Artículo publicado por la A.C.T. Fernando III el Santo en Diario Palentino (2/06/2017) |
El próximo 14 de junio se conmemora nada menos que el octavo centenario de la Proclamación de Fernando III el Santo como Rey en 1217, en la localidad palentina de Autillo de Campos. Esta magna conmemoración nos tiene que enorgullecer a todos los castellanos y leoneses amantes de su tierra, su historia y su identidad. La unificación de los reinos de Castilla y de León se produjo en la persona de este santo rey cuando heredó el Reino de León tras la muerte de su padre, Alfonso IX, en el año 1230. Este acontecimiento también significó mucho para la unión de nuestras regiones españolas. Todo ello da a esta efeméride un valor como para constituirse en fiesta de la comunidad, con tanto o más hondo significado que las ocurridas en Villalar.
Don Severino Rodríguez Salcedo, alcalde de Palencia, además de catedrático, investigador y académico ilustre, fue un gran defensor de esta celebración y nos describe la Proclamación en Autillo aquel 14 de junio de 1217 en su magno trabajo: “VII Centenario de la muerte de Fernando III, el Santo. Precedentes de un glorioso reinado que toca a Palencia”. Y dice así:
“En la llanura que se hacía fuera del recinto amurallado del castillo, alzábase solitario un olmo corpulento y frondoso. A la sombra de sus ramas quiso Doña Berenguela que fuese levantado el sólito cadalso para verificar la sencilla ceremonia de la publicación real”.
Quiero hoy resaltar la importancia de este emblemático árbol, recuperado del olvido en la actualidad mediante un nuevo ejemplar enraizado hace varios años por la Asociación Cultural Tradicionalista Fernando III el Santo. Esta benemérita asociación palentina ha apoyado la recuperación de esta ilustre conmemoración desde hace tiempo, como símbolo de nuestra identidad y orgullo de nuestra tierra y tradiciones.
En muchas localidades de las comarcas castellanas y leonesas se han plantado desde la más remota antigüedad árboles emblemáticos, especialmente olmos cuando las condiciones del terreno lo permitían, pero también fresnos, robles, encinas, morales e incluso pinos, enebros y álamos, como destacados centros de reunión y decisión. Desde las comarcas de El Cerrato y Tierra de Campos, las olmas monumentales daban cobijo y nobleza a plazas, ermitas, cruces de caminos y límites municipales y comarcales. Estos árboles venerables, cuidados con esmero por todos los vecinos, lograban alcanzar muy a menudo dimensiones monumentales y servían de lugar de cría y nidificación de aves emblemáticas, como el águila imperial, llamada en nuestra tierra, religiosamente, águila dominica y águila de la Cruz, por los llamativos hombros blancos en fondo oscuro, y venerada por nuestros antiguos ancestros como ave protectora de las cosechas cuyos nidos eran intocables. De estos árboles singulares y “de respeto” no se podían cortar sus ramas o troncos, salvo para los usos como bastones y báculos de las autoridades o los largos arcos de guerra de raigambre céltica. Tradicionalmente estos árboles venerables se han denominado respetuosamente en femenino y pasaban a llamarse la Olma, la Robla, la Chopa, la Enebra, la Moral, etc.
Es el caso del olmo corpulento y frondoso de las viejas crónicas de Autillo. El árbol, símbolo de la longevidad y la perpetuidad, adquiere entonces un valor de testigo de los hechos sobresalientes de la vida humana. Bajo su copa, no solo se reunía el concejo y las juntas de vecinos a deliberar las más importantes cuestiones, sino que se dirimían litigios y se administraba justicia. Los reyes (como San Luis de Francia), merinos y jueces resolvían allí los juicios y afrentas con especial protección de los pobres y desvalidos. Las ordenanzas tradicionales y multiseculares se ratificaban y aclamaban bajo estos árboles, como símbolo casi sagrado y eterno. Bajo estos árboles, la rúbrica de tratados y declaraciones adquiría rango de perpetuidad. La antigüedad de todo esto se pierde en la cultura indogermánica de Occidente más ancestral. De hecho, la palabra latina “roboravimus” (“ratificado”), usual en toda la epigrafía occidental, tiene su origen etimológico en robur (roble), testigo de la confirmación. Así, perdura casi milagrosamente un roble plantado hace 120 años en la llanura tierracampina de Villarmentero, descendiente de otro testigo de la histórica Batalla de Golpejera del ya lejano 1072. Este simbólico “Roble de la Húmeda” era el único superviviente de los siete “hermanos” que fueron eliminados tras la concentración parcelaria y rectificación y dragado del río Ucieza.
El árbol venerable se convierte entonces en el principal testigo del hecho histórico.
Sin embargo, con la caída del antiguo régimen y los posteriores regímenes revolucionarios, muchos de estos abundantísimos, gigantescos y monumentales árboles se descuajaron en toda Europa, antes de que la vejez o la enfermedad llegasen a finalizar sus días. Se les acusó de “antiguallas” y “símbolos feudales” y se abatieron en su mayoría. De hecho, con la construcción de ferrocarriles como el Bilbao-la Robla, Triano y otros en el siglo XIX, muchos robles y olmos emblemáticos palentinos y leoneses, de dimensiones descomunales, se arrancaron (“muchos a azada”) para convertirse en traviesas, pese a la oposición y lágrimas de los vecinos. Se derribaron millones de árboles venerables castellanos y leoneses, como consta en los documentos de las empresas, muchas radicadas en Holanda y Alemania, que se “encargaron” de la devastación. Varios de estos árboles junteros y concejiles palentinos se arrancaron e incluso se llegaron a “fusilar” por las tropas napoleónicas y después liberales, como una advertencia y símbolo de aniquilamiento del poder comunal, social y tradicional frente al “nuevo orden” económico y político. Posteriormente, enfermedades lejanas e importadas por la globalización, como ocurrió con la perniciosa grafiosis, acabaron de exterminar a muchas de nuestras olmas emblemáticas.
Debemos revertir esta injusticia replantando nuestros árboles históricos, junteros y emblemáticos. Esto es lo que ocurrió en Autillo de Campos, gracias al empeño de la ACT San Fernando con la valiosa ayuda de su Ayuntamiento presidido por Don Ángel Castro, con motivo de la recuperación de la Proclamación como Rey de Fernando III en la histórica villa. Tras varios años, el olmo plantado en el hoy Parque de la Proclamación de esta histórica localidad palentina, en su momento un pequeño y humilde vástago, se ha convertido en un elegante y vigoroso ejemplar.
La justa restauración de este emblemático y tradicional árbol es un símbolo a imitar en nuestros pueblos y ciudades para que quede, no solo el recuerdo, sino la perenne celebración de los hechos históricos como nuestro propio sentir y ser.
Juan Andrés Oria de Rueda Salgueiro
A.C.T. Fernando III el Santo
Viva la madre que te pario.
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