Actual placa que recuerda el lugar donde reposan los restos mortales de Hernán Cortés |
Hoy pretendía responder por medio de estos renglones -tras escuchar en los últimos días una serie de opiniones y peticiones en las cuales se insultaba de manera explícita tanto a España como a nuestros hermanos mejicanos- al imbécil (1) que tiene actualmente Méjico por Presidente; pero no lo voy a hacer, pues tengo desde siempre muy arraigada
la máxima de qué “quién discute con un imbécil, se rebaja a la categoría de
dicho imbécil”.
El odio de este tipo de gente hacia lo propio,
asentado en la pequeñez derivada de su involución moral, actualmente se nos muestra cual plaga imparable que iguala de la peor manera posible tanto a millones de personas, como
en el caso que nos ocupa a dos pueblos hermanados por una historia plagada de
afanes muy superiores a los actuales, como son España y Méjico. Y esto es así desde que la
imposición política revolucionaria se adueñara de sus destinos hace ya casi dos
siglos. Si en España el ogro a batir
fue desde siempre el tradicionalismo; igualmente en Méjico, desde que la revolución masónica desvinculó Nueva España de la metrópoli peninsular, se ha utilizado la figura del Capitán Hernán Cortés como acaparador necesario
-dado que su figura es símbolo inequívoco
de la tradicional hispanidad mejicana- de los odios intrínsecos del
marxismo y la burguesía criolla hacia la Madre Patria.
Por todo ello, ahora que se cumple el Quinto Centenario de la llegada a Tenochtitlán de Cortés, justo es recordar las vicisitudes por las que desde el día de su muerte han pasado los restos del gigante extremeño; especialmente tristes los últimos dos siglos . Tras la inigualable
epopeya vivida durante la conquista de Méjico, el capitán castellano continúo sirviendo
lealmente a la Corona Española a lo largo y ancho del orbe en diferentes
contiendas, hasta que en el año 1547, agotado tras tan numerosos quebrantos, le
llegó la hora de rendir cuentas ante Dios en la localidad sevillana de
Castilleja de la Cuesta. Su última voluntad fue la de ser enterrado en el Monasterio de la Concepción de Coyoacán, que él mismo había sufragado en tierra
mejicana. Martín Cortés, hijo del conquistador extremeño, se dispuso de
inmediato a cumplir con la última voluntad de su padre; pero puesto que el
Monasterio de Coyoacán aún no se había terminado de construir, dispuso junto
con Alonso Pérez de Guzmán, Duque de Medina Sidonia, que Cortés fuese enterrado temporalmente en el sepulcro familiar que los Medina Sidonia tenían en la Iglesia de San
Isidro del Campo, sito en la localidad sevillana de Santiponce. Hubo que
esperar hasta el año 1566 para que los restos de Cortés llegasen hasta Nueva España, donde al
seguir el Convento de la Concepción en construcción, se dispuso enterrarlo momentáneamente
en la iglesia de San Francisco de Texcoco, donde ya se encontraban sepultados
buena parte de sus familiares. Posteriormente, y ya en el año 1629, los restos
de Hernán Cortés fueron trasladados hasta el convento de San Francisco de
Ciudad de Méjico, donde quedaron depositados en una pequeña arca de madera en el
altar mayor, cuya propiedad dependía del marquesado de Oaxaca, ostentado por
los descendientes del conquistador. Finalmente, en el año 1794, y
entendiendo que los restos debían de
estar en un lugar más apropiado para tan insigne figura, el Virrey de
Nueva España, Revilla Gigedo, decidió el traslado de los restos mortales del
héroe hasta la iglesia de Jesús Nazareno de Ciudad de Méjico, donde aún hoy se
conservan. Allí mismo, junto al sepulcro, se colocó una placa que decía: “Aquí yace el grande héroe Hernán Cortés,
conquistador de este reino de Nueva España, gobernador y capitán general del
mismo, caballero del orden de Santiago, primer marqués del valle de Oajaca y
fundador de este santo Hospital e iglesia de la Inmaculada Concepción y Jesús
Nazareno”. Pero no acabó aquí la historia, ya que en el año 1823, se
consiguieron salvar milagrosamente sus restos mortales del odio revolucionario -gracias al valor de algunos fieles- escondiéndolos
en el presbiterio de la iglesia hasta nada menos que
el año 1946, cuando fueron repuestos en el altar mayor, con una triste y
sencillísima placa que -además del escudo
del marquesado de Oaxaca- apenas explica al visitante en una escueta leyenda “Hernán Cortés. 1485-1547”.
Buen momento este, ahora que se cumplen 500 años de la
Conquista del imperio azteca por el capitán Hernán Cortés -quién con un ejército formado tanto por castellanos como por diferentes
tríbus indígenas, llevó gloriosamente la luz donde hasta entonces solo habitaba la
oscuridad, y todo ello en nombre de la Monarquía Católica Hispánica-, para que
el noble y leal pueblo mejicano, el que aún se mantiene fiel al ideal que
representa la Hispanidad, exija en este preciso momento que los restos mortales de Cortés sean
depositados definitivamente en un panteón acorde a la inigualable altura
histórica del conquistador castellano. En justicia, Méjico se lo debe al héroe de Medellín, y a su propia Historia, con la que tarde o temprano está condenado a reencontrarse.
Luis Carlón Sjovall
A.C.T. Fernando III el Santo
(1) imbécil: dícese de aquel que es poco inteligente, o se comporta con poca inteligencia.
(*) La Espada Lobera es una columna de opinión que la A.C.T. Fernando III el Santo pone a disposición de socios y colaboradores. Las opiniones en ella expresadas son sólo atribuibles a quien las firma.