COMUNICADO RED DESPERTA 1º DE MAYO

 


Desde el momento en que los sindicatos fuesen concebidos hace ya más de un siglo, se ha entendido el sindicato como una asociación de trabajadores cuyo objetivo es la defensa de los intereses profesionales, económicos y laborales de los asociados.

Fiel a dicha definición, debería ser el sindicato, por tanto, la herramienta natural de las personas para desarrollarse profesionalmente, garante de la estabilidad de los puestos de trabajo, representante de los trabajadores y de sus intereses.

Frente a esta definición, sufrimos hoy en día a los autodenominados “sindicatos de clase”, organizaciones con una marcadísima tendencia política mutable según los intereses de los partidos que los controlan, ahora también escuderos del globalismo, la ideología de género y la Agenda 2030. El eufemismo “de clase” significa que no representan a todos los trabajadores sino a una sola clase social, excluyendo a todos los demás trabajadores como si estos no se ganaran el pan con su trabajo o como si no fueran personas como las demás.

Estos sindicatos “de clase” nunca han representado realmente ni tan siquiera a esa clase social, que el marxismo pretendía enfrentar a las otras en su famosa lucha de clases. Se han dedicado más bien a la propaganda y el proselitismo político,  usando actualmente hasta la saciedad con los gobiernos (de uno u otro signo) pactos destinados a cambiar descaradamente liberados o subvenciones por paz social, completamente al margen del sentido de su existencia. Florecen incluso “sindicatos de estudiantes”, capitaneados por personas con edad de llevar ya la mitad de su vida laboral cumplida, en una aberración succionadora de prebendas y fondos del Estado. Es obvio que no puede haber sindicatos de estudiantes como tales, puesto que no siendo trabajadores no tienen un puesto de trabajo que defender. Obviamente, su existencia viene marcada por la necesidad de los gobiernos de tener controlada a una parte de la juventud a golpe de subvención.

En consecuencia y volviendo a la definición con la que hemos empezado, es necesario contextualizar dónde y cómo deben llevar a cabo su labor.

Los sindicatos son parte integrante de la Nación, no algo que exista al margen de ella y en pugna constante con la misma. Por tanto, deben estar impregnados de la sensibilidad suficiente para trabajar por una patria fuerte capaz de garantizar los derechos- frente a imposiciones de organizaciones o gobiernos extranjeros o a multinacionales o intereses ajenos al bien común de la nación: habida cuenta de que solo los ricos pueden permitirse el lujo de no tener patria, es imprescindible para defender los intereses de los trabajadores defender los intereses de su patria.

Los sindicatos, tal y como desde la Red Desperta los concebimos, deben ser independientes del gobierno o de las patronales, pero colaborador con ambos por el bien común cuando sea necesario. Capaces de ponerse enfrente de decisiones impuestas por la Unión Europea como elevar la edad de jubilación o acabar con el sistema de pensiones, por mucho que intenten convencernos de que son inviables: el dinero está, pero invertido en ideologías de género, en políticas separatistas o...en banquetes para líderes sindicalistas.

Los sindicatos como así sucede en otras naciones, deberían ser la punta de lanza que llevase a la movilización continua en la calle frente a toda una serie de pérdidas de derechos y de libertades, impuestas a través de determinadas élites globalistas que nadie ha votado y cuyo único fin es cargarse por completo la clase media y la soberanía nacional, con todo lo nocivo que supone para los trabajadores.

El estado, que debe velar por la seguridad de personas y familias, ayudándolas a conseguir su realización y bienestar, debe tener uno de sus principales apoyos en un sindicalismo que esté en esa misma sintonía, que sea capaz de trabajar al margen de ideologías, que no amenace con movilizaciones si no se riega con dinero público en un continuo chantaje, que sea capaz de liberar al trabajador incluso con la propia influencia del sindicato, promocionando cuando sea necesario cooperativas de productores, por ejemplo agrarios para defenderse de la rapiña de las distribuidoras, o de trabajadores  por cuenta ajena cuando se enfrentan al cierre de plantas o deslocalizaciones de grandes empresas. Deben ser capaces también de defender a los trabajadores por cuenta propia, desamparados ahora por ese sindicalismo “de clase” que solo busca servir otros intereses políticos, ajenos a toda la problemática por la que pasan miles de pequeñas y medianas empresas.

En definitiva, aspiramos a un sindicalismo que debe ser universal para todos los trabajadores, independientemente de si son de la pública o la privada, si son obreros o ingenieros, si son por cuenta propia o ajena. Todos son personas, todos producen, todos aportan al bien común. El sindicalismo del siglo XXI no debería, pues, enfrentar a las clases, a los sexos o a los diferentes entre sí, sino aunar esfuerzos en pro de la antedicha seguridad y bienestar de la persona, de sus intereses y sus derechos como trabajador.

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