A la una y media de
la madrugada del diecisiete de julio de 1918, hace justo ahora cien años, y de la manera más cobarde nunca antes vista,
la familia imperial rusa -el zar Nicolás II y su esposa Alejandra, el zarévich Alexei
y sus hermanas las grandes duquesas Olga, Tatiana, María y Anastasia-, así como
los leales servidores Eugene Botkin, Anna Demidova, Iván Kharitonov y Alexei Trupp
fueron despertados con engaños y llevados al sótano de la casa Ipatiev de
Ekaterimburgo donde se encontraban prisioneros. Una vez allí, y tras leer el
jefe local del partido comunista un miserable comunicado, comenzó una sanguinaria
ejecución con pistolas, fusiles, bayonetas, cuchillos y golpes que superó los
veinte minutos. La cobardía marxista no quedó ahí, continuando durante la madrugada, al
no ser capaces los criminales de reconocer su infamia, y decidir deshacerse de
forma cobarde de los cuerpos martirizados.
Tras probar suerte en un primer intento en una vieja mina donde intentaron volar los cuerpos, terminaron por quemar los restos mortales con ácido y enterrarlos de mala manera en una cuneta de un cercano bosque. No fueron capaces los comunistas soviéticos de reconocer su miserable crimen hasta el año 1926, e incluso ellos mismos terminaron por derribar la casa de Ipatiev en el año 1977, convertida por entonces en símbolo de la farsa marxista; y es que ya en época soviética se había convertido el lugar en destino de culto y peregrinación del leal y creyente pueblo ruso.
Tras probar suerte en un primer intento en una vieja mina donde intentaron volar los cuerpos, terminaron por quemar los restos mortales con ácido y enterrarlos de mala manera en una cuneta de un cercano bosque. No fueron capaces los comunistas soviéticos de reconocer su miserable crimen hasta el año 1926, e incluso ellos mismos terminaron por derribar la casa de Ipatiev en el año 1977, convertida por entonces en símbolo de la farsa marxista; y es que ya en época soviética se había convertido el lugar en destino de culto y peregrinación del leal y creyente pueblo ruso.
Hoy, cien años
después, en el solar de Ekaterimburgo donde se encontraba la casa Ipatiev, se
levanta la grandiosa e imperial iglesia de la Sangre Derramada,
donde descansan los restos mortales de los últimos Romanov; los cuales
representaron entonces con humildad y lealtad los ideales y esperanzas del
pueblo, y aseguraron con su martirio un futuro de grandeza y libertad, que hoy reconoce con devoción buena parte del sufrido pueblo ruso.
La familia Romanov descendiendo al sótano de la casa Ipatiev (Ekaterimburgo) |
Iglesia de la sangre Derramada (Ekaterimburgo) |
Presidente A.C.T. Fernando III el Santo
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