Queridas amigas, queridos amigos; señoras y
señores
Autillo, centro de la historia de Castilla y León
y de España, escenario privilegiado de la proclamación de Fernando III como rey
de Castilla, es un hito imprescindible de nuestra tierra y de nuestra patria. Pero
lo es también en la vida, el compromiso público y los afectos de quien os
habla. Gracias por esta invitación y esta oportunidad de compartiros mi visión
acerca de una empresa histórica formidable que está a punto de cumplir
ochocientos años: la definitiva consolidación del histórico-proyecto castellano
y leonés como columna vertebral del histórico proyecto español. La construcción
de Castilla y León y España como realidades imperecederas.
Todo empezó en Autillo en los últimos días de la
primavera de 1217. Autillo es uno de esos grandes escenarios de la historia en
donde nada termina, porque todo comienza. Un joven llamado Fernando, casi
adolescente, se convierte en rey de Castilla. No estaba destinado a serlo, y su
padre, Alfonso IX de León, no quiere verle erigido en soberano castellano.
Pero, en 1230, ese joven castellano sucederá a su padre, y se convertirá en rey
de León también. Y, en apenas dos décadas, cambiará la historia de España y de
Europa para siempre. Porque, Castilla y León se convertirá en el pilar central
de un proyecto histórico destinado a convertirse en uno de los grandes motores
de la historia de la humanidad: el proyecto español.
La figura de Fernando III pervivirá, y en toda su
vigencia, mientras Castilla-León y España pervivan también como proyecto
sugestivo de vida en común. Y lo harán, como decía don Julián Marías,
"siempre que seamos leales a nuestro futuro". Es decir, siempre que
seamos leales al futuro de grandeza que diseñó Fernando III. Un futuro de
grandeza que hoy se plasma en el marco de paz, libertad y concordia que fuimos
capaces de construir, y hemos sido capaces de compartir, en esta España
constitucional de 1978.
Y con ese objetivo último, que en mi caso, y en
el de mi generación, es la obra de nuestras vidas, es decir, la conversión de
España en una gran sociedad, me gustaría ser capaz de examinar, con todos
vosotros, las tres imborrables lecciones históricas que, a mi juicio, nos dejó
en herencia el reinado y el tiempo de San Fernando: la unidad, la proyección internacional, y la ejemplaridad. Para
Castilla-León, y para España.
1.
Unidad para la vertebración de Castilla-León y de España
La primera lección es, en efecto, la de la
unidad. Y, más que la unidad, la vertebración política, territorial, jurídica,
y en la identidad, de Castilla-León. A partir del reinado de Fernando III, es
sabido, Castilla y León habrían de permanecer unidas. Y la unidad es un valor
de Estado. El formidable despliegue castellano que, durante el reinado de
Fernando III, en apenas dos décadas, permitió que Castilla llegara de mar a
mar, del Cantábrico al Mediterráneo, y de la desembocadura del Bidasoa a la desembocadura
del Guadalquivir, es fruto de ese empeño en la unidad. Baeza, Úbeda, Jaén,
Córdoba, Murcia, Cartagena, Sevilla, la influencia en el Algarve y en la propia
Granada... Las principales ciudades del mundo se incorporaron a la Corona castellano y leonesa,
aportando nuevas dimensiones estratégicas a un actor político consolidado como
el reino más extenso de Europa.
Fernando III lideró un proceso de expansión territorial sin parangón en la historia de la Europa bajomedieval por su celeridad y su dimensión. Y fue posible en la unidad. Sólo en la unidad. Siempre en la unidad. Cuando los castellano y leoneses, y todos los españoles, nos unimos, no es que seamos más fuertes: somos imparables. Y la historia nos lo ha reiterado una y otra vez. Eso, y lo contrario.
La vocación unitaria de los reinos hispánicos
durante toda la Edad Media
es constante. Se inicia cuando los primeros catalanes de la historia pidieron
al futuro Carlomagno regirse por el Liber
Iudiciorum, es decir, por el derecho
del reino visigodo de Toledo, o lo que es lo mismo, por su propio derecho
español, e hispani, españoles, fueron llamados por el rey de
los francos cuando en 785 accedió a su pretensión. A partir de entonces,
castellanos y leoneses, aragoneses y navarros compartieron el ideal histórico
de la reconstrucción de ese primer reino español hasta que los Reyes Católicos
lo materializaron.
Fernando III casó a su primogénito Alfonso con
Violante de Aragón, hija de Jaime I de Aragón, conquistador de Valencia y de
Mallorca, quien habría de acudir en auxilio de su yerno Alfonso X, cuando en
1265 los musulmanes de Murcia se rebelaron porque, decía el rey Jaime, si no
intervenía "es España entera la que se pierde". Cuando Fernando III falleció
en Sevilla, en 1252, se encontraba preparando una expedición al Norte de
África, un Norte de África que era parte integrante de España desde el Bajo
Imperio Romano, con su provincia Mauritana Tingitana en la diócesis de
Hispania, y durante el reino visigodo de Toledo. España no termina en los
Pirineos ni en el Estrecho de Gibraltar. Ya decía José Bergamín que
"España, ni grande ni pequeña: sin medida".
La visión de Fernando III era, pues, plenamente
hispánica. Tanto su política matrimonial como su acción estratégica y militar
perseguían crear las condiciones para la paulatina integración de los reinos y
territorios peninsulares. Y, por otra parte, era una visión compartida por ese
gran rey español llamado Jaime I de Aragón. Fernando III trabajó para la unidad.
Como todas las grandes personalidades de la historia. No hay grandeza en la
llamada a la ruptura o a la fractura. Romper es siempre, y especialmente en
circunstancias críticas, lo más fácil. Romper es el recurso de los mediocres.
Es más fácil, y más rápido, destruir que construir.
Pero la historia reconoce a sus predilectos entre
los visionarios que, en vez de pensar en la próxima estación, o en la próxima
elección, piensan en la próxima generación. La historia es de los
constructores. La principal avenida de Berlín está dedicada "a la unidad alemana".
Los constituyentes de los Estados Unidos de 1787 querían "hacer una Unión
más perfecta". Fernando III es uno de esos creadores de unidad. Ojalá
hubiera avenidas de la unidad de España en nuestros pueblos y ciudades. Y ojalá
una placa recordara, en esas avenidas, a Fernando III, el rey que empezó la
unidad de Castilla-León, y de España, en Autillo.
2.
Una Castilla líder en el mundo
Pero Fernando III quería que Castilla-León
disfrutara de una presencia internacional protagonista, ocupando el rango de
gran potencia al que se había hecho acreedora por su dimensión geoestratégica,
como la Corona
más extensa de Occidente, por encima de una Francia e Inglaterra en pugna por
la herencia de los Plantagenet.
Apenas unas décadas antes, el rey Alfonso VIII de
Castilla había ya iniciado una ambiciosa política internacional al casar,
precisamente, con Leonor Plantagenet, hija de Enrique II Plantagenet y de
Leonor de Aquitania, procediendo a potenciar las villas del Norte de Castilla
con sucesivos fueros para Castro-Urdiales, Santander, Laredo y San Vicente de la Barquera entre 1163 y
1210, y anexionándose, además, los territorios vascos. El futuro estratégico y
comercial de Castilla miraba hacia el Atlántico.
Pero Fernando III imprimió un definitivo impulso
a ese proyecto estratégico. Porque, en primer y fundamental término, creó la
marina de Castilla, decisiva para la conquista de Cartagena, en 1244, y después
de la Baja Andalucía ,
sobre todo de Sevilla en 1248. Y, muy pronto, la marina de Castilla y León, la Corona más marinera de
Europa, se convirtió en la más poderosa del mundo, como habría de demostrarse
cuando, en 1372, las naves castellanas se impusieron en la batalla de La Rochela a la marina
inglesa, estableciendo una hegemonía que no habría de quebrarse hasta la
batalla de Las Dunas, enfrente de Dunquerque, en 1659. Durante tres siglos, el
mar fue de Castilla y de España.
Fernando III sabía que el destino de Castilla y León
estaba en el mar, es decir, en el comercio atlántico. Y sabía también que
Andalucía y Murcia le permitirían completar la Reconquista cuando
sometiera Granada, y se convertirían en la base para la conquista del Norte de
África y, quién sabe, de una futura Cruzada, la que habría de emprender su
primo Luis IX de Francia, hijo de Luis VIII y de su tía Blanca de Castilla,
hermana de la reina Berenguela, la gran y venerada regente de Francia durante
la minoridad del futuro San Luis.
Pero, probablemente, el jalón más indicativo del
programa internacional de Fernando III reside en su primer matrimonio con la
princesa Beatriz de Suabia, de la
Casa imperial alemana de Staufen, quien habría de legar a su
hijo, el futuro Alfonso X, los derechos a la sucesión en el Sacro Imperio
Romano Germánico. Castilla se incardinó así, y plenamente, en los avatares de
la política internacional, como un agente político y estratégico de primer
orden. Y el Derecho Común, que había ya penetrado en las Coronas de Navarra y
de Aragón, se introdujo también en Castilla de la mano del propio príncipe
Alfonso, quien tan pronto sucedió a su padre en 1252 ultimó un Fuero Real cuya concesión a las grandes ciudades de la
mitad Sur del reino habría de acelerar el proceso de vertebración jurídica del
territorio ya unido políticamente por su padre.
3. La
política, camino de santidad y de ejemplaridad
Pero Fernando III no es una figura excepcional de
nuestra historia, únicamente, por sus logros extraordinarios en el ámbito de la
política interior y de la política exterior. Me ha resultado siempre muy
llamativa, como el historiador del Derecho que fui y, creo, siempre he sido, la
vastísima enumeración de grandes personalidades de la historia cuyos biógrafos
apuntan, como si de un mérito se tratase, su cinismo, su doblez, su falta de escrúpulos,
o su talante sanguinario, siempre que trabajaran en beneficio de su propio
país. Enrique VIII y su hija, la reina Isabel I de Inglaterra, el cardenal
Richelieu, Oliver Cromwell, Napoleón... son siempre disculpados de sus abusos y
crímenes por haber servido fielmente a los superiores intereses de la razón de
Estado.
Sin embargo, Fernando III demostró que la
generosidad y la ejemplaridad no son incompatibles con la grandeza política.
Fernando III no fue un criminal con vocación de estadista. La biografía que
René Lejeune le dedicó a uno de los padres de Europa, Robert Schuman, se llama La política, camino de santidad. Y, en
efecto, también en el caso de Fernando III, nos encontramos ante un supuesto
paradigmático de recto y noble ejercicio del poder. Porque el poder no es un
ente perverso, sino un instrumento con el que los seres humanos podemos y
debemos servir a nuestros semejantes y hacer el bien. Con honor y bondad, se
convierte en una maravillosa oportunidad para contribuir a que las vidas de
nuestros conciudadanos sean mejores.
Fernando III es un político ejemplar porque es un
hombre bueno. Y en un siglo tan terrible como el siglo XIII acude siempre que
le es posible a la negociación, a la acción diplomática, a la alianza, a la
concertación, a la obtención de sus objetivos con la menor efusión de sangre
posible. Fernando III es, por todos los conceptos, y en la mejor de las
posibles interpretaciones de la expresión, un político que sabe dónde va, que
suma, leal a su tarea, tenaz en la persecución de sus objetivos.
La santidad que le acompaña encierra un enorme
significado, es obvio, para quienes profesamos la fe cristiana, y tratamos de
conocer las virtudes que pueden y deben edificar nuestra conducta en este
mundo. Pero en Fernando III podemos encontrar un conjunto de virtudes que
creyentes y no creyentes, debemos compartir como ciudadanos, y muy
especialmente quienes disfrutamos del honor y de la responsabilidad de
dedicarnos al servicio público.
Fernando III es la humildad, la sencillez, la
mesura, la voluntad de servicio, la austeridad, la contención, la cercanía, la
honestidad. Un líder con misión y visión. Un profundo conocedor de la historia,
de sus lecciones, de sus grandes corrientes, de sus oportunidades, y de su
naturaleza implacable, pero también siempre abierta a la capacidad creadora del
hombre. Un hombre que padece una infancia difícil, de separaciones y
desgarramientos familiares, que accede a su destino enfrentándose con su propio
padre. Y que deja a su hijo Alfonso X una de las más formidables herencias de
la historia.
Termino. Fernando III es la unidad, el liderazgo
internacional, y la vocación de ejemplaridad. Me permitiréis que diga que, por
lo tanto, Fernando III es España, es Castilla-León, y es Autillo. Al presidente
francés Charles de Gaulle le preguntaron una vez cómo se reconocía en la calle
a uno de sus seguidores, a un gaullista. De Gaulle respondió que un gaullista
era una mujer o un hombre que tomaba el autobús, el tranvía, o el metro. Es
decir: un ciudadano.
Yo reconozco las virtudes y las cualidades de
Fernando III hoy aquí, en Autillo. Las he reconocido en las nueve provincias de
nuestra Comunidad. En sus más de dos mil doscientos municipios, después de
recorrerlos todos y cada uno, y todos y cada uno de sus pueblos. Fernando III
sois todos vosotros.
El mejor legado de Fernando III es que cuanto
fue, sigue siendo. Cuanto construyó, permanece en pie. Todo aquello por lo que
trabajó, sigue impulsando nuestros propio trabajo. La unidad, el afán de
apertura a un mundo que es nuestra casa, el compromiso con un ideal de vida
recto y honesto, informado por la gratuidad de quien hace el bien sin esperar
nada a cambio, y la gratitud de quien disfruta de cada día de su vida con la
maravillosa convicción de que la existencia humana es una oportunidad
irrepetible para aprender de nuestros conciudadanos y hermanos, para
conocerles, y para quererles.
Todo eso nos evoca los nombres, para siempre
unidos, y para su mutua gloria, de Fernando III de Castilla y de Autillo. Aquí
empieza una historia ocho veces centenaria, y la responsabilidad que sobre los
hijos de Autillo recae de continuarla y engrandecerla. Gracias por dejarme ser,
por un día, parte de esa historia y de esa responsabilidad, parte de esta
tierra y de este cielo de San Fernando. Gracias por vuestra hospitalidad. Y
gracias por vuestra atención. Muchas gracias.
Juan José Lucas Giménez.
Vicepresidente primero del Senado.
Autillo de Campos, 13 de junio de 2015
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