Con motivo del 808 aniversario de la gloriosa
Batalla de Las Navas de Tolosa, transcribimos parte de la obra “Vida de don
Tello Téllez de Meneses, Obispo de Palencia”, escrita por don Modesto Salcedo Tapia en el año 1985. En
estos párrafos se recuerda con orgullo, rigurosidad y lealtad la importancia que
tuvo el obispo palentino en los preparativos y desarrollo de la Cruzada que
determinó la victoria en Tolosa, así como la no menos importante participación -junto
a españoles de todos nuestros reinos y señoríos cristianos- de la nobleza y pueblo
de Palencia en tan gloriosa y magna gesta reconquistadora.
Cristo de las Batallas de la Catedral de San Antolín de Palencia |
A fines de 1210 o principios de 1211, emprendió
don Tello (Tello Téllez de Meneses, Obispo de Palencia) un viaje a Roma que,
sin duda, estaba relacionado con sus propios problemas, pero que formalmente,
fue una embajada enviada por el Rey Noble (Alfonso VIII de Castilla) para
interesar al papa y, por su medio, a toda la Cristiandad, en la guerra que
estaba preparando para consumar la Reconquista de España. Ambos
aspectos aparecen en la carta que escribió al Rey el Papa Inocencio III el 22
de febrero de 1211: “Hemos recibido
benignamente al dilecto hijo, obispo electo de Palencia, que ha venido a la
Sede Apostólica como Mensajero tuyo, varón ciertamente probo y honesto, y las
peticiones que de parte tuya nos presentó, con gusto hemos procurado
satisfacerlas; pero en cuanto a lo que de tu parte nos pidió, para destinar un
Legado para la regiones de España, a causa de los tiempos intranquilos, no
hemos podido satisfacer, por el presente, a tu regia voluntad; pero, al
presentarse la ocasión, se dará satisfacción a la petición regia si Dios quiere”.
No fue, sin embargo, de poco provecho para el Rey la
embajada de don Tello, porque el Papa escribió a los obispos de Toledo, Zamora,
Tarazona y Coímbra que anunciasen las indulgencias de la Cruzada para cuantos
participasen en ella y que excomulgasen a los reyes y señores que rompiesen las
treguas que tenían con el Rey de Castilla mientras durase la guerra contra los
musulmanes. También el príncipe heredero don Fernando se había servido de don
Tello para interesar al Papa en favor de la Cruzada y éste, en su respuesta rebosante
de afecto paternal, índice de los encomiásticos informes dados por don Tello,
le anunció las indulgencias y órdenes que daba a los obispos. Tal vez, esas
medidas son las que contuvieron al Rey de León para que no atacase por la
espalda, ya que no colaborase en la Batalla de Las Navas.
Se acercaba la fecha cumbre del reinado de Alfonso VIII.
La tregua firmada con los musulmanes después del desastre de Alarcos ya se
había cumplido y ambos bandos se preparaban para una guerra total. El emperador
almohade Miramamolín, hizo predicar la Guerra Santa y rompió las hostilidades
tomando Salvatierra, después de tres meses de asedio. Pero el Rey Noble estaba
prevenido. La embajada de don Tello había conseguido que el Papa concediese a
la guerra de España las mismas indulgencias que a la Cruzada de Tierra Santa, y
que amenazase con la excomunión a quien inquietase al Rey de Castilla mientras
durase la campaña, y toda España respondía con fervor y generosidad a la
llamada.
El arzobispo de Toledo, don Rodrigo Ximénez de Rada, había
recorrido Italia, Francia y Alemania, con magníficos resultados. Se calcula que
unos 100.000 infantes y 10.000 caballeros llegaron a España y colaboraron en la
reconquista de Malagón y Calatrava. Venían con los obispos de Narbona, Burdeos
y Nantes a la cabeza; pero pronto disgustaron a los españoles por su
indisciplina y crueldad, pues querían llevarlo todo a sangre y fuego, a lo que
oponían el Rey y los obispos castellanos acostumbrados a ls política de
convivencia con los vencidos. Por otra parte, el calor sofocante del verano de
Castilla y el poco botín que conseguían los desalentó de tal modo que se
volvieron a sus tierras después de cometer mil tropelías. Apenas quedaron unos
150 caballeros selectos con el Arzobispo de Narbona. En compensación de esta
pérdida, el Arzobispo de Toledo había logrado que Sancho VII el Fuerte de
Navarra, desechando los resquemores que tenía contra Castilla, acudiese con 200
caballeros. También Pedro II de Aragón con un selecto cuerpo de caballería dio buenas
pruebas de su amistad.
A la importancia que tenía el obispo don Tello en la
política de Castilla, correspondió, como era natural, la movilización de las
mesnadas del Señorío Episcopal de Palencia para ir a incorporarse al Ejército
Real. Pero antes quiso el obispo solemnizar aquel acontecimiento con una
ceremonia grandiosa que aparece en el Libro
Antiguo de Estatutos del Cabildo. Bien pudo ser prescrita por don Tello
para aquella ocasión, o en recuerdo de lo que entonces se hizo, porque no sería
la única vez en que acudiera a la guerra el ejército episcopal palentino.
He aquí el estatuto “Sobre
el Estandarte de la Ciudad de Palencia”: Cuando el estandarte de la ciudad
de Palencia deba ir a la guerra, así ha de hacerse: Todas las personas
honorables de la ciudad, deben ir a la hora de vísperas con el Estandarte de la
Iglesia de San Antolín, y poner el Estandarte ante el altar del Cristo de las Batallas
y permanecer allí todos con el Estandarte durante toda la noche, y celebrar la
vigilia solemnemente. Al día siguiente, celebrada la Misa Solemne, y oída con
muchísima devoción, deben ir, el obispo, si quisiere, y los canónigos y todos
los clérigos y capellanes, desde el coro al altar, y entonces entone el cantor “Oh Martir gloriose..” Y salga la
procesión de la iglesia hasta el lugar donde está la asamblea, y allí hagan la
estación. Y entone el cantor “Exurge
Domine.., Kirie eleyson.., Pater noster.., Deus miserentor nostri..” Terminado
este, suba un presbítero al altar y diga el versículo “Esto eis Domine turris
fortidudinis. Exurge Domine, adiuva nos..” Terminando todo esto, el obispo
o el presbítero, bendiga el estandarte y se retiren”.
Alfonso VIII quiso honrar a los dos reyes aliados
poniendo el ala derecha del ejército a las órdenes del Rey de Navarra y la
izquierda a las del Rey de Aragón. El cuerpo principal del ejército iba tras
don Lope Días de Haro y las órdenes militares. Junto al Rey de Castilla iban el
arzobispo de Toledo, el de Palencia y los otros obispos con sus mesnadas. Con
el Rey de Navarra iba don Alfonso Téllez de Meneses con las gentes de sus
señoríos y los caballeros que había acudido de Portugal y no tenían mejor
caudillo que el yerno de su Rey. La historia de Lafuente dice, en efecto, que
el Rey de Navarra conducía el segundo ejército con las banderas de Segovia, Ávila,
Medina del Campo, y muchos caballeros portugueses, gallegos, vizcaínos y
guipuzcoanos. También se sabe que don Suero Téllez de Meneses iba en el cuerpo
de ejército del Rey de Castilla. Los historiadores enumeran a los caballeros
que más se distinguieron junto al Noble Rey, y son ellos “el conde Fernando Núñez de Lara, los Girones, don Suero Téllez de
Meneses, don Nuño Pérez de Guzmán y otros caballeros castellanos y las
comunidades de Valladolid, Olmedo, Arévalo y Toledo” las huestes del obispo
de Palencia, también en el ejército principal, iban comandadas por Juan
Fernández Sanchón.
Fue un hecho providencial que se atribuyó a la
intervención de San Isidro, el que un pastor sacase al ejército castellano de
los desfiladeros de Despeñaperros, bien defendidos por destacamentos moros, y
los condujese por caminos desconocidos a través del puerto de Muradal, a
posiciones ventajosas ante los llanos llamados Las navas de Tolosa. Hubo un par
de días de escaramuzas, mientras los obispos y los clérigos recorrían las
compañías predicando, absolviendo y dando la Comunión a todos los soldados. Al
fin, el lunes 16 de julio de 1212, se lanzó todo el ejército al ataque general.
Se presentaron trances muy difíciles, en los que el Rey de Castilla llegó a
pensar que era el caso de disponerse a morir matando, y así se lo dijo a don
Rodrigo que cabalgaba a su lado: “Arzobispo,
aquí mueramos.. en tal angostura, por la Ley de Cristo”. Pero el esforzado
prelado contestó: “Señor, si a Dios place
ese, corona vos tiene de victoria, esto es, de vencer Vos. Pero si otra guisa
ploguiese a Dios, todos comunalmientre somos parados para morir convsco”.
De todos es conocido el heroísmo del Rey de Navarra que
saltó la barrera de negros encadenados que guardaba la tienda del Califa,
rompiendo con su hacha de armas las cadenas que adornaron desde entonces el
escudo de Navarra. Igual proeza realizaron don Álvaro Núñez de Lara y nuestro
don Alfonso Téllez de Meneses que recibió del Rey, como recuerdo, una banda con
cadenas para su escudo. Las mesnadas del obispo don Tello también hicieron
proezas dignas de perpetuo recuerdo, y así lo acordó el Rey, mandando que, en
adelante, el escudo de Palencia llevase, junto al castillo concedido por
Fernando I, una cruz que recordase el heroísmo de Las Navas.
Todos los historiadores hablan del regocijo inmenso con
que se celebró la victoria en el mismo campo de batalla, con el cántico del Te
Deum por don Rodrigo, arzobispo de Toledo, don Tello de Palencia, don Rodrigo
de Sigüenza, don Menendo de Osma, don Domingo de Plasencia y don pedro de Ávila.
El éxito de la batalla fue indecible. Alfonso VIII, en su carta a Inocencio
III, habla de más de 100.000 moros muertos y 182.000 prisioneros, con
poquísimas bajas de parte cristiana. Pero no debió de ser la cosa tan fácil
porque se sabe, por ejemplo, que los caballeros del Temple perecieron todos con
su jefe a la cabeza. De todos modos, el golpe fue decisivo. Pronto se rindieron
Baeza y Úbeda y se facilitaron las grandes conquistas que pronto haría el Rey San
Fernando de Castilla y de León.
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