Melbourne es una ciudad localizada en el centro de la
costa oriental de la península de Florida. Según el censo del año 2010, tiene
una población de 76.000 habitantes, un tamaño muy similar al de Palencia. Para
que los lectores la sitúen correctamente, se encuentra a una hora en coche del “Centro
Espacial Kennedy” en Cabo Cañaveral; y muy próxima también a “Disney
World”, en Orlando. Pese a que no hay consenso entre los historiadores
sobre el sitio exacto, lo más probable es que, hace hoy quinientos años, Juan
Ponce de León desembarcase en una de sus playas. No es un acontecimiento
baladí, considerando que fue el primer europeo que puso el pie en Estados
Unidos. ¡Y era palentino!
Del mar de Campos al mar Caribe.
Aunque el municipio de Santervás de Campos se
encuentre hoy en día adscrito políticamente a la provincia de Valladolid, en el
siglo XV estaba estrechamente ligado a la diócesis de Palencia. Fue en esa
época, concretamente en 1460, cuando nació allí Ponce de León. Siendo muy joven
fue designado paje de Fernando el Católico; y años después, formando parte de
su séquito, participó también en la conquista de Granada. Una vez concluida la
gesta peninsular, tras recibir noticias de los ricos descubrimientos realizados
por Cristóbal Colón al otro lado del océano, decidió enrolarse en 1493 junto al
almirante, dispuesto por aquel entonces a iniciar su segundo viaje. Mil
quinientos hombres en busca de gloria y fortuna acompañaron al genovés en esa
nueva travesía hacia América.
Ya en las Indias, sus hazañas comenzaron a
sucederse, siendo destacable su intervención en la conquista de la isla de La
Española (hoy en día dividida entre la República Dominicana y Haití). Debido a
sus éxitos militares, fue nombrado gobernador de la provincia de Higüey. Parece
ser que allí hizo una considerable fortuna vendiendo pan de mandioca a las tripulaciones que
recalaban en su encomienda. Además, también le dieron autorización para desplazarse
hasta la cercana isla de San Juan (actual Puerto Rico) al mando de cuarenta y
dos potenciales colonos y ocho marineros. La respuesta de los indios taínos que
allí vivían no fue pacífica, por lo que tuvo que afrontar bastantes escaramuzas
antes de pacificar la isla por completo.
Los problemas no dejaban de sucederse. Conforme la
colonización iba progresando, el rey le concedió el cargo interino de
adelantado de San Juan a nuestro paisano. Aquello provocó un conflicto con
Diego Colón, que reclamó para sí todos los derechos concedidos a su padre, el
almirante Cristóbal Colón. Los tribunales no tuvieron más remedio que darle la
razón en perjuicio del terracampino.
Al ser relegado por la justicia, Ponce se sintió
ofendido y prefirió cambiar de aires. Con la idea de alejarse lo más posible,
obtuvo la concesión para explorar las islas al norte de Cuba. En marzo de 1513
partió con dos carabelas y un bergantín fletados de su propio bolsillo, navegando
hacia el norte más allá de las Bahamas. Y el 2 de abril de 1513 tomó tierra
cerca de la actual Melbourne, momento en el que reclamó formalmente esos
territorios para la corona española.
Una expedición pionera con un objetivo oculto.
El viaje emprendido por Juan Ponce de León tenía
como objetivo prioritario colonizar las islas Bimini. Hoy en día se denomina de
ese mismo modo al distrito constituido por las islas más occidentales de las
Bahamas (a 81 kilómetros de la ciudad de Miami). Sin embargo, nuestro paisano rebasó
ese archipiélago y siguió su travesía hacia el norte porque, junto con unas
tierras para explotar, buscaba algo más que no está del todo claro. La leyenda
extendida por Pedro Mártir de Anglería, un cronista coetáneo de origen italiano
que formaba parte del Consejo de Indias, explica que el intrépido Ponce
realmente andaba tras la mítica “fuente de la juventud”, un manantial en
el que todo hombre viejo que se sumergiese se convertiría en niño.
Fuese aquella mágica fuente o cualquier otro
prodigio, la previsión era realizar un hallazgo importante. Además de los
marineros encargados de gobernar las naves, también le acompañaron bastantes tropas.
Incluso se embarcó en las bodegas a una preciosa yegua, a lomos de la cual el
castellano pensaba impresionar a los caciques de aquellas islas que pretendía dominar.
Cumpliendo con los planes de la misión, tras detenerse
brevemente en Melbourne, continuó viaje con rumbo sur hacia la desembocadura
del río Miami, trazando una trayectoria paralela a las costas y cayos del sur
de la península de Florida, para luego virar hacia el norte en dirección al
golfo de Méjico. En aquel tránsito pudo comprobar que los nativos con los que
se iban encontrando eran mucho más fieros que los taínos caribeños y no tenían
miedo a los españoles. Era tal su crueldad que, para infligir más víctimas a
sus enemigos, los indios llegaban incluso a envenenar las puntas de las flechas
que lanzaban.
A la altura de Cabo Romano se vio inmerso en una
nueva refriega en la que uno de sus soldados resultó muerto. Desencantado por
el cariz que empezaba a tomar la expedición, dio por terminado el viaje y
regresó a San Juan. De camino, recaló en varios puntos de la costa de Yucatán,
sin que conste la realización de exploraciones en aquellas tierras. Con la
intención de reclamar a la corona todo lo que había encontrado, el 10 de octubre
de 1513 arribó a Puerto Rico.
El retorno le tuvo que dejar un regusto agridulce.
No había hallado ni el legendario manantial, ni tampoco cantidades reseñables
de oro. Por si fuera poco, la hostilidad de los indígenas parecía ser bastante
más elevada que lo habitual hasta entonces. En cambio, desde un punto de vista más
positivo, Ponce se percató de que aquella supuesta isla de la Florida era mucho
más grande de lo que nadie había imaginado. Asimismo, sin ser consciente de
ello, había encontrado algo fundamental para los futuros viajes
intercontinentales en barco: en la costa oriental de Florida, navegando hacia
el sur, a pesar de que el viento soplaba de popa, sus carabelas no sólo no
avanzaban sino que retrocedían cada vez más. Fue entonces cuando advirtieron
que en aquella zona había una poderosa corriente que se dirigía hacia el norte.
Se trataba de la famosa “corriente del Golfo” cuyos efectos no son sólo
de índole náutica, ya que también tienen importancia capital para el clima global.
El ansiado título de adelantado de la Florida.
En 1514, Ponce de León retornó a España para
recibir su codiciada dignidad de adelantado, lo que implicaba que con sus
propios recursos podría explorar y gobernar todo lo que descubriese en su zona
de influencia. Gracias a ese nombramiento, por fin estaría legitimado para actuar
con autonomía, sin tener que rendir cuentas a gobernadores o virreyes como
Diego Colón.
Al nuevo adelantado se le encomendó la tarea de
conquistar la isla de Guadalupe y la de la Florida. Su misión era someter
aquellos territorios para que la corona pudiese establecer un dominio efectivo y
real sobre los mismos. Con esa intención partió hacia Guadalupe, donde se
enfrascó en una encarnizada lucha con los nativos, tras caer en una tosca
emboscada. Aquel contratiempo, además, supuso el fracaso del viaje.
Tuvo que aguardar hasta febrero de 1521 para
organizar una nueva expedición a Florida. Durante ese tiempo pudo analizar con
sosiego los fallos anteriores y tomar las medidas adecuadas para la próxima
empresa, que contó con doscientos cincuenta hombres y cuatro navíos. El
objetivo en este caso era constituir una colonia estable, por eso incluyó
bastante material para agricultura, así como todo lo necesario para erigir un
enclave en las islas Sanibel, situadas frente a la desembocadura del río
Caloosahatchee. Incluso algunos franciscanos se embarcaron con él para
evangelizar a los autóctonos que encontrasen por el camino. Mas al llegar hasta
la bahía donde pretendían fondear, los indios rechazaron a los españoles con ímpetu.
En el transcurso de la escaramuza, Ponce resultó herido por una de las temidas
flechas envenenadas. Ante aquel imprevisto, lo mejor era abortar la operación y
regresar a Cuba para que el adelantado se recuperase.
Las secuelas producidas por el flechazo no
pudieron ser atajadas a tiempo y, tras una larga agonía, fallecía en La Habana
en julio de 1521. Sus restos fueron trasladados hasta San Juan, en cuya
catedral reposan a día de hoy.
Después de décadas haciendo frente con gran esfuerzo
a una enorme cantidad de contrariedades, sin conseguir fijar una población estable
en aquellos vastos terrenos, entregaba su vida a Dios nuestro insigne paisano.
Al parecer, las dificultades debían ser tales que hasta 1565 Pedro Menéndez de
Avilés no pudo fundar un primer asentamiento permanente en San Agustín de la
Florida. Y esa ciudad, creada cincuenta y cinco años antes de que los
Peregrinos ingleses arribasen a bordo del Mayflower a las costas de Nueva
Inglaterra, es considerada a día de hoy como la más antigua de Estados Unidos.