Cuando el 12 de octubre de 1492, las tres naos castellanas (Pinta, Niña y Santa María) enviadas hacia las Indias por la Reina Isabel de Castilla, y capitaneadas por el Almirante Cristóbal Colón avistaron tierra navegando hacia el Occidente de la Mar Oceána, un nuevo desafío se alzó frente al ímpetu reconquistador castellano forjado a lo largo de ocho siglos de combate fronterizo frente al Islam invasor. Apenas hacía unos meses que había concluido con éxito la “Restauratio” de España con la gloriosa reconquista de Granada por los Reyes Católicos, y a ese pueblo forjado y valiente se le abría un mundo nuevo -que más adelante conoceríamos como Hispanidad- presto y necesitado para ser evangelizado, culturizado y hermanado bajo el gobierno; en un primer momento de la Corona de Castilla y luego de la Monarquía Católica Hispana. No cabe duda, que un proyecto como fue aquel de la conquista y evangelización del continente americano, y en los siguientes años de buena parte del mundo, sólo estaba al alcance en aquel momento de la muy bregada, leal y creyente raza española; y que algo de divino hubo de haber en que sucediese justo en ese momento, especialmente para gracia y provecho de los pueblos salvados precisamente por España de su ancestral salvajismo pagano.
Una vez consumada la
Conquista, se forjó bajo la autoridad de la Monarquía Española una ejemplar
unidad territorial, cultural y religiosa. Nunca en el mundo se había conocido
un Imperio tan grande y fructífero en todo; pero los constantes ataques de todo
orden por parte de las potencias europeas, los conflictos internos en la España
peninsular propiciados en buena medida por esos mismos enemigos, y sobre todo
la infección revolucionaria favorecida finalmente por la invasión napoleónica de
la península; terminó por destruir en buena parte de sus hijos los viejos
nobles principios propios del espíritu hispano, desangrándose de esta manera
fratricida el imperio y la propia metrópoli a lo largo de todo el siglo XIX.
Ya en el siglo XX, una
vez que -tras la pérdida de las provincias de Cuba y Filipinas- todo rastro físico del Imperio quedó perdido,
comenzó a surgir el concepto que hoy en día conocemos como Hispanidad. Así, fue
el político conservador Faustino Rodríguez-San Pedro, quien en el año 1913
propuso a través de la organización Unión Ibero-Américana que se instaurase la
“Fiesta de la Raza Española” el 12 de
octubre. En el año 1918, alcanzó ya en España el rango de fiesta nacional con
esa denominación. Misma denominación que se empezó a utilizar inmediatamente en
distintas repúblicas americanas, al sentir -así era en gran medida aun en aquel
momento- como propia esa gloriosa fecha. La idea de recuperar parte del legado
perdido entre pueblos hermanos iba de esta manera cuajando tanto en España como
en sus viejos territorios de ultra- mar.
No fue hasta el año
1931 en que se habló por vez primera del término Hispanidad, cuando Ramiro de
Maeztu, que había sido embajador de España en Argentina entre 1928 y 1929, abrió
la revista “Acción Española” con un artículo titulado “La Hispanidad”, que comenzaba así: “El 12 de octubre, mal titulado Día de la Raza, deberá ser en lo
sucesivo el Día de la Hispanidad”. No se oficializó este nombre hasta el
año 1958, cuando un decreto de la Presidencia del Gobierno del nueve de enero
estableció que “Dada la enorme trascendencia
que el 12 de octubre significa para España y todos los pueblos de la América
Hispana, el 12 de octubre será fiesta nacional, bajo el nombre de Día de la Hispanidad”.
Actualmente, la Ley 18/1987, establece que el 12 de octubre es la Fiesta
Nacional de España, pero lamentable y traicioneramente ha prescindido del
término Hispanidad. No obstante, el nombre ya forma parte del ideal común,
tanto de los españoles, como de todos los pueblos que a lo largo del orbe formaron
parte de la Monarquía Católica Hispana.
Hoy, frente a la
imposición del pensamiento igualitario, de las falsedades permanentes que se
vierten sobre nuestra gloriosa historia y de las traiciones de todo tipo,
especialmente graves las de aquellos que debieran por su cargo ser referentes. La Hispanidad en su
amplio sentido, se yergue como símbolo y esperanza del legado transmitido por las gloriosas gestas de
nuestra Patria, y de las que tantos tan orgullosos nos sentimos. Este año
precisamente, no debemos olvidar que se conmemora el quinto centenario de la
conquista del Imperio Azteca por parte del Capitán Hernán Cortés, así como de
la partida desde el Puerto de Santa María de la expedición -que capitaneada
primero por Fernando de Magallanes y concluida finalmente por el capitán guipuzcoano Juan Sebastián
Elcano-, se convirtió en la primera circunvalación alrededor del mundo. Dos
gestas inigualables que dan sentido en sí mismas a la Festividad de La
Hispanidad.
Celebremos sin
complejos nuestra identidad común, y roguemos para que la Virgen del Pilar y la
Virgen de Guadalupe, Reinas de la Hispanidad, nos ayuden a encontrar las
fuerzas que a veces parecen faltar, para continuar sirviendo humildemente a
Dios y a las Españas.
Asociación Cultural Tradicionalista Fernando III el Santo
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