Espada Lobera: Lo que hagamos hoy, repercutirá mañana



  Dicen que el verdadero sentido de un acto, se descubre cuando dan la cara sus consecuencias, y esto puede tardar minutos o siglos, pero al final la verdad reluce para quien aún es capaz de ver. Así es que el mundo en que vivimos, nunca es el generado por nuestros contemporáneos, sino la consecuencia de los actos de nuestros ancestros. Al respecto se podrían analizar muchas de las circunstancias acaecidas en el mundo los últimos siglos, y que han sido de mayor o menor manera responsables de la situación actual del occidente cristiano, pero en este caso solo me referiré a la religión y el nacionalismo, pues en los actos llevados a cabo en su nombre los últimos siglos, encontraremos -y soportamos- las consecuencias.

  La Religión cristiana, y más concretamente la Católica, unió y fortaleció Europa durante siglos, llegando a llevar a sus pueblos, en el estricto seguimiento de la Palabra del Salvador, a límites de justicia, libertad, arte y conocimiento nunca antes alcanzados por ningún otro pueblo. Pero en el mundo, no todos aspiran a que los pueblos de desarrollen según los mandatos del Señor, y así desde el principio, fueron muchos los que uniéndose en sectas, logias y demás grupúsculos conspiraron, dedicando su vida y alma en favor de la ignorancia, la injusticia y la esclavitud de los hombres. La Iglesia siempre se mantuvo alerta de estas amenazas, y así fueron siendo desactivados durante siglos una tras otra todas las amenazas que en forma de herejía se presentaban. Pero todo cambió a partir de los siglos XIII-XIV, con el auge de los burgos y la pérdida de poder de la nobleza; a partir de ese momento, estos grupúsculos se vieron reforzados económicamente, y lo que es más importante, con miembros cercanos al poder.. No se supo ver a tiempo, o simplemente no se le dio la importancia necesaria, pero lo cierto es que en apenas dos siglos toda Europa era ya un “totum revolutum” de sectas protestantes gobernando pueblos, y a punto estuvo ya entonces de imponerse por completo ese nuevo orden, si no hubiese estado la Monarquía Hispánica para impedirlo. Lógicamente, pues su naturaleza no era divina, estas nuevas “religiones” fueron deviniendo en políticas de control de la población y perdiendo progresivamente su presunto carácter religioso; pero en lo que se refiere a la Iglesia católica, tampoco el mal terminó con Trento, pues la infección ya había penetrado en Roma. Y así, poco a poco, pero sin pausa, tanto las órdenes religiosas como parte de la jerarquía fueron sucumbiendo frente a estas sectas que ahora se hacían llamar revolucionarias e ilustradas. El siglo XIX y la primera mitad del XX fueron una lucha constante entre los defensores de la Santa Religión, y las viejas logias que ahora con nombres como liberalismo o marxismo, no solo manipulaban a buena parte del pueblo y gobernaban diferentes estados, si no que acabó por infiltrarse en la Iglesia Católica hasta el tuétano. Y así, si la Primera Guerra Mundial fue la caída de los pocos Reinos Cristianos que aún se sostenían, y con ello la caída de los defensores de las iglesias católicas y ortodoxa, la Segunda la podemos considerar como la guerra necesaria para que el nuevo orden dominara ya todas las naciones de occidente, así como a la Iglesia Católica, que a falta de quien la defendiera, decidió claudicar en buena parte de su naturaleza divina en el CV II. A día de hoy, casi siete décadas después del Concilio vemos que todos estos actos no frenados a tiempo, nos han devenido en unas consecuencias devastadoras para los católicos.

  No escapan al infame tufo revolucionario las naciones, que si en origen nacieron como unión de pueblos, salvaguardados por el Rex; la Revolución las utilizó desde el principio simbólicamente para mantener al pueblo unido, hasta que llegará el tiempo, una vez vacías de sustancia, de destruirlas. La idea es clara, y además ha demostrado ser la más efectiva de las armas jacobinas. Para entender como se desarrolló este inmenso engaño, tenemos que volver a esa nobleza y burguesía de la que antes hablaba que como Adán, decidió morder la manzana, e infestar el mundo con su pecado. Desde los siglos XIV-XV logias nacidas en el ambiente de estos ordenes sociales fueron alejando a los reyes del Pueblo, propiciando corrupción y devastación, hasta poder ofrecer a dicho pueblo el poder sobre la nación, llamando al Rey “tirano”, y haciéndose ellos mismos con el control en nombre del Pueblo. Pero lo cierto, es que en ese mismo momento, las naciones dejaron de existir, pues carecían de su sentido natural, y empezaron a languidecer mientras las logias acumulaban todo el poder a costa de un Pueblo despatriado de rey y fe, de tradición que lo defendiese de los abusos de los verdaderos tiranos que con rostro ilustrado condenaban a los hombres sencillos a una esclavitud a la que llamaron libertad. Claro, las gentes sencillas no lo sabía en un principio, lo cual no les quita responsabilidad en su traición y pérdida de libertades, pues su egoísmo ciego, fue quien realmente los guió. Muchas fueron las promesas dadas, de las cuales la más grave de todas fue hacer pensar que la nación, reconvertida a raíz de la Revolución en estado modernista, era la razón de ser de los pueblos. No sabía esta pobre gente, desnortada, que habían atacado el orden natural, y que sus actos en busca de la quimérica libertad revolucionaria sería no solo la causa de su miseria moral y terrenal, sino la de la futuras generaciones, además de convertirse ellos mismos en el garrote ejecutor de pueblos y naciones.

  Hoy, tras doscientos años de la creación de las naciones revolucionarias, podemos asegurar que las naciones ya no existen, pero tampoco existen los pueblos, ya carentes de tradición que los sostengan y los hagan progresar. Gran parte del mundo simplemente está en manos de una serie de grupos y logias criminales que gobiernan a sus anchas, manteniendo en apariencia las estructuras nacionales, con el único fin de que la turba mantenga un símbolo tradicional al que agarrarse. Más no nos engañemos, poco tiempo queda ya, pues el Pueblo ya ha sido suficientemente preparado, para que directamente se den por finiquitadas las naciones, como antes dieron por terminada a la monarquía, el deber, el honor, la educación o la lealtad a la Tradición Cristiana que durante milenios nos hizo crecer y progresar.

  Con esta reflexión sobre como hemos perdido nuestros derechos, solo quiero hacer ver que todo lo que nos han contado es falso, que el monstruo criminal revolucionario avanza. Y que nuestro deber es ser cuanto antes conscientes de que si no reaccionamos, podemos ser la última generación en el mundo con cierta consciencia de que realmente fuimos creados para ser libres, y crecer religiosa, intelectual y moralmente. Lo que hagamos nosotros, y lo que no hagamos, repercutirá en el futuro, como a nosotros nos han repercutido las acciones para bien o para mal de nuestros ancestros..

Dios, Patria y Rey

5/01/2016
Luis Carlón Sjovall
A.C.T. Fernando III el Santo

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