxito al que también colaboró el general Ramón Argonz Urzainqui que mandaba las
fuerzas de reserva que consiguieron impedir que los atacados pudiesen ser
auxiliados[2].
De la segunda, Treviño, para los
carlistas Zumelzu, debemos anotar que no fue una victoria de las armas
carlistas, pero fue tal su comportamiento ante un enemigo superior que ha
pasado a la historia como una de sus grandes gestas. Su origen inmediato fue el
deseo del nuevo jefe alfonsino del Norte, teniente general Genaro Quesada y
Mathews de romper la línea carlista que asfixiaba la ciudad de Vitoria. Para
ello reunió todas las tropas que pudo aprestar, veinticuatro batallones, siete
escuadrones, más tres compañías ingenieros y voluntarios y numerosa artillería,
llevando a sus órdenes a los generales José María Loma y Argüelles y Juan Tello
Miralles, atacando a los hombres de D. Carlos el día 7 de julio de 1875. Mandaba
a los carlistas José Pérula que tenía como jefe de estado mayor al brigadier
José Pérez de Guzmán y Herrera, reuniendo dieciséis batallones dirigidos por
los brigadieres Simón Montoya y Ortigosa, Cecilio Sáenz de Valluerca y Carlos
Calderón y Vasco, seis escuadrones, entre ellos todo el regimiento de Castilla,
mandados por Esteban Barrasa Marcos y las baterías de Montaña manejadas por
Alejandro Reyero y Luis Ibarra y la sección del sistema Plasencia de Alberto
Saavedra. Los alfonsinos conseguirían romper la línea carlista, pero hemos de
anotar que durante todo el combate se sucedieron actos de valor temerario,
siendo destacables entre ellos los del teniente coronel Rodrigo de Medina,
comandante del 4º de Castilla, que sería ascendido a coronel. Las bajas
carlistas fueron un jefe, nueve oficiales y cincuenta y dos voluntarios muertos
y tres jefes, dieciocho oficiales y doscientos cuarenta y cinco individuos de
tropa heridos y contusos[3].
Y para que quede constancia de que no
negamos el valor de los alfonsinos, debemos recordar a su coronel de caballería
Juan Contreras Martínez que se cubrió de gloria en aquel combate.
Pero no debemos prolongar más este
relato. Lo dicho hasta ahora creemos que es suficiente para homenajear a José
Grajal, quien, con sus hijos, como nos informaba la reseña necrológica tantas
veces citada, pasaron a Francia por el puente de Arnegui (Navarra),
permaneciendo en el destierro hasta el 20 de febrero de 1877, cuando
se permitiría regresar a los que se habían exiliado tras aquella guerra, incluso
también a los que habían sido deportados[4].
Imaginamos su vida posterior dedicada al cuidado de su hacienda, pero nunca
desdiciéndose de sus creencias, como demuestra la destacada trayectoria
política posterior de su hijo José María. Apuntaremos también que hemos
obtenido en el registro civil de Palencia su acta de defunción acaecida en la
capital palentina a las dos de la mañana del día 21 de diciembre de 1890 por un
paro cardiaco. Vivía entonces con su esposa Vicenta en la calle Mayor Antigua
núm. 154,
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[1] Aquí el concepto
“castellano” se refiere a todos aquellos que no eran vasco-navarros.
[2] Francisco HERNANDO
EIZAGUIRRE: La Campaña Carlista (1872
a1876). Jouby y Roger. París, 1877 (pp. 114 a 115).
[3] Pantaleón GÓMEZ CASADO:
Necrológica de José María Grajal Ataz (El Correo Español núm. 9.809, miércoles 4 de agosto de 1920).
[4] Archivo General Militar
de Madrid. Listados del Convenio de Vergara, carpeta 45, p. 60.
[5] Archivo General Militar
de Segovia. Expediente personal de José Grajal Ruiz.
[6] Ibíd.
[7] Eco del Comercio núm. 1517 (martes, 26 de junio de 1838).
[8] Eco del comercio núm. 1518 (miércoles, 27 de junio de 1838).
[9] Archivo General Militar
de Segovia. Expediente personal de José Grajal Ruiz.
[10] Eco del Comercio núm. 1609 (miércoles, 26 de septiembre de 1838), núm.
1612 (sábado, 29 de septiembre de 1838) y núm. 1613 (domingo, 30 de septiembre
de 1838).
[11] La Iberia núm. 1774 (jueves, 3 de mayo de 1860).
[13] Fueron llevados hasta
allí por el brigadier riojano Eustaquio Llorente, nombrado comandante general
de La Rioja.
[14] Era comisario regio en
la provincia.
[15] Francisco HERNANDO: óp.
cit., p. 115.
[16] Melchor FERRER DALMAU: óp.
cit., tomo XXV, p. 34.
[17] La Correspondencia de España núm. 5620 (sábado, 19 de abril de
1873).
[18] La Correspondencia de España núm. 5632 (viernes, 2 de mayo de
1873).
[19] La Correspondencia de España núm. 5649 (lunes, 19 de mayo de 1873).
[20] Gaceta de Madrid núm. 139 (lunes, 19 de mayo de 1873).
[21] Gaceta de Madrid núm. 140 (martes, 20 de mayo de 1873).
[22] La Correspondencia de España núm. 5649 (lunes, 19 de mayo de 1873).
[23] Ibíd.
[24] Diario de Córdoba núm. 6825 (martes, 20 de mayo de 1873).
[25] El Bien Público núm. 66 (miércoles, 21 de mayo de 1873).
[26] Boletín Oficial de la Provincia de Palencia núm. 30 (lunes, 8 de
septiembre de 1873).
[27] Boletín oficial de la Provincia de Palencia núm. 34 (miércoles, 17
de septiembre de 1873).
[28] Boletín Oficial de la Provincia de Santander núm. 287 (jueves, 13
de junio de 1873).
[29] La Correspondencia de España núm. 5655 (domingo 25 de mayo de
1873).
[30] La Correspondencia de España núm. 5662 (domingo, 1 de junio de
1873).
[31] La Correspondencia de España núm. 5665 (miércoles, 4 de junio de
1873).
[32] Francisco APALATEGUI
IGARZABAL: Relatos de guerra de carlista y liberales (2 vols.). Diputación
Foral de Guipúzcoa. San Sebastián, 2005 (tomo I, p. 403)
[33] La Correspondencia de España núm. 5827 (jueves, 13 de noviembre de
1873).
[34] Antonio BREA Y
GONZÁLEZ-BAYÓN: Campaña del Norte. De
1873 a 1876. Biblioteca Popular Carlista. Barcelona, 1897 (pp. 126 a 127).
[35] También sabemos que era
hermano menor de Juan Antonio Zaratiegui y Celigüeta.
[36] Eduardo ONTAÑÓN
LEVANTINI: “Un pueblo de la guerra carlista” en revista estampa núm. 104 (martes, 7 de enero de 1930)
[37] El Bien Público núm. 276 (sábado, 31 de enero de 1874).
[38] El 29 de diciembre de 1874 se produjo la restauración monárquica
tras el pronunciamiento del general Arsenio Martínez-Campos Antón en Sagunto,
siendo proclamado rey Alfonso hijo de Isabel II en enero de 1875.
[39] Puede consultarse el
despacho de Mendiry sobre la acción en Antonio BREA: óp. cit., p. 265 a 267.
[40] Ver su despacho en
Antonio BREA: óp. cit., pp. 268 a 270.
[41] Los detalles de la
batalla en Antonio BREA: óp. cit., pp. 334 a 342.
[42] Gaceta de Madrid nº 52 (miércoles, 21 de febrero de 1877).
José Antonio Gallego
Funcionario de Carrera, Historiador carlista y colaborador de la A.C.T. Fernando III el Santo
2 comentarios:
Hola, llevo mucho tiempo intentando encontrar información sobre mi tatarabuelo Claudio Benaite .Estaba en la partida citada en el boletin de Palencia junto a Grajal, pero esa es la única información que tengo .En los registros civiles como no se la fecha en que murió y al leer su artículo es francamente saber dónde .Podría orientarme como buscarlo?
Muchas gracias .
Hola,el 21 de junio les envíe un mensaje a este blog,no sé si les habrá llegado o como ponerme en contacto con ustedes ,pues sigo buscando información sobre Claudio Benaite.
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