16 de Julio, Aniversario de la gloriosa Batalla de Las Navas de Tolosa



Con motivo del 808 aniversario de la gloriosa Batalla de Las Navas de Tolosa, transcribimos parte de la obra “Vida de don Tello Téllez de Meneses, Obispo de Palencia”, escrita por don Modesto Salcedo Tapia en el año 1985. En estos párrafos se recuerda con orgullo, rigurosidad y lealtad la importancia que tuvo el obispo palentino en los preparativos y desarrollo de la Cruzada que determinó la victoria en Tolosa, así como la no menos importante participación -junto a españoles de todos nuestros reinos y señoríos cristianos- de la nobleza y pueblo de Palencia en tan gloriosa y magna gesta reconquistadora.

Cristo de las Batallas de la Catedral de San Antolín de Palencia

A fines de 1210 o principios de 1211, emprendió don Tello (Tello Téllez de Meneses, Obispo de Palencia) un viaje a Roma que, sin duda, estaba relacionado con sus propios problemas, pero que formalmente, fue una embajada enviada por el Rey Noble (Alfonso VIII de Castilla) para interesar al papa y, por su medio, a toda la Cristiandad, en la guerra que estaba preparando para consumar la Reconquista de España. Ambos aspectos aparecen en la carta que escribió al Rey el Papa Inocencio III el 22 de febrero de 1211: “Hemos recibido benignamente al dilecto hijo, obispo electo de Palencia, que ha venido a la Sede Apostólica como Mensajero tuyo, varón ciertamente probo y honesto, y las peticiones que de parte tuya nos presentó, con gusto hemos procurado satisfacerlas; pero en cuanto a lo que de tu parte nos pidió, para destinar un Legado para la regiones de España, a causa de los tiempos intranquilos, no hemos podido satisfacer, por el presente, a tu regia voluntad; pero, al presentarse la ocasión, se dará satisfacción a la petición regia si Dios quiere”.

No fue, sin embargo, de poco provecho para el Rey la embajada de don Tello, porque el Papa escribió a los obispos de Toledo, Zamora, Tarazona y Coímbra que anunciasen las indulgencias de la Cruzada para cuantos participasen en ella y que excomulgasen a los reyes y señores que rompiesen las treguas que tenían con el Rey de Castilla mientras durase la guerra contra los musulmanes. También el príncipe heredero don Fernando se había servido de don Tello para interesar al Papa en favor de la Cruzada y éste, en su respuesta rebosante de afecto paternal, índice de los encomiásticos informes dados por don Tello, le anunció las indulgencias y órdenes que daba a los obispos. Tal vez, esas medidas son las que contuvieron al Rey de León para que no atacase por la espalda, ya que no colaborase en la Batalla de Las Navas.

Se acercaba la fecha cumbre del reinado de Alfonso VIII. La tregua firmada con los musulmanes después del desastre de Alarcos ya se había cumplido y ambos bandos se preparaban para una guerra total. El emperador almohade Miramamolín, hizo predicar la Guerra Santa y rompió las hostilidades tomando Salvatierra, después de tres meses de asedio. Pero el Rey Noble estaba prevenido. La embajada de don Tello había conseguido que el Papa concediese a la guerra de España las mismas indulgencias que a la Cruzada de Tierra Santa, y que amenazase con la excomunión a quien inquietase al Rey de Castilla mientras durase la campaña, y toda España respondía con fervor y generosidad a la llamada.

El arzobispo de Toledo, don Rodrigo Ximénez de Rada, había recorrido Italia, Francia y Alemania, con magníficos resultados. Se calcula que unos 100.000 infantes y 10.000 caballeros llegaron a España y colaboraron en la reconquista de Malagón y Calatrava. Venían con los obispos de Narbona, Burdeos y Nantes a la cabeza; pero pronto disgustaron a los españoles por su indisciplina y crueldad, pues querían llevarlo todo a sangre y fuego, a lo que oponían el Rey y los obispos castellanos acostumbrados a ls política de convivencia con los vencidos. Por otra parte, el calor sofocante del verano de Castilla y el poco botín que conseguían los desalentó de tal modo que se volvieron a sus tierras después de cometer mil tropelías. Apenas quedaron unos 150 caballeros selectos con el Arzobispo de Narbona. En compensación de esta pérdida, el Arzobispo de Toledo había logrado que Sancho VII el Fuerte de Navarra, desechando los resquemores que tenía contra Castilla, acudiese con 200 caballeros. También Pedro II de Aragón con un selecto cuerpo de caballería dio buenas pruebas de su amistad.

A la importancia que tenía el obispo don Tello en la política de Castilla, correspondió, como era natural, la movilización de las mesnadas del Señorío Episcopal de Palencia para ir a incorporarse al Ejército Real. Pero antes quiso el obispo solemnizar aquel acontecimiento con una ceremonia grandiosa que aparece en el Libro Antiguo de Estatutos del Cabildo. Bien pudo ser prescrita por don Tello para aquella ocasión, o en recuerdo de lo que entonces se hizo, porque no sería la única vez en que acudiera a la guerra el ejército episcopal palentino.

He aquí el estatuto “Sobre el Estandarte de la Ciudad de Palencia”: Cuando el estandarte de la ciudad de Palencia deba ir a la guerra, así ha de hacerse: Todas las personas honorables de la ciudad, deben ir a la hora de vísperas con el Estandarte de la Iglesia de San Antolín, y poner el Estandarte ante el altar del Cristo de las Batallas y permanecer allí todos con el Estandarte durante toda la noche, y celebrar la vigilia solemnemente. Al día siguiente, celebrada la Misa Solemne, y oída con muchísima devoción, deben ir, el obispo, si quisiere, y los canónigos y todos los clérigos y capellanes, desde el coro al altar, y entonces entone el cantor “Oh Martir gloriose..” Y salga la procesión de la iglesia hasta el lugar donde está la asamblea, y allí hagan la estación. Y entone el cantor “Exurge Domine.., Kirie eleyson.., Pater noster.., Deus miserentor nostri..” Terminado este, suba un presbítero al altar y diga el versículo “Esto eis Domine turris fortidudinis. Exurge Domine, adiuva nos..” Terminando todo esto, el obispo o el presbítero, bendiga el estandarte y se retiren”.

Alfonso VIII quiso honrar a los dos reyes aliados poniendo el ala derecha del ejército a las órdenes del Rey de Navarra y la izquierda a las del Rey de Aragón. El cuerpo principal del ejército iba tras don Lope Días de Haro y las órdenes militares. Junto al Rey de Castilla iban el arzobispo de Toledo, el de Palencia y los otros obispos con sus mesnadas. Con el Rey de Navarra iba don Alfonso Téllez de Meneses con las gentes de sus señoríos y los caballeros que había acudido de Portugal y no tenían mejor caudillo que el yerno de su Rey. La historia de Lafuente dice, en efecto, que el Rey de Navarra conducía el segundo ejército con las banderas de Segovia, Ávila, Medina del Campo, y muchos caballeros portugueses, gallegos, vizcaínos y guipuzcoanos. También se sabe que don Suero Téllez de Meneses iba en el cuerpo de ejército del Rey de Castilla. Los historiadores enumeran a los caballeros que más se distinguieron junto al Noble Rey, y son ellos “el conde Fernando Núñez de Lara, los Girones, don Suero Téllez de Meneses, don Nuño Pérez de Guzmán y otros caballeros castellanos y las comunidades de Valladolid, Olmedo, Arévalo y Toledo” las huestes del obispo de Palencia, también en el ejército principal, iban comandadas por Juan Fernández Sanchón.

Fue un hecho providencial que se atribuyó a la intervención de San Isidro, el que un pastor sacase al ejército castellano de los desfiladeros de Despeñaperros, bien defendidos por destacamentos moros, y los condujese por caminos desconocidos a través del puerto de Muradal, a posiciones ventajosas ante los llanos llamados Las navas de Tolosa. Hubo un par de días de escaramuzas, mientras los obispos y los clérigos recorrían las compañías predicando, absolviendo y dando la Comunión a todos los soldados. Al fin, el lunes 16 de julio de 1212, se lanzó todo el ejército al ataque general. Se presentaron trances muy difíciles, en los que el Rey de Castilla llegó a pensar que era el caso de disponerse a morir matando, y así se lo dijo a don Rodrigo que cabalgaba a su lado: “Arzobispo, aquí mueramos.. en tal angostura, por la Ley de Cristo”. Pero el esforzado prelado contestó: “Señor, si a Dios place ese, corona vos tiene de victoria, esto es, de vencer Vos. Pero si otra guisa ploguiese a Dios, todos comunalmientre somos parados para morir convsco”.

De todos es conocido el heroísmo del Rey de Navarra que saltó la barrera de negros encadenados que guardaba la tienda del Califa, rompiendo con su hacha de armas las cadenas que adornaron desde entonces el escudo de Navarra. Igual proeza realizaron don Álvaro Núñez de Lara y nuestro don Alfonso Téllez de Meneses que recibió del Rey, como recuerdo, una banda con cadenas para su escudo. Las mesnadas del obispo don Tello también hicieron proezas dignas de perpetuo recuerdo, y así lo acordó el Rey, mandando que, en adelante, el escudo de Palencia llevase, junto al castillo concedido por Fernando I, una cruz que recordase el heroísmo de Las Navas.

Todos los historiadores hablan del regocijo inmenso con que se celebró la victoria en el mismo campo de batalla, con el cántico del Te Deum por don Rodrigo, arzobispo de Toledo, don Tello de Palencia, don Rodrigo de Sigüenza, don Menendo de Osma, don Domingo de Plasencia y don pedro de Ávila. El éxito de la batalla fue indecible. Alfonso VIII, en su carta a Inocencio III, habla de más de 100.000 moros muertos y 182.000 prisioneros, con poquísimas bajas de parte cristiana. Pero no debió de ser la cosa tan fácil porque se sabe, por ejemplo, que los caballeros del Temple perecieron todos con su jefe a la cabeza. De todos modos, el golpe fue decisivo. Pronto se rindieron Baeza y Úbeda y se facilitaron las grandes conquistas que pronto haría el Rey San Fernando de Castilla y de León.

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