Si la verdadera dimensión
política del Carlismo ha sido siempre ignorada o tergiversada y su importancia
histórica minimizada y olvidada, como podríamos pretender que la España oficial
de hoy se acordase de aquella multitud de héroes que, durante más de un siglo,
dieron su sangre por sostener unos ideales tan distantes en todos los aspectos
del nihilismo que hoy nos domina. Pero para eso estamos nosotros, humildes
herederos de aquellos paladines de la Fe, por lo menos para recordarlos. Y hoy
lo haremos sacando a la luz los nombres de algunos de esos campeones de la
Tradición nacidos en tierras palentinas y dedicando unas líneas a uno de ellos,
ejemplo ahora de todos los demás.
Seguramente el carlista palentino
más conocido haya sido el catedrático de la Universidad de Barcelona, Diputado
a Cortes y jefe-delegado de la Comunión Tradicionalista Matías Barrio y Mier.
Menos conocido es quien fuese concejal del ayuntamiento palentino José María
Grajal Ataz o el periodista Pantaleón Gómez Casado. Tampoco el brigadier y
héroe de la guerra de la Independencia Juan Antonio Soto Herrera, que no pudo
llegar ni tan siquiera a combatir en la primera carlistada, pues preso en sus
albores falleció en una cárcel madrileña. Ni los héroes de la primera guerra
Victoriano González Vinuesa, Pedro Nozal del Barco y Antonio Villalobos
Villalobos o los de la tercera Esteban Herrero García y José Grajal Ruiz, de
los que ahora no diremos nada más ya que esperamos dedicarles un recuerdo más
extenso en este mismo foro en sucesivas entregas y puesto que el hombre al que
hoy tributamos especial recuerdo es Epifanio Carrión Gómez.
Lo primero es dejar anotado que
Epifanio, que haría famosos sus apodos de “Villoldo” y “Cherín”, nació en Frómista
el día 7 de abril de 1806. Poco podemos decir de los primeros años de su vida,
solamente que sus padres se llamaban Julián y Bárbara y debieron darle, como
entonces era normal, una educación profundamente cristiana. No lo especifica su
hoja de servicios obrante en el Archivo General Militar de Segovia, pero debió
combatir y seguramente a las órdenes de Jerónimo Merino, en la última fase de
la guerra de la Constitución en 1823 en defensa de los derechos de Fernando
VII, pues con ese año se identifica su expediente segoviano a pesar de su
minoría de edad. Acabada aquella contienda debió regresar, como la mayoría, a
su casa, pero seguramente ya adquirido el gusto por la carrera de las Armas. Y
así en su hoja de servicios consta que con fecha 21 de mayo de 1824, recién
cumplidos los 18 años, sentaba plaza como soldado en la Guardia Real
Provincial. Allí ascendería a cabo 2º (15 de abril de 1825) y a cabo 1º (1 de
junio de 1826), sirviendo hasta el día 30 de enero de 1830 cuando se le dio la
licencia absoluta. Poco tiempo, sin embargo, podría disfrutar de la paz del
hogar, pues la deriva, más que doctrinal existencial, en la que se encontraba
entonces nuestra patria exigía el compromiso de los más decididos para salvar
los pilares que sustentaban la monarquía española, cuya defensa personificaba
entonces Carlos María Isidro, proclamado Carlos V por sus seguidores. Y
Epifanio respondió, como muchos otros palentinos, como muchos otros españoles y
acudió en su defensa. Sabemos que se unió el día 14 de octubre de 1833 a las
tropas que mandaba el teniente coronel Santiago Villalobos, donde dada su
experiencia militar, sería reconocido como alférez con la antigüedad de su
presentación.
Villalobos, nacido en
Valderredible, había recibido el encargo de sublevar las comarcas situadas a
ambas orillas del curso alto y medio del Pisuerga, y para ello cabalgó
incansablemente de un pueblo a otro hasta reunir cerca de 7.000 infantes y 200
jinetes que, sin embargo, carentes de organización e instrucción no pudieron
resistir el día 11 de noviembre el ataque de la columna mandada por el general
conde de Armíldez de Toledo, entre la actual Cubillo de Ojeda y Perezancas. La
vanguardia de las escogidas tropas del conde, el 4º regimiento de infantería de
la Guardia Real, dos escuadrones del regimiento de cazadores a caballo de la
misma Guardia reforzados por los dos batallones del regimiento provincial de
Chinchilla mandado por el barón del Solar de Espinosa, dispersaron
completamente a los hombres de Villalobos, que con sus jinetes se refugió en
Valderredible. Desde allí, el día 14, marcharía a Medina de Pomar a recibir
instrucciones del canónigo y brigadier vizcaíno Juan Miguel Echevarría, su
inmediato superior. En la tarde del día 15, Villalobos y los suyos dejaban
Medina de Pomar para regresar a Valderredible. Allí conocerían la derrota y
prisión de Echevarría el día 16. Derrota a la que habría que sumar la sufrida
por el cura de Villoviado, Jerónimo Merino, el 13 en Villafranca de Montes de
Oca. No les quedaba otra opción que esperar al abrigo de aquellos valles y
sierras la evolución de los acontecimientos. A finales de aquel mes de
noviembre, también llegarían a aquellas tierras el cerverano Ignacio
Alonso-Cuevillas, brigadier que había mandado el llamado ejército Real de La
Rioja y al que había pertenecido Villalobos, que se retiraba hacia Portugal al
frente de sus jinetes y al que ya se había unido Gabriel del Moral, natural de
Tornadijo, que también había podido reunir unos cuantos caballos. A pesar de la
deserción sufrida todavía reunían entre todos unos 350 hombres, con los que se
dirigieron al país vecino donde se encontraba D. Carlos.
Por lo que sabemos,
atravesando la provincia de Palencia por el norte marcharon hasta la de León,
para bajar luego hasta la de Zamora, pasando por las de Valladolid y otra vez
la de León, haciendo jornadas de 55 a 60 km diarios. No hemos podido conocer su
itinerario exacto, pero sí que en la madrugada del día 1 de diciembre llegaron
a Sahagún, donde intentaron entrar, sin conseguirlo, debido a la resistencia
encontrada en la Milicia Urbana de aquel pueblo. Se dirigieron luego a Grajal
de Campos, unos pocos kilómetros al sur. Desde allí sabemos que siguieron el
curso del río Cea, pasando por Mayorga, donde según los partes liberales
llegaron la mañana del día 2 de diciembre todavía unos 250 hombres montados.
Noticia que le llegó inmediatamente a Carlos Tolrá, coronel jefe del regimiento
de Borbón, 17º de línea, que a toda prisa se puso en marcha para perseguirlos.
Tolrá, conseguiría interceptarlos en la madrugada del día 3, en las cercanías
de Fuentes de Ropel cuando se dirigían
al puente que hay sobre el río Esla, en Castrogonzalo. Sorprendidos, los
carlistas se dispersaron perseguidos por los cristinos. Las bajas carlistas
ascenderían, según los partes oficiales a 14 muertos, no sabemos cuántos
heridos hubo y de los apresados no se conocen datos exactos, porque su número
se fue incrementando a lo largo de los días siguientes, pues los menos lo
fueron durante el encuentro y los más, los hicieron los hombres de Tolrá
durante su persecución y las autoridades de los pueblos por donde pasaron los
que iban retirándose en pequeños grupos. “Cuevillas” con tan solo 14 hombres
conseguiría cruzar el Esla y seguir a Portugal, donde entrarían entre los días
6 y 7 de diciembre.
El grueso de las
fuerzas, se agruparía en torno a Villalobos, Moral y Francisco Vivanco, que
conseguirían reunir unos 130 hombres, que el día 4 de ese mes de diciembre,
entraban en Saldaña. Allí discutieron que debían de hacer, sin llegar a ponerse
de acuerdo. Salieron a las 11 de la noche de ese mismo día de Saldaña,
siguiendo hacia el norte, hasta llegar a Prádanos de Ojeda, donde se tropezaron
con un destacamento de 60 infantes y 14 caballos, al que trataron de eludir,
pero que les persiguió tratando de evitar que cruzaran el Pisuerga, aunque tan
sólo consiguieron hacerles dos prisioneros entre los que se rezagaron. Luego,
optaron por separarse, marchando Villalobos y los que le seguían nuevamente a
Valderredible, donde volverían a ocultarse el resto del invierno.
Llegada la primavera de 1834
saldrían nuevamente a campaña. Las primeras noticias que tenemos sobre ello nos
las proporciona la Gaceta de Madrid
recogiendo un oficio enviado por el comandante general de Burgos, entonces
Ramón Gómez de Bedoya, en el que informaba que Villalobos “vagaba” por Peña
Amaya y La Lora con “20 montados”. No sabemos si aquel número era real, pero si
es fácil deducir que entre ellos estaba Carrión, pues en su hoja de servicios
su ascenso a teniente de caballería lleva fecha de 14 de abril de 1834, por lo
que tampoco tenemos duda alguna de que también había sido uno de los
protagonistas de todas las peripecias narradas hasta ahora. Las siguientes
noticias sobre aquellos hombres se limitarían a incidir en la continua
persecución que se les hacía, con hazañas tan memorables como la prisión de la
mujer de Villalobos.
Pero a pesar de la propaganda, no es difícil deducir que aquellos hombres
hacían algo más que “vagar” por aquellas comarcas, entraban en los pueblos,
donde recogían caballos, dinero, pertrechos y hombres, y seguramente derrotaban
a más de una guarnición, pues solamente así se explica que saliese en su
persecución el marqués de Campoverde, coronel jefe del regimiento provincial de
Granada. Y si hemos de hacer caso a sus oficios, hemos de reseñar que
finalmente conseguiría alcanzarles, eso al menos aseguraba en el enviado desde
Soncillo el día 21 de octubre, en el que informaba:
“Esta
tarde a las tres, he logrado alcanzar al cabecilla Villalobos en el pueblo de
Ahedo de las Pueblas; he conseguido dispersarle toda su facción y dejar en el
campo 40 muertos, habiéndome apoderado de 49 prisioneros, mañana daré a V.E. los
detalles, en cuyo día salgo para Reinosa, pues dará la vuelta por allí para
volver a sus guaridas”.
Muchos nos parecen los muertos,
pero este parte, independientemente de sus exageraciones y ocultación de bajas
propias, de lo que no deja lugar a dudas, es sobre el crecimiento de aquella
partida, a la que en realidad debería ya considerarse no solo un escuadrón sino
dos, puesto que se le atribuían unos 150 caballos y eso, a pesar de que en
cualquier escaramuza en la que participaba perdiese siempre unos 50 hombres, lo
que demuestra que los partes de los liberales mentían o aquellos hombres resucitaban
continuamente.
En cualquier caso, será otra vez la hoja de servicios de nuestro protagonista
la que nos vuelva a confirmar su presencia en aquellos encuentros, pues con
fecha 2 de noviembre de 1834, era ascendido a capitán de caballería.
Como tal, ya al frente de su
compañía, empezaría a tener protagonismo y su nombre y apodos a ser muy
conocidos. Intentaremos comprobarlo. Para ello transcribiremos primero las
primeras líneas de un oficio de 20 de febrero del capitán general de Castilla
la Vieja, José Manso, a Madrid. Informaba:
“Con
sumo sentimiento participo a V.E., que según el parte que traslado por separado
del comandante militar de Palencia, los cabecillas Arroyo y Villalobos entraron
antes de ayer por la mañana en la villa de Saldaña, de donde se llevaron 170
fusiles de los Urbanos, un cañón que éstos tenían, 10.000 cartuchos y una
arroba de pólvora suelta”.
En la misma comunicación se
reconocía que aquellos jefes carlistas, encabezados por Villalobos y José María
Arroyo, jefe entonces de los castellanos que combatían en Vizcaya, sumaban unos
500 hombres. Pero nos interesa subrayar que en esa misma noticia, cuando fue publicada
en Palencia, se citaba expresamente
entre los jefes reunidos a “Villoldo”. No cabe duda de que aquella operación,
consumada en la mañana del día 18 de febrero, había sido un éxito y sin duda
importante. Ciertamente no les duraría mucho la alegría a los carlistas, que al
día siguiente se vieron atacados en Guardo por la columna mandada por el
brigadier Manuel Barrionuevo, que conseguiría recuperar gran parte del material
del que se habían apoderado en Saldaña, pero haciendo caso a su despacho tras
un duro combate en el que los carlistas perdieron, como no, más de 40 hombres. Lo que sí parece
absolutamente cierto es que tras aquel combate se dividieron, algo normal en el
tipo de guerra que estaban obligados a hacer, perseguidos siempre por tropas
más preparadas y numerosas. El siguiente oficio de Manso parece demostrar tanto
la división anunciada y que Carrión ya mandaba su propia partida o compañía.
Era de 28 de febrero e informaba:
“(…) el
coronel D. Benito Losada, jefe de una de las columnas que persiguen las
facciones de Villalobos y Arroyo, manifiesta que habiendo avistado a media
legua del pueblo de Cornoncillo la gavilla que capitaneaba el infame Villoldo,
les cargó en su precipitada fuga, consiguiendo darles alcance en el páramo de
Valcaba o Corral del Consejo; resultando quedar en el campo 8 muertos y uno
prisionero, cogiéndoles 7 caballos, varias armas y otros efectos”.
Como era comprensible, las
noticias que recogía el órgano oficial del Gobierno solamente referían aquellas
que les eran favorables o fáciles de manipular, estaban en guerra y la
propaganda forma de ella. ¿Habrían publicado su entrada en Saldaña sino
hubiesen compensado aquella derrota de forma inmediata en Guardo?, seguramente
no. Por eso estamos convencidos de que aquellos hombres obtuvieron más de éxito
en su guerra de guerrillas. No era posible que se hubiesen mantenido sobre el
campo durante tantos meses solamente cosechando derrotas. Pero solamente
podemos conocer aquellos encuentros cuya noticia se publicó y a ellos debemos
referirnos. El siguiente que conocemos fue una pequeña escaramuza sostenida por
Carrión el día 15 de ese mes en las ventas de <>, que
entendemos Becerril del Carpio, contra un pequeño destacamento mandado por el
alférez Juan Losada, en el que, si hemos de creer lo dicho en su despacho,
habría muerto uno de los carlistas que además habrían perdido dos yeguas. Y habría que esperar
hasta el mes de junio para encontrarnos con otro combate protagonizado por
Carrión, aunque esta vez fuese contra la columna mandada por el coronel Manuel
Fernández Reina. Se daría el día 2 de aquel mes y en Cañizar de los Ajos y en
su despacho el jefe cristino reconocía que había tenido que combatir durante
hora y media para poder hacer 9 prisioneros y coger a su enemigo 5 caballos. No hay más. Pero
insistimos, esto no demuestra el fracaso de aquellos hombres sino todo lo
contrario, pues significa que no habían sido alcanzados y derrotados a pesar de
la persecución que se les hacía. Prueba de esa persecución constante,
fracasada, es la anotación hecha en su Diario
por el mariscal carlista José de Mazarrasa, de Navajeda, y correspondiente al 2
de junio, en la que escribía:
“(…) se
dijo [en el cuartel real] que don Santiago Villalobos estaba sufriendo en
Castilla una atroz persecución de una columna de más de dos mil hombres”.
Anotación que también subraya
la fama adquirida por ellos en el cuartel real carlista y su preocupación por
ellos, confirmada por el hecho de que Zumalacárregui hubiese enviado para apoyarles
al brigadier menés Francisco Vivanco y al coronel hormeño José María Arroyo. En
cualquier caso, ya fuese por la persecución a la que estaban sometidos o porque
se estimó de interés su presencia en el Ejército dirigido por D. Carlos, tan
necesitado de buenos jinetes, fueron llamados para que se incorporasen a él.
Sabemos que Villalobos al frente de “130
caballos” se presentó “al ponerse el
sol” del día 10 de agosto de 1835 al rey carlista, que ocasionalmente se
encontraba en Puentelarrá, porque aprovechando el repliegue de las fuerzas
cristinas había querido avanzar hasta la frontera de Castilla al frente de una
fuerte división de siete batallones y tres escuadrones, reforzados luego por
otros tres batallones. Las informaciones ahora
se amontonan, pero debemos resumirlas anotando que los jinetes de Villalobos,
que sería ascendido a brigadier, pasarían a constituirse en uno de los escuadrones,
luego regimientos, de caballería del Ejército Real del Norte, concretamente el
3º Provisional,
entre cuyos capitanes estaba, sin lugar a dudas, Epifanio Carrión.
En aquellos días, asistieron a
la escaramuza que tuvo lugar en Medina de Pomar el día 21 de septiembre y el 22
de octubre quedaron encuadrados, con todos los castellanos, en la 3ª división
del Ejército a cuyo frente se puso al brigadier Miguel Gómez. Asistirían al
combate que tuvo lugar en las cercanías de Estella el 16 de noviembre; y ya en
1836 a las batallas de Mercadillo de Mena el 11 de febrero y Orduña el 5 de
marzo. Pero sin lugar a dudas, la mayor empresa en la que se vería involucrado
sería en la expedición que dirigiría el ya mariscal andaluz Miguel Gómez. Formada
por todas las fuerzas castellanas del Ejército Real del Norte, menos el 1º de
Castilla que entonces acompañaba al cuartel real, saldría el día 26 de junio de
aquel año de 1836 de Amurrio para regresar a Orduña, tras recorrer la península
de norte a sur y de sur a norte, el 19 de diciembre. No podemos afirmarlo
fehacientemente, pero estamos seguros que también estuvo en la que mandó el
navarro Juan Antonio Zaratiegui, que con el objeto de apoyar a la expedición
Real, que llevaría a D. Carlos a las puertas de Madrid, saldría, inicialmente dividida
en dos cuerpos que se reunirían ya en Castilla. Carrión, como capitán del
escuadrón llamado “Cántabro” y que mandada el toresano Bernardo Alonso Gago, lo
haría el día 20 de julio de 1837 de Amurrio. Esta expedición, a la que
esperamos dedicar un próximo trabajo, controlaría gran parte de Castilla la
Vieja y concluiría con su regreso al Norte, unida a los restos de la Real, el
día 26 de octubre de ese mismo año por Arciniega. E indiscutible, es su
participación en la expedición que dirigió el madrileño conde Ignacio de Negri,
que salió el día 14 de marzo de 1838 de Orduña ahora ya mandando el escuadrón
“Cántabro”. También es cierto que en la madrugada del día 20 de marzo, en
Quintanas de Hormiguera, Merino se separó con dos escuadrones de Negri, uno de
ellos el “Cántabro”, para dirigirse a la comarca de Pinares en un plan
combinado de actuación con el jefe expedicionario. Siguiendo ese mismo plan
Carrión, se separaría de Merino a primeros de abril en Quintanar de la Sierra
para regresar con su escuadrón a la montaña palentina. Escribiría Pirala:
“El día
1 de abril de 1838 de este año de 1838 mandó el conde de Negri a don Epifanio Carrión (a) Villoldo, y a don Modesto de Celis, se establecieran con la
corta fuerza de su mando a la derecha de Castilla, con el doble objeto de
recoger los dispersos y rezagados procedentes de su división y entretener
algunas de las fuerzas liberales que la perseguían. Tuvieron algunas jornadas
trabajosas, se presentaron el 10 ante el destacamento de Canduela sin
resultado, se dirigieron a Perazancas donde rindieron a una pequeña partida, y
proyectaron sorprender a la guarnición de Cervera del Río Pisuerga
interesándoles abastecerse allí de herraje y de otros utensilios que
necesitaban. Vistiéronse algunos carlistas con los uniformes de los prisioneros
de Perazancas y se presentaron en la villa sin inspirar sospechas, hasta que al
intimar la rendición a la descubierta que salió a reconocerlos, se trabó una
escaramuza, y aumentados los carlistas hicieron éstos prisionera a la avanzada,
apoderándose de algunas armas y efectos.
El 15
se dirigieron a Villadiego, y sabedores de que unos 50 provinciales de Granada
y 10 caballos francos de Burgos se hallaban en Basconcillos del Tozo, pelearon
con ellos, les obligaron a encerrase en las casas, las prendieron fuego y
tuvieron que rendirse por salvar la vida.
Los
siguientes días con el objeto de llamar la atención de algunas fuerzas de las que perseguían a la división expedicionaria,
se acercaron a los pueblos y villas de Campos, hasta que el 26 les ordenó el
conde de Negri incorporársele para proteger el paso de las calzadas que se
hallan desde Aguilar de Campoo a la sierra, y llegaron a tiempo de participar
de la acción del 27. Después de ella, el
general don Fernando Zabala les ordenó le acompañasen en su marcha a las
Provincias, que lo ejecutó pasando el Ebro por Polientes, en cuyo pueblo
pernoctaron Carrión y Celis, cumplido ya su objeto de poner en salvo a Zabala,
llamando desde allí la atención de la guarnición de Soncillo”.
En el desastre, que se llamó de
La Brújula, los cristinos hicieron más de 2.000 prisioneros, prácticamente toda
la división de Castilla, salvándose unos centenares que el general vizcaíno
Fernando Zabala, con la protección de Carrión, consiguió devolver al Norte y unos
doscientos caballos que a las órdenes del conde de Negri pudieron llegar al
Maestrazgo. Cumplida esta su última misión para con Negri, los hombres de
Carrión y Celis se quedaron solos en el norte de Castilla. Escribía Pirala a
continuación que entonces:
“Los
carlistas se vieron acometidos entonces por más de 100 liberales, les hicieron
frente y se trabó una pequeña acción con pérdida por ambas partes.
El 13
de mayo pernoctaron en la villa de Prádanos de Ojeda, con toda su fuerza, que
eran unos 150 infantes divididos en tres compañías al mando del comandante don Agustín Rey; y dos escuadrones que
los componían 130 lanceros y 34 tiradores. Por Recueva de la Peña, se
aproximaron a Cervera provocando a la columna de Carande (Manuel), con la que
se trabó una escaramuza en la que fueron tomando parte la caballería e
infantería con vario éxito. El 17 sorprendieron a algunos nacionales en
Saldaña, y después de hacer nuevas correrías en la parte de Campoo,
retrocedieron el 25 a la villa de Cervera del Río Pisuerga. Al saber que
reunidos Carande, Padilla y otros procedentes de León trataban de atacarles, se
retiraron los carlistas por su izquierda, rebasando el Ebro y apoyándose sobre
el valle de Valderredible. Después de una marcha de ocho leguas llegaron a
Polientes, disponiendo se les reuniese aquí la infantería que operaba en el citado
valle.
Sabedores
de que Nalda (Tomás), con la mayor parte de la guarnición de Villadiego y otras
fuerzas, se proponía atacarles, formaron el proyecto de caer sobre la villa
casi desguarnecida, y favorecidos por la oscuridad de la noche, la escalaron,
venciendo después la resistencia de sus escasos guarnecedores, que detuvieron
sus disparos al ver sus mujeres y familias colocadas delante de los carlistas,
de cuyo ardid y del incendio se valieron éstos para hacerles capitular a
condición de quedar los urbanos en sus casas y no volver a tomar las armas.
Nalda corrió entones al encuentro de sus enemigos, y a consecuencia de una
marcha forzada, les dio alcance en Cervera, trabándose una reñida acción en la
que ambos combatientes experimentaron pérdidas”.
Emplearía luego el historiador
madrileño una de sus habituales artimañas para disminuir el arraigo del
Carlismo en Castilla, pues tras reconocer que aquellas pérdidas “no eran tantas para los carlistas que
disminuyera su número, creciente cada día por los nuevos reclutas que recogían
de grado o por fuerza”, aseguraba que muchos de
los que se les reunían lo hacían para “vengar
resentimientos, causar tropelías y llevar una vida vandálica”. Como decíamos, una clara
muestra de su imparcialidad, que no le debió parecer suficiente, pues a
continuación se empañaría en tratar de demostrar los “excesos” que cometían
aquellos hombres, relatando el siguiente episodio:
“Sorprendida
el 6 de junio Villada, de la provincia de Palencia, por la caballería de
Carrión y Celis, se apoderaron de los caballos y fondos públicos, exigiendo
además un tercio de contribuciones. Residía temporalmente en la villa el
hacendado de la misma don Lino de Cosío, cuyas opiniones liberales y el haber
servido su cada alguna vez de alojamiento al conde de Luchana le hicieron
objeto de la saña enemiga, y además de exigirle 4.000 reales que satisfizo, y
de obligarle a alimentar a los jefes y a sus ayudantes, a quienes agasajó con
su natural finura, le impuso indebidamente el ayuntamiento 16.000 reales para
completar los 40.000 pedidos por los invasores, y sin previo aviso se le
presentó un regidor con un piquete, que abusando de su fuerza, procedieron
todos como conquistadores, ocasionando su indigno proceder la muerte de la
joven esposa de Cosío, embarazada de una niña que dio a luz poco antes de morir
victima de nuestras contiendas políticas, cuando por huirlas y la triste suerte
de su opulento padre se había retirado a Villada”.
Una desgracia, sin duda, y cuyo
relato no hemos querido omitir, en la que los hombres de Carrión tuvieron una
indirecta participación, puesto que el autor reconoce que fue el Ayuntamiento
el que cargó sobre aquel infortunado padre un impuesto que no le correspondía y
que fue un regidor de ese consistorio quien fue a exigírselo. Por cierto,
también hay que deducir que la muerte debió ser accidental y dejar claro que la
exigencia de contribuciones por parte de los carlistas era tan legal para ellos
como entendían los cristinos que eran las suyas, pues al fin y al cabo todo
dependía de quien se entendiera como rey legitimo de España y por tanto la justicia
de sus leyes. Para nosotros, al menos, el intento de desprestigiar a aquellos
hombres resultó infructuoso, viéndose obligado a continuación Pirala a
reconocer que:
“Siguieron
Carrión y Celis sus excursiones, sacando de ellas abundante botín, se batieron
el 20 en los campos de Salazar, partido de Villadiego, con Nalda, Calanda y
Losada, rescataron después 11 prisioneros de Negri, pasaron a Herrera de
Pisuerga, y perseguidos con más éxito, sus correrías no les fueron tan
favorables, si bien no dejaron de conseguir algún lisonjero resultado en Almanza,
Valderrueda, Pedrosa de la Vega, Riaño y Sahagún, haciendo aquí prisionero al
comandante de carabineros don Manuel Carande con 70 infantes y 36 caballos.
Pero fueron llamando la atención de los liberales estos sucesos, y
persiguiéndoles con actividad los redujeron poco a poco hasta obligarles a
internarse en las Provincias, que eran su puerto de salvación”.
Qué forma de adulterar los
hechos. Llamar “algún lisonjero resultado” a la derrota y prisión de Carande y
todos sus hombres, nos parece sencillamente un grave exceso de Pirala. Debemos aclarar por tanto, que el
comandante de Carabineros de la Real Hacienda de Palencia, Manuel Carande,
había sido sorprendido y derrotado por Epifanio Carrión en la noche del día 17
de septiembre en Sahagún, siendo apresado, como decíamos, no solo el comandante
Carande, sino también el destacamento de carabineros y la compañía de urbanos
que le acompañaba.
Pero es que tampoco es verdad que se dirigieran a las Provincias por la
persecución que se les hacía, sino porque se unió a Merino que regresaba al
Norte después de haber combatido a las órdenes de Cabrera en la defensa de
Morella. Veamos otra noticia que, de forma bastante realista nos relataba lo
sucedido:
“El
cura Merino y Carrión con la fuerza de 2.000 infantes y 300 caballos han pasado
en la mañana de hoy [22 de septiembre] por el valle de Montija, y sin que nadie
les diga nada se han dirigido a Mena y acantonado en las inmediaciones de
Balmaseda, a donde esperan a su rey; las pocas tropas que tiene disponibles
este cuerpo de ejército se pusieron en movimiento la noche anterior, y creyendo
que era solo Carrión con 300 hombres de todas armas el que pasaba, se habían
dirigido a ocupar los puntos por donde debía verificar su paso para las
Provincias; pero habiendo tenido noticia de la reunión de éste con Merino, que
tuvo lugar en el valle de Soto-cuevas y pueblo de Quisicedo, a corta distancia
de éste, a las once de la noche del 21, las tropas se replegaron, a fin de
evitar una desgracia…”.
Corroborando aquellos
hechos, en el Boletín oficial
carlista se recogería la siguiente información:
“El
día 23 llegó al Cuartel Real el general Merino, dejando en Artieta y otros
pueblos sus fuerzas, compuestas de 4 batallones, 300 caballos, y además los del
comandante Carrión que se le ha reunido, escoltando a Carande y a los demás
prisioneros que han pasado ya para el depósito”.
También Mazarrasa confirmaría
todos estos datos en su Diario.
Pero es que además sabemos, que Carrión “escoltaba
doscientos cincuenta infantes y cuarenta soldados de caballería prisioneros”.
Posiblemente no todos habían sido apresados por nuestro protagonista, siendo
muy probable que muchos lo hubiesen sido por Merino, pero no cabe duda de que
aquel regreso no era el de unos hombres abatidos por el fracaso, sino el de unos guerreros que
marchaban a recoger los laureles de su triunfo. Merino recibiría su tercera
Cruz de San Fernando y Carrión la primera, y su ascenso a comandante de
escuadrón con antigüedad de 14 de septiembre.
De hecho, la fama del
de Frómista y los suyos era tanta, que cuando casi de inmediato se planteó en
el estado mayor carlista el regreso de los castellanos a combatir al otro lado
del Ebro, se suscitó una agria disputa entre Rafael Maroto, entonces jefe del
ejército carlista y el brigadier Juan Manuel Martín de Balmaseda, quien por
entonces había adquirido justa fama de ser casi invencible. Maroto quiso que
Carrión y Celis marchasen a las órdenes de Merino en una operación en la que el
de Fuentecén les debía servir de apoyo. Balmaseda que no solo no quería estar
bajo las órdenes de Merino, sino que además entendía que los escuadrones de
Carrión y Celis le debían estar subordinados, conseguiría que D. Carlos los
pusiera a su servicio, aunque en una operación en la que debía combinarse con
el cura de Villoviado. Merino cumpliendo las órdenes recibidas regresaría a
Castilla, pero Balmaseda, al menos en aquella ocasión, no llegaría a cruzar el
Ebro, según Maroto por decisión miserable del burgalés, mientras que según
Balmaseda porque Espartero se lo había impedido.
El de Fuentecén, que no gozaba de las simpatías de Maroto, terminaría por ser
encarcelado y nuestro protagonista siendo enviado a combatir a Castilla, eso
sí, agraciado ya con el grado de teniente coronel con antigüedad de 31 de enero
de 1839. Y allí seguiría combatiendo, habiendo quedado noticias de su entrada
en Sedano (28 de febrero de 1839) y Santa Cruz del Tozo (1 de marzo de 1839).
Cabalgaba por el norte castellano al frente de 150 jinetes cuando recibió una
copia del Convenio de Vergara al que, viéndose solo, decidió acogerse, lo que
haría en Villavega donde se puso a disposición del comandante general cristino
de Palencia, pasando a Herrera de Pisuerga y luego a Burgos. Figuraba entonces
en el organigrama carlista como jefe del escuadrón de la Princesa (antiguo
Cántabro) perteneciente a la división de Castilla.
Siguiendo ahora su
hoja de servicios, podemos asegurar que de acuerdo a lo establecido en el
Convenio de Vergara quedó, con fecha de dicho Convenio, incorporado al arma de
Caballería en clase de excedente con licencia ilimitada. El 21 de diciembre de
aquel año de 1839 fue destinado al regimiento de Castilla, en clase de
supernumerario y a disposición del capitán general de Castilla la Vieja y del
comandante general de Palencia, a quien a principios del año siguiente
descubrió varios depósitos de municiones y otros efectos de guerra, servicio
por el que mereció “las gracias” del capitán general. Algo que entendemos no le
podemos reprochar, puesto que en aquellos momentos creía extinguida la guerra
para siempre. Con fecha 2 de septiembre de 1841, se le revalidaría el empleo de
comandante de escuadrón y el grado de teniente coronel de caballería, además de
la Cruz de San Fernando de 1ª clase que había obtenido en el ejército de D.
Carlos con la antigüedad del Convenio (31 de agosto de 1839). El 1 de octubre
de 1843, regresaría al servicio activo para pasar el 16 de febrero de 1844 a la
situación de reemplazo a disposición directa del inspector general del Arma.
Sin embargo, la generalización del levantamiento carlista en Cataluña que daría
lugar a la segunda guerra o de los “Matiners”, provocó la salida al campo de
pequeños grupos y conspiraciones a lo largo y ancho de toda la geografía
española. A Carrión se le involucró en uno de esos planes en el que al parecer
estaban implicados varios oficiales en situación de reemplazo procedentes del
Convenio, lo que dio lugar a la correspondiente sumaria en la que finalmente
nada se le pudo probar, pero que motivó que, con fecha 25 de mayo de 1848, se
ordenase al capitán general de Castilla la Vieja su vigilancia. Pero nada
extraño debieron apreciar en su conducta, pues el 18 de agosto de 1849 se le
nombró comandante militar del cantón de Astudillo, bien es cierto que, el 15 de
diciembre de ese mismo año, se le separó de dicho servicio para regresar a la
situación de reemplazo. En dicha situación se encontraba, cuando por motivo del
nacimiento de la hija primogénita de Isabel (II) María Isabel,
por gracia general, se le concedió el grado de coronel con la fecha de dicho
natalicio, 20 de diciembre de 1851. El 4 de diciembre de 1852 pasaría destinado
al cuerpo de Estado Mayor de Plazas, donde con antigüedad de 5 de diciembre de
ese año recibiría la Cruz de San Hermenegildo, siendo nombrado el 18 de agosto
de 1853, sargento mayor de la plaza de Valladolid, destino que desempeñó hasta
el 5 de septiembre de 1854 cuando fue declarado excedente. Situación en la que
se encontraba cuando, con fecha de 31 de octubre de 1854 se le ascendió a
coronel de infantería conforma al decreto de 11 de agosto de ese año. Ascenso
que entendemos requiere una breve explicación.
El 7 de julio de 1854, el general en jefe
del Ejército, Leopoldo O'Donnell, apoyado por el general Domingo Dulce, se
pronunciaba contra el Gobierno en las cercanías de Madrid. Contra ellos saldría
de Madrid el entonces ministro de la Guerra, Anselmo Blaser. El encuentro tuvo
lugar en las cercanías de Madrid, en Vicálvaro, en el que tras un combate simulado, que se conoció como “la Vicalvarada”, ambos
generales se retiraron a la espera de una solución pactada que se concretaría
en el llamado “manifiesto de Manzanares”, redactado por Antonio Cánovas del
Castillo, que daría paso al gobierno de Espartero, en el llamado “Bienio
Progresista”, en el que O’Donnell ocuparía el ministerio de la Guerra. El 11 de
agosto, se publicarían varios decretos, entre ellos el de convocatoria de Cortes
y los ascensos de todos aquellos militares que habían apoyado la medida.
Sin embargo, unos meses después, se implicaba en el
levantamiento carlista que, en el mes de mayo de 1855, protagonizaban varios
jefes castellanos. Identificado como uno de los cabecillas de la sublevación
que se preparaba en Valladolid, fue inmediatamente encarcelado pero, el 31 de
ese mismo mes, conseguía fugarse del cuartel de san Ignacio donde se le había
recluido. Perseguido sería alcanzado y apresado el día 20 de julio en
Villovieco. Procesado, esperó en la cárcel de la Audiencia el fallo del consejo
de guerra al que se le sometió. Copiamos el resumen de la causa que se le
siguió y fallo del Tribunal que le condenó, según consta en su hoja de
servicios:
“Según consejo de guerra de S.S. Oficiales
Generales celebrado en la plaza de Valladolid el 2 de Junio del 1er
año [1855] para ver y fallar la causa instruida en averiguación de los cómplices
en la proyectada conspiración carlista en dicha Ciudad, en cuyo proceso figura
este jefe, quien 2 días antes de reunirse el Consejo que había de juzgarle, se
fugó de la prisión en que se hallaba, fue condenado por unanimidad de éstos, a
la pena extraordinaria de ser privado de su empleo, grados y condecoraciones
sin perjuicio de ser oído si se presentase o fuese habido; y después de oídos
los descargos del reo, el consejo de guerra de S.S. Oficiales Generales reunido
nuevamente en 10 de Noviembre le condenó a la pena extraordinaria de que desde
luego se le expida el retiro que le corresponda por sus años de servicio y para
un punto distante de Castilla la Vieja, y a un año de prisión en un castillo; y
S.M. de conformidad con el dictamen del Tribunal Supremo de Guerra y Marina, ha
tenido a bien aprobar esta segunda sentencia por real orden de 29 de marzo de
1856”.
Imaginamos que
después de cumplir su año de prisión, se le daría el retiro, como preveía la
sentencia para algún lugar alejado de Castilla. En cualquier caso, siempre
relacionado con los más destacados carlistas de aquel lugar en el que se encontrase.
Por lo que informado del próximo pronunciamiento que se preparaba, hemos de suponer
que se dirigió de inmediato a la provincia de Palencia para preparar su nueva
salida al campo. La fecha de aquella nueva intentona no ofrece duda alguna,
pues tenía como sostén principal el pronunciamiento del capitán general de
Baleares, Jaime Ortega y Olleta, que desembarcaría en San Carlos de la Rápita
el día 1 de abril de 1860. Al mismo tiempo se presentaba en Aranda de Duero la
primera partida castellana de la que se tiene conocimiento.
La de Carrión, fue detectada el día 5 en Sotobañado y según se informaba desde
Valladolid al día siguiente, estaba formada por solo siete hombres.
Y poco tardaría en ser alcanzada. Se informaba desde Burgos el 9 de abril:
“El
Comandante de la Guardia civil del octavo Tercio, jefe de la columna de
Torquemada, me dice desde Villasandino que salió ayer sobre el camino de Osorno
y que a las inmediaciones de Osornillo descubrió a la facción; que hizo
adelantar 15 caballos, pero que puesta en precipitada fuga la persiguió con el
resto de la columna, y dividida en dos grupos la alcanzó en aquel punto
cogiendo al cabecilla Carrión con tres caballos y armas que conducía a
Palencia, y quedando muerto el hijo de éste”.
Esta había sido la última
aventura de “Villoldo”. Por eso, a
pesar de su natural posicionamiento político que impregna todo el texto,
creemos imprescindible copiar la carta enviada desde Palencia al Diario de Córdoba, narrando los últimos
momentos de Carrión. Contaba aquella nota:
“El
martes 10 a las tres de la tarde llegó a esta capital, tendido en un carro,
vestido de militar, aunque sin galones, pero con una cruz de San Fernando en el
pecho, el coronel retirado don Epifanio Carrión, que pocos días há había
levantado una partida carlista, y que perseguido y acosado por diferentes
fuerzas fue alcanzado por la Guardia civil en el pueblo de Villasandino. La
misma columna que lo había aprehendido le escoltaba. El hijo de Carrión que
quiso defenderse, cayó muerto en el encuentro. El padre entró en una casa que
rodearon los guardias, y preguntando si le daban cuartel, se entregó sin
resistencia.
En
aquellos momentos un oficial le dirigió algunas observaciones sobre su
proceder; pero Carrión le interrumpió diciéndole: <>.
Entrando
en la ciudad por medio de un inmenso gentío que se agrupaba para ver al que ya
en 1854 excitó contra su persona las iras de la población, pero que ahora
respetaba su desgracia, sin dirigirle una palabra, fue conducido a la casa
cuartel de la Guardia civil, en donde quedó preso. En la misma tarde empezó el
sumario con la mayor actividad por un fiscal venido expresamente de Valladolid,
y al día siguiente a las tres de la tarde se reunió el consejo de guerra
presidido por el señor brigadier Campuzano [José], gobernador militar de esta
provincia.
La
lectura del proceso duró poco rato, pues el delito era tan claro y evidente que
pudo terminarse en pocas horas sin omitir por esto ninguna de sus tramitaciones.
Llamó la atención la circunstancia de que en un principio no pudo declarar por
lo afectado o verdadera incoherencia de sus ideas y palabras. Pero pasado este
trastorno, o renunciando a esta ficción, se presentó luego a declarar.
Presentado ante el tribunal el reo manifestó que no intentaba disculpar su
falta, que solo venía a pedir clemencia, e implorar misericordia.
<>.
Todos
los espectadores de esta imponente escena estaban conmovidos, y olvidando en
aquel momento la traición y crimen por él cometidos, solo veían al hombre que
quizás empujado por una mano tan poderosa como desconocida, se había lanzado a
una loca empresa, que tantos desastres había traído sobre su cabeza y sobre su
desdichada familia.
Al
retirarse le preguntó un vocal si tenía inconveniente en citar a la persona a
que había aludido en su declaración, diciendo había obrado según sus
instrucciones. En pie ya el reo y puesto a la puerta se volvió y dijo
<>. Esta actitud
del reo causó mucha sensación, pero el señor presidente con mucho tino y el
mayor acierto cortó aquel incidente diciendo: Está bien, se ampliará la
indagatoria de Vd. y podrá entonces declarar con toda libertad cuanto tenga por
conveniente. Retiraron el reo, salieron los espectadores y quedó el tribunal en
sesión secreta. Volvió a ser introducido el reo y prestó una nueva declaración.
Se dice que en esta se redujo a nombrar dos personas que le habían escrito para
que levantase una partida, pero no pudo o no quiso presentar la menor prueba.
Tal vez se proponía tan solo alcanzar tiempo por si su mujer lograba el indulto
que fue a buscar a la corte. Ya en otra ocasión había sido indultado y por lo
tanto confiaría en lograr nuevamente esta gracia de nuestra magnánima soberana.
Sentenciado
a muerte y aprobada la sentencia por el nuevo capitán general de este distrito,
en la mañana de hoy trece a las nueve y media ha sido pasado por las armas,
espectáculo al que silencioso y grave ha asistido un numeroso concurso.
Ha
oído de rodillas su sentencia delante de la bandera del provincial de
Ciudad-Rodrigo que formaba el cuadro, se ha reconciliado, ha rogado al público
que rece una salve por su alma. Se ha arrodillado y… una descarga ha cortado la
existencia del que condenado por la justicia de los hombres, es probable haya
encontrado la misericordia y perdón en el cielo”.
Esta ejecución tuvo lugar en
Palencia, el día 13 de abril de 1860. R.I.P